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Poco margen para la esperanza

Las consecuencias de esta desgracia sanitaria se ven con facilidad. No hay más que asomarse a cualquier periódico o a cualquier medio de verdad informativo, para comprobar que se forman enormes colas de personas que, de repente, se han quedado sin ninguna posibilidad económica y a las que no les queda otra que tragarse su vergüenza y acudir a la beneficencia en demanda de lo más necesario para vivir, el alimento, y con la segura espada de Damocles sobre sus cabezas por si no pueden (que no pueden) hacer frente a los gastos más esenciales que les han venido permitiendo vivir en un piso, hipotecado o alquilado, con los también más esenciales gastos de necesidad vital que se convierten en implacables recibos cada primero de mes. Nada fácil es ponerse en la piel de quienes semejante situación viven y, en muchos casos, con pocas esperanzas inmediatas de solución. Uno empieza a pensar en los sectores más afectados y le salen un enorme rosario de ocupaciones que se han quedado totalmente nulas y han afectado de forma más o menos directa a otras muchas produciéndose una red de desocupación humana y, por ende, de pobreza creciente, que es difícil de asimilar, sobre todo porque muchos de los puestos de trabajo que daban ocupación, es seguro que no volverán a estar operativos en mucho tiempo o acaso, ya nunca más.

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