A la vista de la abundancia, y diversidad, de las iniciativas que el PSdeG despliega de un tiempo a esta parte, parece inevitable que alguien, acaso con malévola intención, sospeche que su dirección haya decidido disputarle la jefatura de la oposición al BNG. Al menos en la faceta de apariciones en los media, que siemple proporciona un plus de imagen. Los más perversos imaginarán quizá no sólo eso, sino que se pretende cambiar la estrategia del socialismo gallego mostrando de ahora en adelante tanta empatía con los problemas propios del país como para compensar la más que dudosa desplegada por el Gobierno central.

Conste que esta especie de “teoría de la rectificación”, que no supone en modo alguno la ingenua pretensión de otros políticos gallegos –de formaciones contrarias– que exigen del PSdeG-PSOE poco menos que reniegue de sus segundas siglas, o se oponga a quien gobierna desde ellas. Pero es posible que la modificación de una conducta anterior demasiado dócil corresponda –aunque tardía– no solo a los resultados del 15-J sino al relevo en la Delegación del Gobierno, que protagonizaba la docilidad extrema y que puede abrir la puerta a cambios todavía más significativos.

Sea sospecha fundada o mero rumor político de los que tanto abundan, uno de los datos destacados es el rol “decisivo” que el secretario xeral socialista atribuye a su partido en el Estatuto de Autonomía. Y exagera en el calificativo: en el cuadragésimo aniversario de su aprobación, que se cumple hoy, el PSdeG-PSOE de entonces era mucho más lo segundo que lo primero, aunque es verdad que, con el resto de la izquierda y, sobre todo, con el papel básico de parte de la UCD gallega, y la calle, hicieron posible que el texto de ese Estatuto reconociese a la auténtica Galicia.

Lo hicieron las fuerzas democráticas para evitar el “aldraxe” de colocar al país en cabeza de la segunda categoría cuando le correspondía la primera. Tarea que unió por un breve tiempo al país entero y que debe recordarse como fue, siquiera para evitar que se haga de forma equivocada o se manipule, hábito al que desde hace algún tiempo dedica grandes esfuerzos la extrema izquierda –sobre todo la podemita– en el marco de un asalto a la memoria histórica desde los sucesores de quienes querían que la democracia resucitase las dos Españas de la dictadura.

Por eso cuando don Gonzalo Caballero, acompañado de los dos presidentes que el PSOE tuvo en la historia de la Autonomía, señores González Laxe y Pérez Touriño, decía que el Estatuto actual era más un punto de partida que de llegada debería –en opinión personal de quien la escribe– haber especificado muy bien a dónde querría ir. Existe, desde luego, una buena base, que son los acuerdos logrados por el diálogo de la Xunta bipartita y el PPdeG –ya del señor Feijóo– entre 2005 y 2009. Se cerró sin acuerdo, pero los cimientos quedan registrados y no sería difícil construir un acuerdo sobre ellos dejando claros los objetivos, y bien trazados los caminos para conseguirlos evitando la confusión. Lograrlo depende de todos para fortalecer lo común resumido en el título de aquella canción inolvidable: libertad sin ira.

¿Verdad?