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Elena Fernández-Pello

A PIE DE PÁGINA

Elena Fernández-Pello

Unas por otras

“La pandemia de coronavirus está siendo particularmente dolorosa para las mujeres. Si no se adoptan medidas pronto, los avances logrados en el terreno de la igualdad de género en los últimos 25 años se perderán”, advertía en octubre de 2020 Anita Bhatia, directora ejecutiva adjunta de ONU Mujeres y subsecretaria de Naciones Unidas, en su informe sobre el impacto de la crisis sanitaria en la calidad de vida y los derechos de las mujeres. Hace apenas unos días, en víspera del 8M, en una entrevista en TVE, declaró que “la desigualdad entre hombres y mujeres es una pandemia contra la que se lleva luchando siglos” y el fruto de todo ese esfuerzo está en peligro.

La crisis sanitaria, según Bhatia, ha asestado un triple golpe a las mujeres: en sus ingresos, en su salud y en su seguridad, y si ha sido doloroso en la porción del mundo donde la vida es más cómoda, en los países en vías de desarrollo, en los que vive la mayoría de la población del planeta, ha resultado demoledor.

No hay que ir muy lejos para comprobar que, durante esta crisis, han sido mayoritariamente las mujeres las que han aparcado sus empleos para hacerse cargo de la atención, tanto de las personas mayores y dependientes como de los niños, y que los sectores laborales más castigados, ya sea por la precariedad, por la sobrecarga o por la exposición al virus, son los que están más feminizados: el sanitario, la limpieza y los cuidados. Peor aún es donde las mujeres tienen difícil acceso al mercado laboral y si trabajan lo hacen para llevar la comida justa a la mesa y donde carecen de la más mínima cobertura sociosanitaria. El futuro de muchas niñas ha quedado condenado, obligadas a dejar la escuela para faenar en el campo, cuidar el ganado o procurarse sustento con un matrimonio acordado.

La atención sanitaria a las mujeres también se ha resentido, con todos los recursos volcados en contener la expansión de la epidemia. El gasto público en servicios ginecológicos, los programas de salud sexual y reproductiva, incluso las campañas de vacunación de las que se benefician mujeres y niños especialmente, han quedado en suspenso o, en el mejor de los casos, se han ralentizado.

La violencia contra las mujeres, atrapadas con sus agresores y sin posibilidad de escape en medio del confinamiento general, ha experimentado un crecimiento exponencial en todo el mundo, según Naciones Unidas.

Toda crisis, por dolorosa que sea, suele esconder alguna oportunidad. En esta, Bhatia cree que se podría avanzar en algunas reformas pendientes desde hace mucho tiempo, como la adaptación de las normas de contratación a las necesidades de las mujeres, la erradicación de la brecha digital entre sexos, hacer asequibles los servicios de cuidado infantil y la educación en la primera infancia, conseguir que las estadísticas tengan en cuenta a las mujeres y, sobre todo, “acabar de una vez por todas con la lacra de la violencia de género”

El de la pandemia ha sido también un año en el que se ha hecho especialmente visible el liderazgo femenino. Angela Merkel, en Alemania, o Jacinda Ardern, en Nueva Zelanda, han demostrado que es posible ser firme y mantener un estilo de gobierno cooperativo y empático. La española María Neira, al frente del Departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se ha esforzado en imprimir transparencia a su gestión. A la húngara Katalin Karikó y a la alemana de origen turco Özlem Türeci, en colaboración con otros científicos, les debemos dos de las vacunas contra la COVID. Una mujer, Kamala Harris, ha ascendido por primera vez a la vicepresidencia de los Estados Unidos. Ursula Gertrud von der Leyen preside la Comisión Europea.

Unas por otras, y apelando a esa fraternidad femenina que hemos dado en llamar sororidad, hay que contener ese retroceso en los derechos de las mujeres que a algunas, como siempre las más vulnerables, puede llegar a costarles la vida.

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