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Sólo será un minuto

Inmóviles

Lo queremos tener todo pero al final siempre nos falla la batería en las horas bajas de la noche. Queremos un teléfono móvil super inteligente que nos recuerde lo tontos que podemos llegar a ser, un aparatito que no abulte demasiado pero que tenga un jardín repleto de aplicaciones maravillosas y sorprendentes, que nos permita navegar por internet, ver vídeos, escuchar música, jugar a catapultar pingüinos, dar de comer a mascotas virtuales y mandar mensajes gratis (ojo, tienen que ser gratis total, si nos cobran 0,80 céntimos al año nos cabreamos, qué robo).

Ah, y tiene que permitirnos contar lo que estamos haciendo en facebook o meternos con el famoso de turno en twitter o grabar un vídeo en HD para colgarlo en youtube. Cuantas más utilidades tenga la máquina, menos solos nos sentiremos. La tecnología acompaña un montón cuando tiene la punta bien afilada. O eso nos parece: y las apariencias son unas pesadas engañando. Cuando ya tenemos en el bolsillo lo más de lo más, ultra fino y ultra rápido, porque quieres presumir o porque te lo regalan si te cambias de compañía telefónica (entonces descubres cuánto te quería la que abandonas, y la cantidad de cosas que te puede dar, y tú sin saberlo) descubrimos con estupor que la batería se agota y nos acogota en un abrir y cerrar de pantallas siempre sucias de tanta huella resbaladiza.

Tanto adelanto nos deja tirados como una maleta sin asas y necesitamos tener cerca un enchufe para no quedar fuera de onda. Lo de aguantar días sin recargar el móvil ha pasado a mejor vida. Ahora se impone la rutina de llegar cada noche a casa con la lengua de la energía fuera y ponerlo a repostar electricidad antes de que se quede tieso y el teléfono pase de ser inteligente a descaradamente inútil.

El futuro va tan rápido que nos descargamos intentando no quedarnos atrás. Los teléfonos se inventaron para estar a nuestro servicio pero ahora, como esos GPS tiránicos que nos guían, son ellos los que mandan.

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