Es cierto que siento hacia el cine español una aversión casi instintiva de cuya generalización me siento culpable cada vez que reparo en la calidad de algunas de sus películas, en la talla de ciertos actores y actrices, en la consistente habilidad de sus mal pagados guionistas, en la altura de ciertos directores y en la desventaja inicial que supone comparar todo eso con las producciones norteamericanas, por lo general avaladas por un arrasador entramado industrial que les permite prender la chimenea del "set" quemando un puñado de dólares y gastar en el envejecimiento artificial de una actriz un presupuesto del que podrían ahorrarse el noventa por ciento borrándole su maquillaje con una mano de lejía. Se dice que al cine español lo que le faltan son historias y que eso se arreglaría si los productores aflojasen el bolsillo tentando a los escritores capaces de generar textos más ambiciosos e interesantes, frases a la medida de la capacidad expresiva de los actores y de las actrices, situaciones que cautiven al espectador y se hagan memorables, igual que habría que pagar mejor a los músicos para que las bandas sonoras del cine español no sucumban impunemente en la sala al tenaz ruido de la masticación de las pipas de girasol, esa puta termita. ¿Cuántas frases del cine español podríamos repetir de memoria dos horas después de haber visto la película? ¿Cuál fue la última vez que salimos del cine tarareando para nuestros adentros la melodía española que acabábamos de escuchar en la oscuridad de la sala? Tantos años después de haber visto por única vez "El puente sobre el río Kwai", los niños de entonces todavía somos capaces de reproducir con el silbido de nuestros pedos el inolvidable estribillo inmortalizado con la película de David Lean, como se nos viene a la cabeza la melodía que David Raskin escribió para "Laura" cada vez que nos imaginamos al lado de una mujer que nos complique dulcemente los sueños, el bolsillo y la vida, igual que hacía Laura Hunt con Dana Andrews, que podría haber sido suplantado por Antonio Mourelos si Otto Preminger se hubiese dado a tiempo años más tarde una vuelta por Galicia para descubrir que tenemos aquí a tipos como Antonio, como Gonzalo Rey Chao o como José Luis Bernal, cuya calidad lo que necesita son papeles, texto, frases y un soplo de esa música estupefaciente y pegadiza con la que arranca en "off" Robert de Niro al volante de su coche en "Taxi Driver", esa película en la que incluso la mierda tiene talento. Los tres actores gallegos poseen, como sus colegas Pepe Sacristán e Imanol Arias, algo que en el cine español se cuida poco: voz y dicción. Es en ese defecto donde radica buena parte de la indiferencia que me suele causar el cine nacional, en cuyas películas a veces uno tiene la impresión de que habría que doblar a los actores en su propio idioma porque hablan de una manera tan confusa e ininteligible que a veces uno tiene la sensación de haber asistido a una película salivada en búlgaro. Otras veces la cosa es aún peor y al espectador le queda el amargo regusto de haber pagado por ver algo que sin duda mejoraría si además de doblar a sus actores, doblasen también la música, las imágenes y el ruido. En una ocasión acudía ver una infame película española en cuya trampa caí porque aquella noche llovía mucho. A la media hora de haber comenzado la proyección, se escuchó un trueno y se fue la luz. Ya no recuerdo el título de aquella jodida película, pero nunca olvidaré que algunos espectadores aplaudieron el apagón.

Conviene no perder de vista a los tipos como Mourelos, como Rey Chao, como Bernal, ni dejar de lado a mujeres como Mabel Rivera, capaz de convertir en alta costura un simple delantal, o a Dorotea Bárcena, ese hada de cabotaje cuyo talento cometemos el crimen de subemplear al servicio de "Os Tonechos", lo cual constituye en mi opinión un delito de la misma naturaleza que utilizar a Jack Niclaus como "caddy" de George Bush. Es probable que la industria cinematográfica ande escasa de dinero, pero no estaría de más administrar su estrechez con cierto sentido, evitando al menos la tentación de gastar la mayor parte del presupuesto en sobornar a los espectadores. Si eso hacemos, llegará el día en el que pueda exigirle a mi admirado Gonzalo Rey Chao que pague unas copas para celebrar que tiene el mismo "caché" que si hubiese sido capaz de desplazar a Cristo en el "casting" de "Rey de Reyes"...