Paloma Chen, una poeta española nacida de padres chinos, decía el otro día en una entrevista que ella no domina el chino y sus padres no dominan el español, lo que significa que la comunicación entre ellos y ella ha carecido, en principio, de las posibilidades que tendría una familia cuyo primer idioma fuera el mismo. Tal es mi caso. Mis padres y yo hablábamos el mismo idioma, pero nunca llegamos a entendernos. Pienso ahora que si mis padres hubieran dominado apenas el español y yo apenas el chino nos habríamos entendido mejor. ¿Por qué? No sé, por la curiosidad de saber qué pensaban ellos de mí o yo de ellos y los tres de la vida. Me veo en el salón de casa, con mis padres chinos, tratando de explicarles lo que he aprendido ese día en el colegio y estoy convencido de que el abismo lingüístico habría sido un acicate para entablar entre nosotros un intercambio de ideas que no llegó a darse. Digo todo esto sin minusvalorar el drama personal de Paloma Chen, que me ha provocado innumerables reflexiones.
"Pongamos que el PP no dominara la lengua del PSOE y viceversa. ¿Montarían los espectáculos que montan o harían esfuerzos sobrehumanos para llegar al otro?"
Pongamos que en el Parlamento español el PP no dominara la lengua del PSOE y viceversa. ¿Montarían los espectáculos que montan o harían esfuerzos sobrehumanos para llegar al otro? El idioma que comparten no sirve ahora más que para distanciarlos. Y los distancia tanto que a veces piensa uno que se manejan (o se desmanejan más bien) en jergas diferentes. Las famosas sesiones de los miércoles empiezan a resultar un espectáculo alucinante. Dan ganas de ofrecerse como traductor. Sería más útil que Casado me contara a mí lo que le quiere decir a Sánchez y al revés, de modo que me reuniría alternativamente con cada uno de ellos para trasladarle las palabras del otro. Estoy seguro de que esa dificultad aparente jugaría a favor de una armonía que estos momentos resulta ilusoria.
Lo dicho del PP y del PSOE sirve para el resto de los grupos, pues lo cierto es que, expresándose todos en castellano, el Congreso parece la Torre de Babel. Está uno en casa, frente a la tele, y se desespera observando ese vocerío. Claro, que lo primero que hace falta para entenderse es tener la voluntad de hacerlo. Esa voluntad es lo que escasea.