Al parecer, la selección nacional de fútbol estaba presa de algún mal influjo causado por arte de hechicería, que le impedía pasar de la ronda de cuartos de final en cualquier competición en la que participase. Lo ha dicho el rey Juan Carlos I cuando bajó al vestuario para felicitar a los jugadores tras la victoria agónica contra Italia: "Se ha roto el maleficio", sentenció desde la autoridad de su alta magistratura. Y lo mismo repitieron los titulares de prensa al día siguiente. "España rompe el gafe", "España se sacude los fantasmas", "Se acabó el mal fario" etc, etc. Podíamos haberlo sospechado, dada la persistencia, pero, a lo largo de estos últimos años, hemos preferido echarle la culpa a los jugadores, a los seleccionadores, a los árbitros, a los presidentes de la federación de fútbol ,a las tácticas erróneas, y hasta a una supuesta insuficiencia de la raza para competir. En un momento determinado, de enorme desesperación, algunos sugirieron que la causa de nuestros males podría estar en que el himno nacional no tuviese una letra que pudiera ser cantada a coro por los atletas y por los aficionados en los prolegómenos de los partidos internacionales. La visión de los equipos y de los seguidores contrarios cantando a grito pelado la letra de su himno, todos henchidos de fervor patriótico, con las manos cogidas y los ojos mirando el cielo, causaban sana envidia. Ponerle letra al himno nacional se convirtió en una cuestión de estado y se le encargó a una comisión de expertos la tarea de escoger la mejor composición en un concurso abierto al público. La aventura estaba lógicamente condenada al fracaso porque la inmensa mayoría de los himnos nacionales surgen en momentos de especial exaltación patriótica y estos son imposibles de reproducir mediante una convocatoria en el Boletín Oficial del Estado. Después de un largo proceso de selección, resultó ganador un letrista aficionado, pero la experiencia resultó tan espantosamente ripiosa y cursi que se desistió del intento, tras unos breves ensayos. Al final, hemos vuelto a la sensatez de un himno nacional sin letra y de una selección nacional sin Raúl y las cosas van viento en popa. Lo que viene a demostrar que la "España plural" preconizada por Zapatero y por Luis Aragonés (un porcentaje de futbolistas vascos, y varios más de catalanes, valencianos, andaluces, castellanos, asturianos, etc.) funciona mejor que una selección impuesta desde el centralismo mediático madrileño. Ahora bien, en cuanto a la forma en que se rompió el maleficio de que hablaba el Rey, todavía no se ha dicho nada. De todas formas, yo tengo anotadas varias maniobras (a parte del acierto de no convocar a Raúl). Una: Juan Carlos de Borbón llevaba una corbata verde. Dos: los jugadores españoles hicieron el calentamiento previo con unas casacas amarillas, que luego se quitaron para dejar paso a la camiseta roja tradicional. Tres: el seleccionador nacional, que es aficionado a los juegos de azar, y por tanto supersticioso, tenía a su lado en el banquillo a José Armando Ufarte, un gallego recriado en Brasil, país donde abundan los especialistas en conjuros. Algo habrán hecho. Con ajos, con velas y con rabos de lagartija. Seguro.