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el correo americano

Xabier Fole

Amaño

En 1863, Lincoln pronunció en Gettysburg un breve discurso -su extensión no excedía las 273 palabras- recurriendo por primera vez el término "nación" en vez de "unión" con la intención de dirigirse a los miembros de los dos bandos que todavía luchaban y morían en la guerra de secesión. Aquella alocución, realizada en honor de los caídos en la batalla antes de que finalizara el conflicto bélico, se elaboró para mandar un mensaje unificador ("todos los hombres han sido creados iguales") a los ciudadanos de un país dividido. Que Trump eligiera ese pueblo del estado de Pensilvania para hablar sobre el programa que desea aplicar en los primeros cien días de gobierno es algo más que una simple perversión simbólica.

Cuando subió al estrado, tras la intervención de un irreconocible y tristemente desorientado Rudy Giuliani, el candidato republicano comenzó diciendo que había optado por ese lugar histórico debido a la fuerte división que ahora padece Estados Unidos y luego atacó con ferocidad a Hillary Clinton y a los "corruptos" medios de comunicación (mencionó al Washington Post y a su compañía matriz, Amazon), sugiriendo además que los resultados de las elecciones no son fiables; es decir, se lamentó de lo poco unidos que estaban los estadounidenses y acto seguido continúo promoviendo e intensificando, como ha hecho durante toda la campaña, esa desunión.

No sabemos si, al seleccionar este lugar, Trump pretendía beneficiarse de una calculada reescritura de la historia, manipulando ciertos acontecimientos fundacionales de la nación para adaptarlos a su retórica personalista, o si, con ese acto electoral, estaba realizando una sincera exhibición de guerracivilismo propia del líder iluminado e irresponsable que ha demostrado ser. Sean cuales fueren sus intenciones, lo cierto es que sus seguidores, quienes siguen negándose a reconocer las contrastadas mentiras del magnate, serían capaces de ver hasta una reencarnación de George Washington cruzando el río Delaware si aquellos que cuestionan la veracidad de dicha escena pertenecen a esas supuestas élites políticas y periodísticas que, inducidas por siniestros intereses, conspiran para acabar con la clase media de las "ciudades del interior" mientras se llevan los trabajos fuera del país y tratan de convertir a Estados Unidos en un peligroso infierno multiculturalista.

Aunque un ejército de fact-checkers aparezca cada madrugada con una docena de pruebas incriminatorias, la culpabilidad sigue sin poderse demostrar ante este rebaño de convencidos, porque el sistema que lo acusa, esa cosa monstruosa de definición imprecisa, ha sido desautorizado desde el comienzo. Existe una estrategia bastante recurrente en la preparación de los debates políticos que consiste en bajar las expectativas del candidato -a través de filtraciones a la prensa- para que sus intervenciones en él acaben resultando mucho mejor de lo esperado y de ese modo sean recibidas de una manera positiva por el público. La campaña de Trump, sin embargo, plantea otro tipo de escenario. Uno en el que todo está amañado para que su contrincante gane. Uno en el que, ocurra lo que ocurra el ocho de noviembre, es imposible salir derrotado.

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