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Antonio Touriño

Mirador de Lobeira

Antonio Touriño

Treinta centímetros menos

Siete metros y medio cuadrados se ganan en cada aula con el nuevo protocolo COVID del curso 2021-22 al reducir 30 centímetros la distancia entre alumnos, pero dicha ecuación exigía más complejidad y la Xunta introdujo el factor profesorado de tal modo que utilizando una simple regla de tres resolvieron la extinción de unas nueve o diez plazas por colegio.

Enunciado este que se convierte en galimatías porque si dicha cifra se eleva a la potencia “n”, hasta Keynes determinaría que el ahorro de la administración este curso va a ser infinito, justo en el año en el que empiezan a llegar las subvenciones europeas por COVID y se merecen un mayor esfuerzo.

Con todo, las clases empezaron con normalidad gracias a que los deberes fueron resueltos por los profesores en la convocatoria de septiembre sobre el modelo diseñado el año pasado respecto a distancias, ventanas abiertas, circuítos de entrada y salida, distintos horarios de recreo, hidrogeles, mascarillas, termómetros, aparatos de CO2, control de grupos y otras medidas similares que han recalculado este año con otros guarismos que son los que permitirán a Román Rodríguez tachar nóminas de docentes.

El cálculo lleva a una conclusión de pura lógica. Lo que se pretende es volver a la normalidad presupuestaria cuando la realidad sigue siendo la que es, a consecuencia de una epidemia que cada dos por tres amenaza con una cresta -y ya van cinco-. Todo ello con argumentos que parecen sacados de un cuento de los hermanos Grimm porque a quien se le diga que el coronavirus ya no salpica a 1,20 metros es poco menos que un iluso.

Cierto que los niños de más de 12 años ya tienen vacuna, también que son muy disciplinados en cuanto al uso de mascarilla, que guardan distancias con una precisión microscópica, que han entendido qué son los aerosoles y cuál es el procedimiento del contagio, cómo estudiar desde casa y hacer los ejercicios on line o a sufrir temblores fríos mientras estudian la tabla del siete.

En suma que se acomodan mejor que muchos adultos. Pero ahora también se les pone a ellos a prueba en tanto que su compañerito de pupitre va a estar a la misma distancia prepandémica, 1,20 metros ¿Cómo es posible que a alguien se le ocurra que las mesas de los chavales tienen que estar ahora pegadas pero en el recreo tienen que evitar juegos de contacto?

A un niño no se le pueden enviar mensajes contradictorios porque merecen todo el cuidado que los padres confían en que se les proporcione. Pero sobre todo hay que tener en cuenta que es el tercer curso con adaptaciones drásticas, desde el cierre de las aulas, a los estrictos protocolos del pasado curso y las nuevas medidas que se diseñan para el presente.

Cambiar las pautas por simple capricho economicista solo conlleva incertidumbre y, por tanto, inseguridad para una comunidad que ya está harta de cesiones por el bien de todos, renunciando a servicios como el transporte, el comedor, las actividades extraescolares e incluso arriesgando la salud de sus hijos porque los contagios fueron una constante a pesar de que la distancia entre mesas era de 1,50 metros. Presencialidad sí pero con garantías. Cuando en salud se emplean las matemáticas debe aplicarse una ciencia exacta, en la que se sigan las reglas del álgebra, en la que los factores necesarios sean conocidos y que se llegue a una solución racional e indubitada. Los niños no comulgan ni con ruedas de molinos ni se les convence ya con el simple cuento de la lechera.

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