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La Patria y la cartera

Cada vez que alguien empieza a dar vivas a la Patria, los más aprensivos tienden a echar mano instintivamente a la cartera. No es para menos. Ya en el siglo XVIII apuntaba Samuel Johnson que el patriotismo "es el último refugio de los bribones", opinión que a menudo avala la experiencia histórica.

La máxima de Johnson suena especialmente oportuna en días como el de hoy, Fiesta Nacional de España que la oposición conservadora y -en menor medida- el partido socialdemócrata gobernante han tomado como pretexto para competir a propósito de cuál de los dos saca la bandera más larga. Hay elecciones a la vista y, según parece, los dos grandes partidos han llegado a la conclusión de que el patriotismo cotiza al alza en el mercado del voto.

Es una novedad si se tiene en cuenta que el nacionalismo español, otrora omnipresente, había caído en un cierto desprestigio con la llegada de la democracia. Curiosamente, fue el general Franco el culpable de esa singular desafección que algunos o tal vez bastantes españoles sienten hoy por la bandera y demás símbolos del Estado.

A fuerza de llenar obligatoriamente de enseñas nacionales las calles, los recintos de fiesta y hasta los estancos, Franco acabó por provocar cierto hartazgo del color y amarillo entre la población. Y tampoco ayudó a mejorar las cosas el hecho de que el dictador porfiase en identificar a su régimen con España, de tal modo que cualquier ataque al franquismo era en realidad una ofensa a la Patria.

Si a ello se añade que la oposición antifranquista disponía de su propia bandera republicana, no habrá de extrañar el escaso aprecio de los demócratas de entonces al nacionalismo español representado por el "Caudillo". Tanto es así que la propia palabra "España" fue sustituida en el vocabulario del antifranquismo por la perífrasis "Estado Español", una expresión paradójicamente acuñada por Franco para definir a su régimen.

Más curioso resulta aún que el hipernacionalismo español fomentado por la dictadura haya ejercido el efecto-rebote de exacerbar y multiplicar los movimientos nacionalistas en los reinos autónomos peninsulares (e incluso insulares). Ha cambiado el color de las banderas, la música de los himnos y los mitos nacionales, pero el espíritu patriótico sigue siendo en lo esencial el mismo.

Verdad es que a nadie se le ocurriría hoy bautizar a una fiesta autonómica como el "Día de la Raza" o "Día de la Hispanidad" que en tiempos fue el 12 de octubre. No resulta menos cierto, sin embargo, que los delirios étnicos e imperiales del "Caudillo" se prolongan ahora en las apelaciones a los orígenes celtas, cántabros, vascones o guanches tan típicas de los nuevos aunque ya históricos nacionalismos.

No hay comparación posible, claro está, en la medida que los actuales partidos nacionalistas se someten a las reglas del juego democrático y casi ninguno de ellos aspira a la formación de un Estado totalitario. Todavía hay clases.

Aunque este no sea el caso de los actuales nacionalistas, hay que convenir con el doctor Johnson en que a menudo los patriotas tienden a envolverse en la bandera del país para sanear su cuenta corriente. Por eso hay que tener cuidado con la cartera.

De hecho, la herencia inmobiliaria de Franco sigue dando aún que hablar en Galicia treinta años después de su fallecimiento. Y hace apenas unos días que un juez encarceló en Chile a los hijos de Pinochet, aquel excelso patriota que se llenaba los bolsillos de patria contante y sonante a la misma velocidad que atiborraba de cadáveres los cementerios.

De manera felizmente menos cruenta y en modo alguno dictatorial, los políticos de España se limitan ahora a usar el patriotismo como una técnica de recaudación de votos que recuerda a la colecta anual del "Día de la Banderita". Siquiera sea en lo tocante al marketing patriótico, algo vamos avanzando.

anxel@arrakis.es

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