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el correo americano

Xabier Fole

Lo que no podemos ser

En las convenciones de los republicanos y los demócratas se han expuesto, a lo largo de su historia, distintos modelos de país, programas políticos y económicos contrapuestos, algunas causas particulares y filosofías de vida más o menos llamativas. Desde que la televisión, es decir, la imagen, es vital en el proceso, los electores, además de descubrir el nombre del nominado, se convierten en los espectadores de un programa audiovisual, que compite en audiencia como cualquier otro, en el que se pretende no solo describir cómo está el país de acuerdo a los intereses de cada aspirante (sus problemas o progresos), sino definirlo y representarlo; interpretar, como si se tratara de un casting en una película, al presidente de Estados Unidos. Ya se verá si puede serlo, pero no hay duda de que hay que parecerlo. De ahí la relevancia de los discursos (en Estados Unidos una alocución sí puede cambiar el sentido del voto) y su performance.

Hillary Clinton sabía cuáles eran sus puntos débiles antes de aparecer en la convención. Hay gente que, como ella misma reconoció, después de haberla observado durante años sirviendo como Primera Dama, senadora y Secretaria de Estado, nunca la aceptará. Haga lo que haga y diga lo que diga. "Algunos no saben qué hacer conmigo", se lamentó. Su apellido, asimismo, simboliza algo más que un legado personal: los años de la presidencia de su marido, Bill Clinton, para algunos, una era de corrupción moral y repugnante cinismo. (El libro de Christopher Hitchens, titulado "No one left to lie to" [No queda nadie a quien mentir], es un lúcido y divertido ejemplo de ese tipo de crítica). Y el caso de los correos electrónicos (usó su correo personal para asuntos de estado) tampoco ayudó mucho a la hora de recuperar la confianza, tanto de los demócratas que menos creen en ella como de los republicanos desencantados con su partido. Por eso la candidata hizo un ejercicio de realismo y no intentó, a pesar de que este tipo de ocasión lo requiere, ser lo que no es: inspiradora, carismática y persuasiva. Lo opuesto a Barack Obama, quien volvió a seducir al público con sus encantos, poniéndolos esta vez al servicio de la nominada: "Os pido que hagáis por ella lo que hicisteis por mí". Que la convención se celebrara después de la republicana benefició algo, al menos en términos de representación, a los demócratas, ya que estos últimos pudieron recurrir a los argumentos del enemigo (citas, referencias, gestos) en su antítesis. En cierto sentido, se escenificó una especie de contraconvención, preparada y ejecutada para desenmascarar al villano no presente: Donald Trump. La candidata afirmó: "Él (Trump) quiere que tengamos miedo del futuro y nos temamos unos a otros. Bueno, a un gran presidente demócrata, Franklin Delano Roosevelt, se le ocurrió la mejor reprimenda para Trump hace más de ochenta años, en unos tiempos mucho más peligrosos: 'A lo único que tenemos que tener miedo es al propio miedo'". Hillary Clinton comenzó su discurso con una crítica al culto a la personalidad exhibido por el candidato republicano, ensalzando a los anónimos ciudadanos de una nación que, en palabras de Obama, no hace falta hacerla grande de nuevo (como reza el lema de campaña republicano) porque "ya es grande".

En el año 2009, el humorista Bill Maher, irritado por la actitud conservadora que estaban mostrando algunos miembros del partido de Obama en las dos cámaras, impidiendo de ese modo que se pudieran aprobar una serie de políticas progresistas promulgadas por el presidente, dijo que "los demócratas se han movido hacia la derecha y los republicanos se han movido a una institución mental". Sin embargo, en este momento, con un candidato que representa, según el Washington Post, una "amenaza única para la democracia estadounidense" (el periódico publicó una editorial histórica explicando por qué realizaban tan contundente afirmación con la campaña todavía sin empezar), puede que el ala izquierdista del partido (e incluso algunos republicanos con la abstención) tenga que dejar a un lado el sueño de "lo que nos gustaría ser" -como insinuó Sarah Silverman al quejarse de los partidarios de Bernie Sanders que se negaban a apoyar a Hillary- y centrarse en otro planteamiento quizás menos idealista pero muy urgente y necesario: lo que, por el bien de todos, no podemos ser.

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