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Luis M. Alonso.

Sol y sombra

Luis M. Alonso

Del ocaso a la corrupción

Nicaragua marcó el ocaso de las revoluciones latinoamericanas del siglo XX. El mayor triunfo del sandinismo se produjo en julio de 1979 cuando el FSLN entró en Managua tras la fuga del dictador Anastasio Somoza, coincidiendo, como bien explica Rafael Rojas, en un libro sobre las ideas y el poder en América Latina, que acaba de publicar la editorial Turner, con el inicio de las transiciones de las dictaduras a las democracias en el sur del continente. En cambio en el centro de la región, en Nicaragua, Guatemala y El Salvador, paradójicamente se producía la institucionalización revolucionaria. En el primer país participaban los sandinistas, la Iglesia, el empresariado y la opinión pública, entre la que destacaba el diario “La Prensa”, que había dirigido el periodista Pedro Joaquín Chamorro hasta el momento de ser asesinado por los esbirros de la dictadura en 1978. Chamorro era uno de los adversarios irreductibles de “Tachito” Somoza, continuador de una dinastía de tiranos y que tenía la fea costumbre de arrojar a sus opositores a las fieras. Irrefrenable, llegó a otorgar a la Guardia Nacional el rango de clase dominante para poder blindarse. No es de extrañar que la violencia, la atroz represión y explotación de un pueblo trajesen como respuesta un estallido revolucionario que fue acogido con los brazos abiertos por el mundo democrático. Algunos sandinistas, en contra de lo que sucedía en Cuba, se dieron cuenta de que para lograr la continuidad revolucionaria, tras la Guerra Fría, tenían que optar por la democracia. Pero la caída del muro que coincidió con su derrota en las urnas empezó, a su vez, a emitir señales de decadencia. Cuando Daniel Ortega volvió a hacerse con el mando en 2007, sus intenciones eran las de cualquier otro dictadorzuelo de la región. Protagonista de un fraude electoral histórico, ayer se otorgaba el 75 por ciento de los sufragios en unas elecciones amañadas en las que apenas votó el 20 por ciento de la población.

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