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La gran reforma del puente de O Burgo

La próxima rehabilitación y consiguiente peatonalización del puente de O Burgo, "sobre el que se escribió toda la historia de la ciudad", según el profesor Filgueira Valverde, traen a colación la gran transfiguración acometida a mediados del siglo pasado. Su principal interés para el vecindario de Lérez radicó en que mejoró el desarrollo urbano de la parroquia y también incrementó mucho su calidad de vida.

El proyecto se presentó a bombo y platillo como "la reconstrucción más importante del puente en toda su historia". Detrás estaba la 6ª Zona del Plan de Modernización de Carreteras, a cuyo frente se encontraba el ingeniero pontevedrés Antonio Sáenz-Díez Vázquez, así como la propia Jefatura Provincial de Obras Públicas, que comandaba Ricardo López Molero, otro competente ingeniero que gozó de mucha impronta social en esta ciudad.

A pesar de la grandilocuencia de tal enunciado, su alcance en absoluto faltó a la verdad. Las obras requirieron el delicado levantamiento de buena parte de su superestructura para reforzar la propia cimentación. Pero cuando acabó todo, el ingeniero director, Juan Llansó Viñals, no tuvo ningún empacho en reconocer que "encontramos una estructura mejor que lo que esperábamos". Todo fueron parabienes.

La principal motivación de la reforma acometida no fue otra que un ensanchamiento del puente, en tanto que importante vía de entrada y salida de la ciudad. La calzada de cuatro metros ya resultaba escasa para acoger el paso de coches, autobuses y camiones en doble dirección; otro tanto ocurría con sus estrechas aceras para los peatones, que no superaban el metro de anchura.

Más allá del proyecto original, el histórico puente sufrió una reforma integral en toda regla, incluso con diversas mejoras no contempladas inicialmente, que incrementaron su coste hasta cerca de los dos millones de pesetas.

La Dirección General de Carreteras y Caminos Vecinales del Ministerio de Obras Públicas adjudicó las obras al contratista pontevedrés Raymundo Vázquez Fernández el 21 de agosto de 1952 por un importe de 1.586.578,02 pesetas y un plazo de ejecución de diecinueve meses. Sin embargo, su inicio se retrasó casi un año para disponer antes de las alternativas necesarias al corte del puente de O Burgo, tanto para vehículos como para peatones.

Para el tránsito vecinal de un lado al otro del río se construyó una pasarela de madera sobre el Lérez, mientras que el tráfico de Santiago se desvió por el puente del ferrocarril que acababa de levantarse aguas arriba para dar servicio a la nueva estación, que aún tardó diez años en entrar en funcionamiento.

Oficialmente las obras comenzaron en junio de 1953 y finalizaron en septiembre de 1954, con un adelanto de varios meses.

En síntesis, los trabajos consistieron en el reforzamiento de las antiguas bóvedas y la construcción de otras veintidós nuevas, que constituyeron la base fundamental para el ensanche del puente. La nueva calzada duplicó su tamaño hasta los ocho metros y se revistió con un firme de aglomerado asfáltico sobre una base hormigonada. El alumbrado se compuso de veinticuatro faroles de hierro forjado con lámparas de 250 watios sobre doce postes de hormigón armado.

Sabino Torres escribió en su revista Litoral una crónica impagable sobre aquella actuación, destacando en especial el buen trabajo realizado por la empresa constructora.

"Particularmente laboriosa -destacó- fue la labra y colocación de las complicadas impostas y los graciosos canecillos de granito que, modelados sobre los antiguos, hubieron de ser colocados casi al aire, de tal forma que cada uno originó un problema que solo pudo resolverse con la inimitable habilidad y artesanía de los canteros pontevedreses".

A decir verdad, aquella gran reforma del puente de O Burgo no trastocó solo el día a día del vecindario de Lérez, sino que toda Pontevedra resultó afectada de una u otra manera; sobre todo por su incidencia en el servicio de abastecimiento de aguas.

Las obras propiciaron una reforma de las grandes tuberías que transportaban el agua del río a toda la ciudad, y que también incluyó un reforzamiento de la propia cámara de llaves de paso. Esos trabajos provocaron la restricción del servicio a través de una sola canalización en lugar de las dos habituales, con el impacto consiguiente en las zonas altas.

Si habitualmente los problemas del suministro de agua a los hogares estaban a la orden del día en aquel tiempo, mientras duraron aquellas obras, tanto las restricciones como los cortes se producían cada dos por tres. No obstante, tanto esas como otras incomodidades se dieron por bien empleadas.

La inauguración oficial del viejo puente con su nueva cara tuvo lugar el 14 de septiembre de 1954 con la presencia del ministro del ramo, Fernando Suárez de Tangil y Angulo, más conocido por el conde de Vallellano, acompañado del subsecretario, José Mª Rivero de Aguilar.

El alcalde Juan Argenti solicitó a los pontevedreses que testimoniaran su agradecimiento al ministro de Obras Públicas, y la convocatoria resultó un éxito. Todo el mundo quiso ver con sus propios ojos el resultado final de aquellas obras, y los cronistas locales escribieron que "los vecinos de O Burgo están como niños con zapatos nuevos?."

En días posteriores continuó el trasiego de viandantes dispuestos a estrenar las espaciosas aceras. Y el legendario Sprinter resaltó "el efecto nocturno del puente con su nueva iluminación".

El ingeniero director de las obras realizadas, Juan Llansó Viñals, sentenció al finalizar su trabajo que "el puente de O Burgo ya no puede dar más de sí". Y vaticinó al respecto que cuando volviera a quedarse estrecho "no habrá más remedio que construir otro nuevo". Su pronóstico resultó certero, pero nunca imaginó que acabarían levantándose otros cuatro puentes más.

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