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¿Cómo hemos podido caer tan bajo?

Juan José R. Calaza

Desde un enfoque microeconómico, existe un dato cualitativo que habla a las claras de la situación: hay notarías que incurren en pérdidas. Esto, para cualquier persona que entienda algo de economía, le deja la moral a ras de suelo. Otro dato de fuste, de carácter macroeconómico, muestra sin adarme de duda el deterioro económico que sufrimos: entre el 2003 y el 2007 ha habido momentos en los que la prima de riesgo del bono español fue inferior a la del bono alemán. ¿Cómo es posible que hayamos llegado al extremo de pagar actualmente primas de riesgo que gravitan en torno a los 350 puntos básicos respecto al bono alemán sabedores que entre en el 2003 y el 2007 la jerarquía de riesgos soberanos se invertía en no pocas ocasiones? Por increíble que pueda parecerles a los no iniciados, las diferencias de rendimiento entre los tipos a 10 años de los bonos españoles y los alemanes fueron a veces negativas en la pasada década.

Con estos datos en mano solo cabe darnos cabezazos contra las paredes o, mejor, intentar entender cómo hemos podido caer tan bajo. Y quizás así, pero no es seguro, saquemos la cabeza del agua. Sucede que, mire por donde se mire, nadie ni nada nos salvará de una década perdida.

Empecemos por donde conviene, por el principio. La política de desinflación competitiva impuesta en Europa a los países candidatos a integrar la zona euro llevó a España a un círculo económico aparentemente virtuoso cuyos fundamentos se revelaron finalmente insostenibles. Dado que la inflación española durante la pasada década excedió del 2% retenido por el Banco Central Europeo -objetivo de inflación media- el aumento de precios al consumo, superior a la media comunitaria, permitía, bajo restricción de política monetaria común, tipos de interés muy débiles o incluso, por momentos, negativos. Las familias y empresas españolas, al encarar el crédito en condiciones particularmente ventajosas, no dudaron en endeudarse masivamente. Las familias, estimuladas por el optimismo asentado en el aumento general de nivel de vida –efecto de convergencia con Europa- y la creación de empleo, incrementaron el endeudamiento desde el 68% de la renta disponible bruta (RDB), año 2000, al 130% de la RDB en el 2007. En cuanto a las sociedades no financieras, aprovechando el tirón de la demanda obtuvieron una enorme rentabilidad sobre capitales propios al captar recursos externos abundantes y baratos. La deuda de estas empresas se disparó desde el 50% del valor añadido generado (1997) al 135% (2007).

Sostenido por el endeudamiento, en un contexto de creación de empleo y de optimismo de las familias, el consumo privado manifestó un dinamismo imparable. Entre el 2000 y el 2007, el consumo aumentó a un ritmo del 3,7%, en media anual, sin que disminuyera la tasa de ahorro, que se mantuvo en torno al 11% de la RDB. Ahora bien, más que al consumo el endeudamiento de las familias se asignó principalmente a inversión inmobiliaria. En el 2007, la tasa de inversión residencial en España alcanzó el 15% de la RDB, siendo la media de la zona euro el 10%. La obsesión por la inversión inmobiliaria tuvo varios orígenes: demográfico, sociológico y especulativo. Entre el 2000 y el 2007 el precio de las viviendas se multiplicó por dos. En siete años un inversor podía doblar su capital sin trabajar. Asimismo, en el 2007, el porcentaje de familias que vivían en su propio domicilio era el 88% -el 69% lo tenían completamente pagado- la tasa más elevada de la zona euro.

Empero, habida cuenta que la balanza comercial española era la más deficitaria del mundo, el Banco de España tenía que ser perfectamente consciente que la situación era insostenible: la burbuja financiera se financiaba con capitales traídos del exterior. El desmadre llegó a tal punto que entre el 2005 y el 2007 se construyeron en España más de 800.000 viviendas anuales. Es decir, tantas como en Alemania, Francia e Inglaterra reunidas.

Un acelerón desembridado –empopado por el incremento del precio del parque inmobiliario que justificaba el endeudamiento- se instaló en la economía española sin que el Banco de España -en principio, institución autónoma e independiente del Gobierno- tomara medidas correctoras. El crédito alimentó el alza de precios de los activos amplificando el efecto riqueza, incitando a los agentes privados a endeudarse estimulados por una retroacción infernal. Cuando la burbuja estalló -por la restricción del crédito, consecuencia de falta de liquidez en los bancos subyacente a la crisis de las subprime- el Banco de España tampoco acertó con el diagnóstico; en lugar de tomar ejemplo del estallido de la burbuja inmobiliaria japonesa del siglo pasado se dedicó, sin que nadie se lo pidiera, a impartir doctrina laboral.

Y en esas estamos, sufriendo un crédito gripado, bien los sabemos en Galicia, por la incapacidad del Banco de España de sanear completamente el sistema financiero. No es fácil ni conveniente, ciertamente, volver a las alegrías del pasado reciente –otra recesión dispararía la morosidad a tal punto, que salvo Santander y BBVA, casi todo el sistema financiero español se vería abocado a una nueva recapitalización- pero es crucial relanzar el crédito por encima de su nivel actual. Tan crucial que de ello depende nuestro destino como nación moderna o cruzar el umbral que nos adentra en el tercermundismo. No olvidemos que el 80% de las tasas de crecimiento del PIB –que alcanzaban casi el 4%- dependían del crédito. De consuno, los españoles debemos tomar conciencia que durante una década ni el crédito fluirá con la alegría que hemos conocido ni las tasas de crecimiento del PIB alcanzarán los niveles del periodo fasto.

Así las cosas ¿hay alguna receta para que el paro remita a niveles razonables en aras de que la juventud no deambule por las calles sin oficio ni beneficio? Sí, la hay: invertir el signo de nuestra balanza comercial. Quiere decirse, hay que deslastrarse del esnobismo consumista y mostrar preferencia por los productos de fabricación nacional. Si España equilibra su balanza comercial –más significativa a efectos de empleo que la balanza por cuenta corriente- se alcanzarán tasas de crecimiento allende el 4% a pesar de la atonía del crédito. El cual, en una retroacción virtuosa, volverá a niveles razonables. No hay, en el corto/medio plazo, ninguna otra solución.

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