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Áspero y sentimental

Boxeo de letras

Jose Luis Alvite

Aunque empecé a escribir historias cuando era sólo un niño, quise ser otras muchas cosas antes de dedicarme de manera profesional a esto. A los dieciséis años me propuse ser boxeador y me apunté a un gimnasio en Compostela. Era un muchacho alto y espigado, las piernas ágiles, los brazos largos. Me desplazaba con rapidez sobre unos pies en los que a mi me parecía a punto de medrar el abanico el baile. El entrenador me miró de arriba abajo y sobrevino el primer disgusto: "Las gafas, chaval. No se puede ser boxeador con gafas, no sé si me entiendes". Se me ablandaron los brazos y me cayeron veinte grados los hombros. "¿Y que me dices de estas manos, chico? Son largas pero estilizadas. Si le pegases a alguien un puñetazo con estas manos de pianista lo más probable es que sólo consiguieses encariñarlo contigo". Me miré las manos de un lado y del otro antes de que él las tomase entre las suyas y me diese un brusco tirón en ellas. "¿Has hecho alguna vez algo duro con estas manos, muchacho?. Me refiero a si las has visto sudar por algo que no fuese fiebre, miedo o calor. No dudo que quieras ser boxeador, pero yo te digo que estas manos a duras penas resistirían el dolor de la manicura. ¿Crees que soportarías en tus manos algo que no fuesen el ridículo callo de la masturbación?". Me dio luego una palmada en la espalda. Estuve a punto de toser. El entrenador me dijo que todavía no había desarrollado bien mi anchura de espaldas. Además de venirme holgada la gabardina, yo creo que en aquella época incluso me quedaba flojo el sudor. "Tienes envergadura de brazos pero no intimidas, ¡que quieres que te diga! ¿Sabes que es eso de intimidar? Que alguien te tema sin que sepa muy bien el motivo, incluso sin que haya razón alguna para sentir miedo. La intimidación se lleva en la mirada; en la mandíbula de los párpados. Fíjate en ese otro muchacho, el rubio que suelta jabs al aire en la penumbra. No le llamarían "Pelotas" si no hubiese un buen motivo para llamarle así. Ese muchacho intimida, ¿comprendes? Tiene un par de huevos en los que podría incubar un pavo de Navidad.. ¿Y sabes por que intimida el cabrón de "Pelotas"? Pues muy sencillo: el cabronazo de "Pelotas" intimida porque vive con los suyos en un puto agujero en el que incluso vomitan las ratas". Me pasó un brazo por el hombro y me llevó hacia el borde de ring algo destartalado en el que cacareaban como babosas de nácar los golpes de dos boxeadores con cierto oficio. Se podían escuchar sus pies relinchando en la resina. "¿Crees que podrías pelear contra alguien así? Sinceramente, ¿lo crees? Ya sé que estás aquí para empezar, pero, ¿sabes?, el boxeo no es juego de salón. Esos muchachos tienen cecina en las manos y les huele como las mulas el sudor. Un solo golpe de cualquiera de ellos te dejaría el rostro dos centímetros por detrás de la cara. Porque esa es otra: tú tienes cara; ellos, muchacho, tienen rostro. No es lo mismo, ¿sabes?. El rostro es lo que queda cuando los golpes de la vida te estampan en la cara la fotogenia de la muerte. No dudo que quieras ser boxeador, pero no creo que esto sea lo tuyo. Tienes pinta de haber leído libros. Y de haber aprendido cosas interesantes. Por eso sé que no sirves para esto. Porque el boxeo es para gente dispuesta a olvidar incluso las cosas que jamás fue capaz de aprender". Entonces echó las manos a mis gafas y las retiró de mis ojos. Pidió unos guantes y me ajustó las manos dentro de ellos cegándolos con esparadrapo. Después llamó a "Pelotas". "Escucha, "Peló", este chico quiere ser boxeador y cree que tiene condiciones. Dile que está equivocado". Aquel muchacho me llevó de la mano hasta el ring. Recuerdo que me hice un lío entre las cuerdas y estuve a punto de caer hacia atrás. Me planté en el centro. "Pelotas" empezó a saltar de un lado a otro, con la guardia distendida, la cabeza levantada y un protector de asomando entre los labios, como un clítoris de caucho. "Pelotas" era ágil y resuelto como agua musculosa. Soltó al aire media docena de golpes de fogueo mientras adelantaba la cabeza como si quisiese verme mejor. Me dejó que metiese dos golpes en las palmas de sus guantes. A continuación me tocó el rostro con un gancho lento, suave, casi deletreado. Sentí un vacío enorme dentro de la cabeza, como si me hubiesen extirpado el cerebro. Se me cayeron los brazos a lo largo del cuerpo. Me sabía como vísceras de cordero la saliva. Los guantes me pesaban como si soportase en cada mano el peso de mi cabeza recién decapitada. El entrenador llamó a "Pelotas" y le envió a la ducha. Un tipo me separó las cuerdas para que bajase del ring. Me temblaban las piernas tanto como si acabase de expulsar por la uretra la cabeza disecada de un caballo. El entrenador me llevó por el hombro hasta la penumbra del rincón. "Esto no es lo tuyo, hijo. No soportarías más sangre de la que puedas encontrar después de un beso en tu cepillo de dientes. Prueba en otra cosa. O dedícate a estudiar. Sacarás mas provecho. De todos los portales que hay en la ciudad, has ido a meterte en el que menos te conviene. ¿Te gustan las crónicas de Manuel Alcántara?¿O las de Vadillo? Eso es seguramente lo tuyo: escribir de boxeo. Inténtalo por ahí, ¿quieres? –me encogí de hombros–. No quiero que te ofendas, muchacho, pero no hay boxeadores con gafas. Tú eres un tipo leído y no hay boxeadores de letras".

Me despidió en la puerta del gimnasio. Volví a los pocos días y no le importó darme otra oportunidad. Lo dejé a las pocas semanas. Los golpes me aturdían la cabeza y ni siquiera era capaz de meter la orina dentro de la taza del retrete. Definitivamente, aquello no era lo mío. Me costó mucho renunciar a mi carrera en el ring, pero recuerdo aquella etapa con emoción, con gratitud y con cariño. La vida me llevó por otros derroteros y ahora firmo con mi nombre en mis columnas de los periódicos. De haberme dedicado al boxeo, mí nombre sólo habría aparecido medio escondido en el discreto palmarés de cualquiera de esos boxeadores desvelados por la muerte a los que a duras penas reconocen en la penumbra sus propios perros. Ahora sé que la literatura y el boxeo en realidad sólo son maneras distintas de escupir.

jose.luis.alvite@telefonica.met

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