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Ceferino de Blas.

El día después

El final del año de la gripe en el entorno de Vigo se caracterizó por tres cuestiones: la terminación de la I Guerra Mundial, el auge de la conflictividad social y las repercusiones de la propia enfermedad.

La conclusión de la Gran Guerra fue acogida con entusiasmo en la ciudad, ya que auguraba el reinicio del tráfico marítimo internacional. Desde marzo de 1917 no llegaba a Vigo ningún trasatlántico, por miedo a la guerra submarina y porque los países en conflicto habían reconvertido sus buques de pasajeros y mercantes para usos militares.

De ahí que, el 12 de noviembre de 1918, día del armisticio, que coincidió con el final del confinamiento, los vigueses se echasen a la calle y recorrieran la ciudad, vitoreando a los cónsules de los países aliados, vencedores de la guerra, en especial los de Gran Bretaña y EE UU.

Había ansias de romper el estancamiento, aunque hasta el año siguiente no comenzará a activarse el movimiento portuario, que era uno de los principales soportes económicos de la ciudad.

La paralización industrial, y en general de la estructura productiva, salvo el sector de la conserva, muy demandada por los países beligerantes, fue la principal causa de la conflictividad social.

Las trabajadoras empacadoras de la lonja del Berbés protagonizaron desde el 26 de noviembre al 1 de enero la primera huelga estrictamente femenina de Vigo. Su fuerza radicaba en que las apoyaban los maquinistas de los vapores pesqueros, que pararon parte de la flota.

De hecho las mujeres tomaron el mando en Vigo, acuciadas por el grave problema de la subsistencia. A lo largo del año organizaron diversas protestas, que razonaron en un escrito al alcalde Lago. Decía así: "siendo escandalosamente caros los artículos de consumo, especialmente el pan, la carne, las harinas, las habichuelas, la leche?, y habiendo resultado nula la gestión de las autoridades locales para abaratar los artículos, las firmantes, en nombre de todas las mujeres de las clases trabajadoras", recurren para solucionarlo.

El paro, la escasez de comestibles de primera necesidad - el hambre-, y el clima revolucionario que se extendía por una Europa, destrozada por la guerra, crearon un caldo de cultivo propicio para la conflictividad social.

Tendrá su máxima expresión en 1919, cuando estalla la huelga general que en Vigo duró del 29 de noviembre al 27 de diciembre --los días en que FARO estuvo cerrado-, y en el tranvía y el gas, algunos días más.

Vino precedida por conflictos parciales, uno de los más enconados fue el de las empacadoras de la lonja con los exportadores de pescado. Entre otras causas porque querían eliminar puestos de trabajo, al considerar excesiva la plantilla.

En este ambiente de crispación en que vivía la ciudad se había llegado al desenlace formal del confinamiento de la población por la gripe. Comprobada la letalidad de la epidemia, la gente volvió con temor a la vida normal, pero la reducción de las defunciones coadyuvó a que fuese calando la sensación de que el virus había pasado. El día después de la gripe fue el lento retorno a cómo eran las pautas antes de desatarse.

El día después del coronavirus se presenta como una incógnita. Por más que se esbocen planes desde todos los ámbitos - sanitarios, familiares, laborales, de relaciones sociales, turísticos, de ocio, deportivos-, nadie sabe exactamente cómo va a reaccionar la población, porque tampoco se conoce cómo actuará el virus.

Existe coincidencia entre los analistas de que las pautas de comportamiento, usos y costumbres, van a modificarse.

Concebir la vuelta a la normalidad como lo hicieron los vigueses de hace un siglo, que consistió en recobrar los comportamientos anteriores al estallido de la gripe, no parece que vaya a ocurrir.

Aunque sea lo que todos desearíamos para el día después: volver a ser como éramos, y hacer lo que hacíamos, en diciembre de 2019.

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