Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Julio Picatoste

¿Unamuno asesinado? (I)

Primero fue el documental de Manuel Menchón, de título altisonante – “Palabras para un fin del mundo”– cuya exacta significación se me escapa. Siguió luego el libro, escrito por el propio Menchón y Luis García Jambrina“La doble muerte de Unamuno”–, que, aunque se anuncia como texto que va “más allá del documental”, no es sino la traslación al papel de lo más esencial de aquel filme. En ambos casos, el designio es el mismo: aventar la sospecha de que Unamuno pudo haber sido asesinado. En uno y otro trabajo se aventura la tesis de que su muerte, ocurrida aquel gélido 31 de diciembre de 1936 en Salamanca, en su casa de la calle Bordadores, cuando conversaba con el falangista Bartolomé Aragón, pudiera no haber sido natural, sino programada y provocada por mano asesina.

Por razones de espacio, me limitaré a hacer solo algunas observaciones, sin entrar en el detalle; para ello, remito al lector interesado en el tema a la contundente, exhaustiva y documentada refutación desarrollada en dos artículos publicados en la revista “Academia” por Francisco Blanco Prieto, conocedor profundo de Unamuno, autor de artículos varios y de, al menos, media docena de libros –imprescindibles-– sobre la insigne figura del maestro, escritos con diligencia y precisión de entomólogo.

Ambas obras –documental y libro– ofrecen una serie de datos extraídos de la periferia de aquel acontecimiento que fue la muerte de Unamuno, con cuya suma y ensamblaje pretenden sembrar la duda acerca del posible asesinato del rector salmantino. Sepa el lector, de entrada, que los más reputados biógrafos de don Miguel no han secundado tal hipótesis. Ya me he referido a Blanco Prieto y su concluyente réplica. Pero es que nada dijo en su día Emilio Salcedo, ni González Egido, como tampoco, y a la vista ya del documental de Menchón, Jon Juaristi, que calificó la hipótesis de “estupidez siniestra”, ni el matrimonio Rabaté, que afirma no llegar tan lejos como el cineasta aventura.

Miguel de Unamuno.

La idea del asesinato circuló inmediatamente de ocurrida la muerte de don Miguel; en efecto, sin fundamento alguno para ello, la prensa y la radio republicanas se apresuraron a “informar” de su asesinato a manos de los fascistas. No era sino un infundio movido por la hostilidad y el deseo de remover el odio de bandos en guerra. Y la tesis era la que ahora vuelve a sugerirse: la muerte por envenenamiento. No faltaron, tampoco, versiones disparatadas, como la que hacía morir a Unamuno, de noche, en su domicilio, a manos de un grupo de falangistas violentos.

No cabe en materia de esta gravedad, acudir a conjeturas ni entregarse a meras suposiciones

decoration

Los hechos que como indicios presentan el documental y el libro carecen de entidad y fuerza bastante para sustentar el armazón de una sospecha razonable en torno a una muerte que fue certificada por el médico de cabecera de don Miguel, de cuyos achaques (arterioesclerosis e hipertensión arterial) era buen conocedor. Los propios autores, Menchón y García Jambrina, reconocen lealmente que los indicios circunstanciales que manejan son insuficientes para servir de prueba desde el punto de vista “legal o forense” y, por consiguiente, para apuntalar el contrarrelato de la muerte no natural de Unamuno. Es una muerte, dicen, enigmática, con dos lecturas o interpretaciones posibles. Pero ellos van señalando hitos –débiles, pero resaltados– para conducir al lector o espectador hacia la discrepante visión que proponen. Ocurre también que con ese ejercicio y el retrato que de Bartolomé Aragón se hace (sus hazañas fascistas, su posible relación con Millán Astray, su presencia en Salamanca) el lector percibe que en torno a aquel se ciñe el círculo de la sospecha de su implicación en los hechos, cuando lo cierto es que con los pretendidos indicios no es dable alimentar sugerencia acusadora alguna.

Con todo respeto al derecho que Menchón y García Jambrina tienen a poner en juego una trabazón de inferencias para invitar a lectores y espectadores a participar de un contrarrelato que cuestiona la que ellos llaman “versión oficial” (denominación que en sí misma prejuzga un ocultamiento de la verdad), debo, sin embargo, disentir de su entramado meramente conjetural. Hay, a mi juicio, lagunas y vacíos claves en la reconstrucción e identificación del escenario y ocasión de una posible acción homicida. Y esa oquedad es, a mi entender, incompatible con el planteamiento de los autores citados, pues no cabe en materia de esta gravedad, acudir a conjeturas ni entregarse a meras suposiciones.

Compartir el artículo

stats