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El meollo

Lourizán

Tiene delito que el palacio de Lourizán y su entorno se encuentren sumidos en ese estado de abandono, patético y escandaloso, que acaba de recordar FARO, olvidado por su propietaria (Diputación Provincial) y descuidado por su inquilino (Xunta de Galicia-Consellería de Agricultura).

La mansión recreada por Montero Ríos hace casi un siglo y medio no merecía esa mala suerte, esa especie de maldición que no solo afecta al antiguo pazo, sino también a su entorno más cercano que un día recibió el nombre de Los Placeres por su placidez incomparable.

La Diputación de Pontevedra compró el Palacio de Lourizán a los herederos de Montero Ríos en 1942. Para realizar tan costosa operación no dudó en comprometer la estabilidad financiera de la Caja de Ahorros Provincial. Don Prudencio Landín Tobío fue el intermediario de aquel contrato y Filgueira Valverde y Fernández Villamil ejercieron como testigos. La causa no fue otra que acoger en sus instalaciones el naciente Centro Regional de Enseñanzas, Investigaciones y Experiencias Forestales. Su primera época resultó la mejor, pero todo evolucionó a peor.

Lourizán estaba llamada a albergar la primera Escuela Superior de Ingenieros de Montes fuera de Madrid. Lo tenía todo y más. Pero el destino se cruzó en su camino y le jugó una mala pasada. Su estrella se truncó.

El 22 de enero de 1991, José Manuel Romay Beccaría, a la sazón conselleiro de Agricultura, firmó un convenio con César Mera Rodríguez, presidente de la Diputación, que cerraba la cesión íntegra del palacio y su finca por un período de treinta años, hasta 2021. La Xunta iba a tomar el relevo del Estado y colocar Lourizán en lo más alto de la capacitación y experimentación agraria, así como en la investigación y enseñanza forestal.

Lamentablemente, todos los anuncios que desde entonces se hicieron para dar nuevos usos y llenar de contenidos el legado de Montero Ríos se cuentan por fracasos, entre desidias, incumplimientos y olvidos.

El meollo de la cuestión está en valorar debidamente, con sentido, mesura y racionalidad, si el Palacio de Lourizán y su entorno tienen o no alguna posibilidad tangible hoy de disfrutar de una nueva vida y, en consecuencia, vislumbrar cuál sería el cometido más adecuado para ese hipotético uso, que justificase la inversión necesaria e insuflase sabia renovada por todas y cada una de sus deslumbrantes estancias, hoy en estado ruinoso.

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