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Sueño atrasado

Supongo que reúno todos los requisitos para que en el momento menos pensado se me resienta la salud y sea demasiado tarde para el trámite de llamar una ambulancia. Aunque he moderado mis vicios, arrastro un largo historial de excesos y todavía vacío el cenicero cuatro o cinco veces mientras escribo. Con lo que mi barman de cabecera le lleva dado a los brazos para servirme copas, el bueno del muchacho podría haberse labrado un interesante porvenir como tenista. Calculo que habré fumado alrededor de un millón de cigarrillos, para lo cual he necesitado todo el día y buena parte de la noche, de modo que si mis cálculos no fallan, a lo largo de mi vida le habré quitado al cuerpo unas ochenta mil horas de sueño. En la ciudad en la que vivo, sólo algunas aceras pasaron en la calle más tiempo que yo. Por falta de descanso sufrí numerosas alucinaciones y puedo jurar que en varios centenares de ocasiones volví a casa y caí rendido en cama en la mitad de un sueño. Más de una noche dormí con los brazos cruzados sobre el pecho para ahorrarle trabajo a los muchachos de la funeraria. Practiqué el sexo con mujeres de todas las clases sociales y en las condiciones higiénicas más diversas, a veces en camas revueltas en las que al despertar me encontré un par de gatos, un señor con asma y las tazas del desayuno. El asiento trasero de mi viejo "Seat 124" tenía tantas manchas biológicas, que estuve tentado de llevarlo a tapizar al biólogo. A veces me presenté a trabajar llevando encima el mismo olor que si acabase de salir de un revolcón en la pescadería. Era un tipo afortunado. Cometía excesos y me reponía sin esfuerzo alguno, con la inmensa suerte de que a mí la tensión sólo me falló alguna vez en las ruedas del coche. En una ocasión estaba tan agotado por no haber dormido en varios días, que arrimé el coche a la acera camino de casa, entré en un hotel y pedí una habitación para dormir exactamente diez minutos. El recepcionista se compadeció de mí: "No le cobraré nada, amigo. Está usted tan tieso que ni creo que llegue a pisar la alfombra". Me desplomé en aquella cama y permanecí diez minutos en ella, dormido alerta con un pie en el suelo, como si me hubiese vencido un jodido sueño de carreras. Al retirar mi documentación, el recepcionista conservaba intacta su compasión: "No me importa que siga usted durmiendo, amigo. Si quiere, le sugiero a la gobernanta que alguien le repase la ropa con la plancha de las banderas...¿Es usted de lejos?". "No, vivo aquí cerca, dando la vuelta a la esquina". "¿Problemas en casa, tal vez...?". "No es de ahora, ¿sabe? Me gusta la sensación de haberme equivocado, el regusto de cierto fracaso, el ir y venir sin acomodo, vivir en doble fila, dormir poco y despertar con esa interesante incertidumbre de los fugitivos, que piden el periódico en la recepción de los moteles para saber en qué maldita ciudad se despertaron... de eso se trata... Jamás arropé a un niño en su cama, ni le eché pan en el parque a las palomas... A veces me arrepiento y compro flores para ganarme el perdón de alguien, pero luego no sé qué hacer con ellas y se las regalo a la florista... Anoche conocí a una fulana en un local de alterne y creí enamorarme de ella. Me hizo sudar la lengua. Luego la perdí de vista y ahora resulta que no recuerdo su cara y me angustia no saber de quien tendré que olvidarme... Tengo un viejo coche que cambia de color al lavarlo, y en el maletero, las medias de nailon de una fulana que se quitaba las bragas con los pantalones puestos y una rueda de recambio flácida como una bufanda...". "¿Por qué no moja un poco la cabeza y se pasa un peine? ¿Y un cafelito? Hay un salón al fondo. Habrá gente leyendo el periódico. No sea idiota. No he conocido a un solo hombre cuyo corazón no necesitase en algún momento descansar un rato los ojos". Le hice caso, paseé al salón, me senté y pedí un café. Al servírmelo, la camarera me preguntó si prefería que me lo anotase en la cuenta de la habitación. "Pagaré ahora. Este café es mi desayuno de hace tres días. Tengo el sueño muy atrasado, ¿sabe?, de modo que el café de hoy corresponde al lunes pasado... hoy he dormido diez minutos... y diez minutos, amiga mía, es justo lo que necesitaba para que pase de largo el camión contra el que podría haberme estrellado en sueños". Ocurrió en el Hotel México, hace muchos años, cuando mi cadáver todavía era novato y entre garito y garito sólo tocaba el freno para cambiarle la postura a las misteriosas medias del maletero, aquellas medias de nailon que me regaló de madrugada una de esas fulanas transeúntes que se quitan las bragas con los pantalones puestos y sólo sabes de ellas que cada tres ciudades se detienen un rato a dormir sin papeles en la lista de correos. Con el tiempo cambié dos veces de coche y ya no llevo medias de nailon en el maletero. Conservo mis viejas inclinaciones de entonces, es cierto, pero cuando estoy derrotado, procuro dormir en casa. A veces fallo. Pero eso me ocurre, maldita sea, porque por culpa del sueño, a veces mis pies caminan con tres portales de retraso... Por suerte para mí, cada vez que me tiene a su alcance, también la muerte se queda dormida.

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