He esperado por si alguien decía algo al respecto, pero nada. A lo mejor nunca ha existido, quién sabe, nuestros ojos nos engañan constantemente, pero los míos, es decir, estos dos faros oscuros con más de cincuenta años a cuestas, se atreven a jurarlo; sí, mis dos ojos recuerdan y no se olvidan del viejo árbol del antiguo viaducto de Redondela. Ese que, ahora dicen, han renovado. Era una higuera, o quizás un nogal, nunca lo he sabido con certeza, pero cada vez que pasabas camino de Pontevedra, ahí estaba él/ella, nacido/a de una lujuriosa semilla echada a la bartola que vino a caer entre las piedras; entre arco y arco se sujetaba y se mantenía.

Y así durante más de cuarenta años; él/ella ha sabido mantenerse en semejante lugar; territorio inverosímil, aparentemente inerte y, hasta ahora, inaccesible.

Cuántas cosas no habrá visto y escuchado, y de qué se habrá alimentado durante todo este tiempo, y qué habrá sido de él/ella; en qué inmerecido estercolero reposarán sus restos; prefiero pensar que quizás lo/a hayan muerto y resucitado; es decir, quizás alguien se haya apiadado de él/ella y lo/a hayan reconvertido en un par de sacos de pellets de esos de los que yo utilizo a diario en mi casa para calentarme. Sí; por qué no; prefiero pensar que la primitiva materia de ese inolvidable rebelde embutido entre las piedras del viejo viaducto, de alguna forma, todavía sigue conmigo.