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José Manuel Ponte

inventario de perplejidades

José Manuel Ponte

Recelar de los mahometanos

El señor Abascal y la señora Monasterio, que vienen a ser algo así como el Roberto Alcázar y el Pedrín de la política española actual, exigen mano dura con Marruecos para escarmentar a su Gobierno por haber dejado entrar por la frontera de Ceuta, sin ninguna clase de control. a miles de personas. Muchas de ellas niños a los que se había engatusado prometiendo la presencia de Messi y Cristiano Ronaldo, los dos famosos futbolistas. La estrategia desestabilizadora era ingeniosa porque al tiempo que garantizaba el despliegue pacifico del contingente humano copaba espacios de privilegio en los medios.

Los habitantes de Ceuta se refugiaron en sus casas mientras se aclaraba la situación y las autoridades locales solicitaron la presencia del Ejército para manejar el caos. Poco a poco se fue despejando el panorama, y la mayoría de los peripatéticos optaron, de grado o por fuerza, por regresar a territorio marroquí. Queda pendiente de resolver el destino de centenares de menores de edad. Bastantes de ellos retornaran si son reclamados por sus familias pero otros quedaran a cuidado de las autoridades españolas hasta su mayoría de edad, ya que así lo impone la Ley. Entregar un hijo al destino incierto de un viaje en patera es una adopción a la desesperada, que cada vez es más frecuente. Y raro es el día que los noticiarios nos cuentan de más de un caso. Por eso mismo resulta ofensivo catalogar a esa pobre gente desesperada como “invasores”. Que es lo que ha hecho el dirigente de VOX señor Abascal.

Los soldados moros se batieron el cobre durante la Guerra Civil y aún vive alguno de los que cobraron pensión de la España franquista

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La ultraderecha española mantiene secular recelo respecto de la morisma. Es un sentimiento que se nutre de los siete siglos de lucha contra los musulmanes durante la llamada Reconquista; de la batalla de Lepanto contra los turcos; y de las humillantes derrotas que nos infligió Abd el Krim en nuestro antiguo protectorado. Un sentimiento injusto, por otra parte, ya que la huella andalusí nos ha legado frutos espléndidos y todos estamos muy orgullosos de haberla heredado. Por otra parte, parece incongruente esa actitud con el comportamiento del general Franco, que utilizó al ejército de África para consolidar el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 y luego dar el salto a la península.

Los soldados moros se batieron el cobre durante la Guerra Civil y aún vive alguno de los que cobraron pensión de la España franquista. En Barcia, en las cercanías de Luarca, todavía pueden verse las ruinas de un cementerio musulmán, con todas las tumbas orientadas hacia la Meca. El general ferrolano tenía en alta estima a la tropa mahometana por su resistencia y ferocidad. Y también por sus dotes de mando. No podemos olvidar que Franco nombró capitán general de la VIII Región militar al general Ben el Mizzian, el primer musulmán en llegará tal alta dignidad. Ni tampoco que el dictador mantuvo durante años una Escolta Mora para su protección personal. Cuando acudía a recibir a un dignatario extranjero o algún otro acto solemne, se dejaba rodear por ella a caballo. Era un espectáculo muy vistoso. Todo esto lo debe de saber de sobra el señor Abascal y la señora Monasterio a los que encuentro un cierto parecido con Roberto Alcázar y Pedrín, aquella pareja del cómic que se hizo muy popular en la posguerra. Eran ágiles, combativos y gustaban de llevar la ropa un poco estrecha.

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