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Fernando Granda

Escandinavia, un viaje de “estudios” con suerte

El tristemente ya célebre “viaje de estudios” a Mallorca puede servir para plantearse una reflexión y analizar los cambios que se han producido en los últimos tiempos sobre este tipo de viajes. Lo que empezó siendo una prolongación alegre y festiva de los estudios mediados o culminados parece que ha pasado a la liberación, sin apenas límites, del ‘sufrimiento’ de estudiar. Sin estar en contra de esa liberación, creo que se deberían despojar los términos del sentido privativo de libertad para ver los del sentido de superación. Algunos realizamos provechosos y responsables viajes de estudios.

El Gobierno estudia ahora cambios en la educación para párvulos, bachilleres, universitarios poniendo por fin hincapié en la formación profesional y tratando de erradicar costumbres perniciosas como las novatadas, que han pasado de bromas más o menos pesadas a ocupar las páginas de sucesos. Mientras, se menciona como ejemplo en numerosas ocasiones la enseñanza que se imparte en Finlandia, donde la última ley de educación sigue en ejercicio desde hace unas siete décadas y no hay perspectiva de que se modifique. En cuanto a España, las leyes suelen ser conocidas por el nombre o apellido del ministro de turno, lo que da idea de que cada titular de Educación propone y cambia –salvo un negociador como Ángel Gabilondo– la ley según su fuerza en el parlamento.

Cuando terminábamos la carrera la promoción 1967-1971 (la XXII, la Promoción Escandinavia) en la Escuela Oficial de Periodismo (EOP) de Madrid constituimos un equipo de estudio –compuesto de docentes y estudiantes– para proponer un borrador de programación que inspirase los planes de la futura Facultad de Información que el Ministerio de Información y Turismo había anunciado al iniciarse la década de los setenta. Apenas logramos que hiciesen caso de nuestra pequeña experiencia y la más tarde fundada facultad escasamente recogió nuestras propuestas, básicamente basadas en superar la máxima del periodista como “conocedor de todo, especialista en nada”. Pero de aquellas últimas promociones prefacultad salió, probablemente, el mayor número de profesionales que ejercieron en los medios impresos diarios o revistas de información general (solamente había una cadena de televisión y las emisoras de radio, salvo Radio Nacional, no podían ofrecer información política).

Logramos pocas cosas respecto al futuro de la profesión pero la promoción del 71 conseguimos –gracias a una eficaz comisión de trabajo– realizar un viaje de estudios de ensueño para los tiempos políticos e informativos que corrían. Fuimos invitados por cinco gobiernos europeos, con traslados y estancias pagados durante veinte días, además de una bolsa de viaje de 5.000 pesetas por alumno, casi un sueldo del momento. Que al llegar de regreso a España a alguno de los estudiantes le fuesen a proponer trabajo al mismo aeropuerto colmaba el premio. Difícil imaginárselo hoy.

Visitamos cinco países, realizamos una docena de vuelos, contemplamos las antípodas europeas de nuestro temple latino y descubrimos la libertad informativa. Disfrutamos de la vida de Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia y Alemania, de las costumbres de sus ciudadanos. Nos mostraron periódicos, industrias, comercios, monumentos, gastronomía… y las connotaciones sociales de su clima. Nos informaron de la búsqueda nórdica del secreto social mediterráneo –psicólogos, sociólogos, arquitectos y paisajistas estudiaban en Italia y España, enviados por el Gobierno sueco, las edificaciones, ambientes, relaciones sociales del sur de Europa–. Buscaban en la idiosincrasia latina una apertura más dinámica a su “fría” forma de vida.

En nuestro recorrido admiramos Aarhus y Copenhague en Dinamarca, Oslo y Trondheim en Noruega, Estocolmo y Uppsala en Suecia, Helsinki, poblaciones fronterizas con la Unión Soviética y la turística Ekenas en Finlandia y Hamburgo y Stuttgart en la Alemania Federal. Descubrimos, exploramos, vimos los fumaderos y la feria de la pornografía daneses, los fiordos y las casas de madera noruegas cerca del Círculo Polar, los estuarios y la soledad individual de los suecos, las saunas y una aurora boreal en Finlandia y hasta la humedad y el barrio rojo de San Pauli de Hamburgo. Saboreamos pescado dulce, alce picante, ensaladas amargas, cerveza a temperatura ambiente, chupitos fuertes y hasta cocacolas caseras en una fiesta en una isla finesa. El grupo musical del momento era Christie pero por todas partes se oía “Un rayo de sol”, de Los Diablos. Al regreso nos pareció que se nos caía el mundo encima.

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