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De vuelta y media

El "Edificio Osorio" que derivó en "Las Torres"

Paradigma del descontrol de los años sesenta, el proyecto empezó con siete alturas y terminó con catorce, por obra y gracia de la permisividad municipal

El rascacielos por excelencia de Pontevedra comenzó a gestarse el 18 de noviembre de 1959. El Ayuntamiento formalizó aquel día la adjudicación definitiva al único postor del solar ubicado entre García Camba y Andrés Muruais, una atractiva esquina que había pasado a propiedad municipal tras un proceso de alineamiento de las dos calles. Poco tiempo después, ambas partes rubricaron la escritura notarial de compra-venta.

Efectivamente a aquella subasta pública solo se presentó una oferta: Antonio Osorio Rodríguez pagó la friolera cantidad de 650.000 pesetas por una superficie de solo 284 metros cuadrados; o sea a razón de 2.335 pesetas el metro cuadrado.

A partir de entonces aquel hombre hecho a sí mismo, de humilde ascendencia orensana, dedicado en sus comienzos empresariales la comercialización de vinos a granel, empezó a escribir su particular leyenda como emprendedor hostelero y promotor modélico de los edificios más altos de la capital.

La razón por la cual la edificación impulsada por Osorio en aquella significada esquina se inició con siete plantas y acabó con catorce alturas, exactamente el doble de lo proyectado en su origen, pertenece al secreto del sumario. No obstante, algunas evidencias claras llevan a imaginar con bastante fundamento que fue lo que permitió tamaña ilegalidad urbanística.

El Plan de Ordenación de Pontevedra de 1953, que seguía vigente entonces aunque estaba claramente desfasado, no permitía la construcción de más de cinco o seis alturas en ningún lugar. Así de claro.

Lo cierto y verdad fue que los acuerdos municipales sobre las autorizaciones formales de más y más plantas para aquella construcción se hurtaron al conocimiento público. Nunca figuraron recogidas numéricamente hablando en las notas oficiales que la Comisión Municipal Permanente facilitaba habitualmente a los medios informativos. Quien hacía la reseña, hacía la trampa y solo ponía lo que quería en forma de verdad a medias.

El destierre del solar en cuestión se acometió en septiembre de 1960. Un mes más tarde se presentó ante el Ayuntamiento un croquis del edificio y la Comisión Permanente fijó una altura máxima de veinte metros. Bajo esa premisa los arquitectos Emilio Quiroga y Alfonso Barreiro firmaron al alimón un proyecto de bajo comercial y siete plantas que la susodicha comisión autorizó en febrero de 1961.

En enero de 1962 el edificio ya en construcción pasó de golpe y porrazo a doce plantas. El Ayuntamiento justificó tan generosa permisividad en la "singularidad" de la obra y en su ubicación "cara a una futura plaza".

Luego la reseña oficial solo dijo que se "accedía" a lo solicitado por el promotor, "de acuerdo con el informe del Servicio Municipal de Obras sobre el número de plantas". Pero ni una palabra sobre qué era lo que decía aquel informe mentado.

Solo tres meses después, la misma Comisión Permanente bendijo otra ampliación de dos plantas, hasta llegar a las catorce alturas finales y descargó toda la responsabilidad de su ejecución y seguridad en Quiroga y Barreiro. Ante ese emplazamiento tan explícito, los dos arquitectos no jugaron más con fuego y se plantaron, ante la duda razonable de que la cimentación del edificio no soportaría otro piso más.

La información ofrecida desde el Ayuntamiento en esta ocasión para conocimiento público a través de la prensa y radio resultó más escueta todavía que la notificación anterior y se limitó a recoger que "se autoriza para realizar obras a Antonio Osorio" (sic). Ni una pista siquiera sobre aquel "pastel" urbanístico, por otra parte aderezado a la vista de toda la ciudad.

A la capacidad de influencia que Osorio Rodríguez empezaba a tener como promotor de éxito sobre la corporación pontevedresa había que sumar la implicación directa de los dos arquitectos municipales. El Ayuntamiento seguramente nunca habría autorizado esas catorce plantas a otro proyecto que no estuviera firmado por Emilio Quiroga y Alfonso Barreiro.

Entonces no existía incompatibilidad alguna entre la actividad privada y pública de los técnicos municipales, algo impensable hoy. Por ese motivo, buena parte de los proyectos más importantes que se acometieron entonces llevaron su rúbrica imprescindible.

"Las Torres" constituyó, en definitiva, el caso más paradigmático del caos y la impunidad en materia urbanística que reinó en Pontevedra durante la década de los años sesenta. Menos mal que se salvó el casco antiguo.

Al concluirse el edificio, la prensa local se deshizo en elogios hacia "la más alta cumbre de la urbe pontevedresa" o "la obra más elocuente de la arquitectura del siglo XX en nuestra ciudad".

Los "rascacielos" empezaron a aflorar por doquier en las poblaciones más desarrolladas y Pontevedra no quiso quedarse atrás con respecto a Vigo. Cuantas más alturas, mejor que mejor y modernidad a la vista.

Cemento armado por dentro, y revestimiento en mármol y carpintería metálica por fuera. Esos fueron los tres pilares de "La Torres", aquella construcción que causó sensación, por más que el interior de sus viviendas no tenían nada del otro mundo.

Junto a Quiroga y Barreiro intervino como aparejador Mariano de Pedro, otro clásico. Y los materiales se repartieron entre firmas reputadas como Unión Cristalera, Marmolería Gallega, Terrazos Riego, Saneamiento José María Gaiteiro, Manofacturas Metálicas, pintura y decoración Manuel y José Riveiro, Frigoríficos Frimahe y Gaggia, y Severino Martínez. Estaban todos los que eran.

Antonio Osorio Rodríguez celebró la inauguración de "Las Torres", edificio y cafetería al mismo tiempo, con un loable gesto altruista, muy en su papel de triunfador social: el 29 de marzo de 1964, domingo de Resurrección, obsequió con un almuerzo servido por "Calixto", santo y seña del buen comer en esta ciudad, a todos los internos del Asilo de Ancianos "Virgen del Camino". Todo un detalle.

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