Si es cierto, como dicen algunos, que no hay una política exterior común europea -son tan divergentes todavía los intereses nacionales de unos y otros-- no cabe decir lo mismo de su política económica.

Aquí, desde que comenzó la crisis sólo parece escucharse una única voz: la de la Alemania, que ahoga con su potencia todas las protestas de quienes se sienten fuertemente perjudicados por sus exigencias de austeridad "über alles".

Lo ha denunciado alguien que conoce muy bien el funcionamiento de las instituciones europeas, el eurodiputado franco-germano y vicepresidente del grupo de los Verdes en el Parlamento de Estrasburgo, Daniel Cohn-Bendit.

"La forma en la que Alemania domina la política europea contradice la idea fundamental de Europa", critica un desengañado Cohn-Bendit, que se queja sobre todo de lo poco que está haciendo ese país para lograr una rápida integración europea.

Es un diagnóstico similar al que hace el filósofo italiano Massimo Cacciari, para quien también avanza a paso de tortuga la unificación europea o, al menos, la cada vez más imprescindible convergencia entre políticas sociales y fiscales.

¿Qué se está haciendo a nivel europeo para conjugar participación democrática con desarrollo, innovación y política técnico-económica?, se pregunta Cacciari.

Consecuencias de esa falta de impulso, de las carencias de una política convergente y de la necesaria solidaridad de los países económicamente más fuertes con los más débiles, son el crecimiento del euroescepticismo cuando no una peligrosa explosión de todo tipo de nacional-populismos.

Y es que se está haciendo muy poco para conjurar el peligro que supone para le necesaria cohesión continental una Europa de dos velocidades: la de los países con superávit y la de los del déficit, a los que se imponen recortes y privatizaciones, que son en el mejor de los casos sólo pan para hoy y hambre para mañana.

Entre fríos tecnócratas, por un lado, y populistas y demagogos, por otro, se está creando una situación en la que se puede terminar perdiendo todo aquello que ha sido el orgullo de la Europa surgida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial: valores como los derechos humanos, el respeto de las minorías y la cohesión y la paz sociales.

Algunos gobiernos, por afinidad ideológica, otros, por debilidad o cobardía, están aplicando la política que dicta una Alemania que parece pensar sólo en sus propios intereses, como un euro fuerte que no le impide exportar, pero está perjudicando en cambio a países que por más sacrificios que imponen a sus ciudadanos, no logran superar la crisis.

Con unos niveles de desempleo insoportables, cuando hacen falta no sólo inversiones tecnológicas inteligentes sino también jóvenes bien formados, dispuestos a aportar su entusiasmo, su talento y su capacidad innovadora, nos encontramos con que, siempre con el pretexto de la crisis, se recortan los gastos en educación justamente en los países que más la necesitan y se para el ascensor social.

Cuando algunos países como Grecia hablan de la necesidad de condonar parte de su deuda y de una moratoria para el resto porque sólo así podrán salir del círculo vicioso en que se encuentran, habría que recordarle a la orgullosa Alemania que también a ella se le canceló en 1953 una parte importante de su deuda, lo que facilitó su espectacular despegue tras la guerra. Ayer por ti, hoy por mí, debería ser la consigna.