Opinión | Crónicas galantes

Hasta la cruz es roja

Obsesionados como están con los rojos, algunos portavoces (y portacoces) de la ultraderecha parecen haberla tomado ahora con una chica de la Cruz Roja que abrazó a un negro desconsolado en una playa de Ceuta. Se llama Luna y está padeciendo el soez acoso de ciertos bárbaros a los que hasta la cruz les parece más roja de la debido.

Curiosamente, no insultan a los miembros del Ejército y de la Guardia Civil que también conmovieron al mundo, como Luna, al socorrer a los chavales -incluso bebés- empujados por el déspota de Marruecos a las aguas de Ceuta. Quizá haya influido el hecho de que la organización para la que trabaja la joven lleve el adjetivo de “Roja”. O que, simplemente, no se atrevan con instituciones militares que consideran de su propiedad.

La relación de la extrema derecha española con los árabes es, cuando menos, contradictoria. Odian a los moros que vienen, según dicen, a cobrar paguitas; pero a la vez idolatran al general Franco, que tan buenas migas hizo con ellos.

Los que denuncian la “invasión” de días pasados en Ceuta parecen ignorar que la más numerosa incursión de ese tipo sufrida por España en tiempos recientes ocurrió allá por la guerra de 1936, cuando el general Franco alistó a unos 80.000 moros para que le ayudasen a derribar a la República. El rastro de atrocidades que dejó aquella tropa está documentado por los corresponsales de la prensa internacional de la época.

Tan agradecido quedó el Caudillo a los servicios de quienes habían venido a degollar cristianos que no dudó en rodearse de una vistosa Guardia Mora, con capa y turbante, como escolta personal.

La palabra “moro”, ahora utilizada como insulto por los que echan de menos a Franco, no parecía tener entonces connotación despectiva. El propio dictador la empleaba para denominar a su regimiento de palacio

Tal vez Franco fuese un progresista emboscado. Cierto es que detestaba a los judíos, a los liberales y a los demócratas en general; pero a cambio no dejó de exhibir un espíritu de lo más multicultural en otros aspectos. De hecho, ordenó la construcción de una mezquita (precisamente en Ceuta) para que sus tropas auxiliares pudiesen rendir culto a Alá sin miedo a ser detenidos en aquella España nacional-católica que vetaba la libertad de religión.

Más aún que eso, su heredero Juan Carlos pactaría años después (con Franco ya en las últimas) la entrega de la provincia española del Sahara a Marruecos y Mauritania. Los saharianos que hasta entonces tenían la condición de súbditos españoles con documento nacional de identidad bilingüe, pasaron a ser marroquíes de un día para otro. Nadie les consultó, pero puede que no a todos les gustase la mudanza de Guatemala a Guatepeor. Y ahí empezó el lío.

Nada de esto parece disuadir a quienes siguen viendo amenazas de invasión en lo que a todas luces es una huida del hambre desde el Tercer Mundo al imaginado paraíso europeo, por más que Mohamed VI la use con propósitos estratégicos.

Los moros, a diferencia de los que trajo Franco, han dejado de ser aliados; y ahora son los franquistas tardíos quienes la toman con ellos y con una chica de la Cruz Roja por el grave delito de ejercer la compasión con el prójimo. Será que esta gente tiene problemas con los colores, pero cuando uno empieza a ver rojerío hasta en la cruz, debería hacérselo mirar. Mucho es de temer que no lo hagan.

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