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Charo Izquierdo opinadora

Puerta infernal

Llevo días dando vueltas a imágenes que me han removido, vídeos y fotos de la catástrofe migratoria sucedida en las fronteras de África y la Unión Europea, entre Marruecos y la ciudad autónoma de Ceuta. No soy la única. Los medios y las redes sociales viralizaron la del bebé rescatado del mar por un Guardia Civil y la de una voluntaria de la Cruz Roja abrazando a un joven que más que marroquí parecía subsahariano, dado el color de su piel. Qué dolor y cuánta humanidad en un instante, en una instantánea. Ya conocemos los motivos “de Estado” del intento de pasar de un continente al otro; que los juzgue cada cual, si es que se atreve. Ya sabemos los métodos de los implicados, especialmente de la policía marroquí, para abrir las fronteras. Se ha escrito y hablado mucho. Pero habría que conocer las motivaciones personales y familiares de estos seres humanos que arriesgan su vida. Las de ellos y las de miles de personas que lo hacen cada año, con fórmulas más o menos peligrosas.

No vienen de vacaciones.

Ni a pasar el fin de semana.

No vienen de visita familiar.

Ni a una boda, una fiesta o un concierto.

No. Esos son nuestros viajes. Para esos menesteres cruzamos nosotros las fronteras. Sin más problemas hoy que los que impone la pesadilla pandémica, que por cierto ellos también sufren.

Arriesgan su vida y ponen en riesgo las de sus familias porque buscan una vida mejor. Claro que hay que contar con el impulso político a la desbandada, pero ni a usted ni a mí nos mueve nadie de nuestras casas, de nuestros países, de nuestras raíces por mucha política que nos salseen. Necesitan horizonte de vida. Cruzan creyendo pasar del infierno al paraíso, ignorantes de su auténtico destino, sospechando que pueden sufrir, sí, desmoralizados, también, ligeros de equipaje, ellos sí, sin eufemismos poéticos ni frases hechas.

Me remueve el estómago. Me produce un terrible dolor de corazón.

Me genera un sentimiento similar al que experimento cuando veo gente durmiendo en la calle, esos denominados homeless (sin hogar), que yo prefiero llamar hopeless (sin esperanza), porque es precisamente la desesperación lo que arroja a las personas a resistir en las calles, que a eso no se le puede llamar vivir. Es la ausencia de miras, la de casa, la ausencia de familia, la de amor, la ausencia de otros, la de un soporte, todo eso y muchas más causas igualmente difíciles de entender, imposibles de juzgar, lo que impele a seres humanos a lanzarse fuera del hogar o a situaciones que acaban expulsándolos del mismo, sean las que sean.

Los migrantes arriesgan su vida y ponen en riesgo las de sus familias por una vida mejor

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Los datos son estremecedores. Según Cáritas España, en nuestro país, hay más de 40.000 personas sin hogar. Algo inaudito nos parece que el 15% de estos seres posea estudios superiores. Por otro lado, el 47% de las personas sin hogar ha sufrido al menos un delito de odio y cuentan, como mínimo, con 30 años menos de esperanza de vida que cualquiera de nosotros. Escuchaba explicarlo a Esperanza Vera, presidenta de la fundación Bokatas, que trabajan con personas “sinhogar”, y me atenazaba la garganta, hasta quedar muda, porque como ella bien contaba estos invisibles no acaban de la noche a la mañana sin casa, sino que su estado surge de un proceso traumático personal y de ruptura con la sociedad, cuyo último paso es la calle. La asociación es candidata a uno de los premios “Optimismo Comprometido” que otorga la publicación Anoche tuve un sueño y mi querida amiga Julia Higueras, en la categoría Optimistas Comprometidos con el Pensamiento Sostenible. Y cuando pienso en la situación de vida por la que estamos pasando y en los desastres económicos y personales de tantos seres, siento que Bokatas merece el galardón e, independientemente de que lo consiga, doy más gracias a Julia por haber creado estos premios. Ser optimista es hoy una necesidad, pero como ella misma bien dice, ser optimista comprometido es la única manera de trabajar realmente por el cambio social que estamos pidiendo a gritos, un cambio alineado con los Objetivos de Desarrollo Sostenible, por los que tanto hay que trabajar y que aún parecen tan lejanos. Los sin techo o la situación migratoria (la reciente, pero también la de cada día en tantas fronteras) no solo debería reiterarnos en la pelea global por esos objetivos, especialmente los que tienen que ver con las desigualdades, la pobreza, el hambre, la educación…, sino movilizarnos de manera individual para alcanzarlos. 2030 está ahí, al volver la esquina.

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