Opinión | El correo americano

El abrazo

Sucedió hace casi tres años aquí, en Estados Unidos. Cuando las familias de algunos inmigrantes estaban siendo separadas en la frontera, un presentador muy popular de Fox News quiso tranquilizar a sus espectadores librándolos del peso de sus conciencias ante la barbarie relatada: “No son nuestros niños”. Sabemos que bajo este execrable argumento se pudieron haber cobijado los colaboracionistas de unos cuantos regímenes pasados. Y sabemos que la frase denota unas carencias en el individuo que la pronunció demasiado evidentes como perder el tiempo glosándolas.

Pero la falacia que se les estaba trasmitiendo a la audiencia de esa cadena es que había que elegir entre los niños de Idaho y los niños de Honduras. Es decir, que si no se aplicaba esa política podrían ser los hijos de esos espectadores los que acabarían siendo enjaulados. Y así, situando en esa tesitura al votante, es como justifican hoy también los partidos de extrema derecha su desinterés por los derechos humanos. No solo piensan que el sufrimiento del extranjero no es convalidable al menos que éste mantenga la documentación en regla, sino que, además, denigran a los que se conmueven cuando contemplan la descomposición física y emocional de quienes se han jugado la vida por encontrar otra mejor, insinuando con ello que al solidarizarse con los de fuera están despreciando a los de dentro.

"Y la propaganda tiene consecuencias; el odio proporciona votos; pero, una vez instalado, no desaparece con facilidad"

Algunos miembros de estas formaciones políticas, para colmo, dicen ser los más cristianos de los cristianos, últimos guardianes de un Occidente decadente que espera impasible la llegada de sus invasores, aunque al romperse la cáscara de ese discurso grandilocuente suele aparecer a veces un cínico que vive de la controversia. En cualquier caso, unos y otros, creyentes y no creyentes, fanáticos e impostores, además de propagar bulos sin complejos, se apuntan con rapidez a las lapidaciones virtuales disponibles.

Lo que ha sucedido con la fotografía de una voluntaria de la Cruz Roja abrazando a un inmigrante en Ceuta responde a ese clima de opinión tan intensamente cultivado durante los últimos años. Pocas objeciones se le pueden poner a una persona que muestra su compasión al encontrarse de frente con el dolor ajeno. Sin embargo, debido a “la oleada de insultos xenófobos y racistas” que recibió, según han contado varios medios, ha tenido que cerrar su cuenta de Twitter. También está el drama específico del consolado y su historia inacabada.

George Steiner recordaba que “es un tópico más antiguo que Tucídides que, en el ejercicio del poder político, la especie humana puede y quiere volver a la animalidad”. En el tribalismo no hay empatía. Se ha visto que algunos partidos estimulan este tipo de comportamientos. Y la propaganda tiene consecuencias; el odio proporciona votos, pero, una vez instalado, no desaparece con facilidad.