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Ciudades con sonido y olor

Admirablemente decididas a regalarles el oído -y la nariz- a sus ciudadanos, las autoridades locales de las dos principales ciudades gallegas urden estos días planes para acabar con el ruido y los malos olores. Por desgracia, todavía no hay proyectos para poner freno a las edificaciones que hacen daño a la vista, pero todo llegará.

El concello vigués, por ejemplo, acaba de encargar un mapa del barullo existente en la ciudad, con el sano propósito de delimitar las zonas más ruidosas y tomar las oportunas medidas contra el escándalo. A su vez, el de Coruña tiene ya en marcha un plan de localización de malos olores que, una vez identificados y suprimidos, hará de la república de Sir Paco una de las ciudades más fragantes de España. Ya se ve que, además de sentidiño, los gallegos empezamos a mostrar un decidido gusto por los sentidos.

Lo de Vigo parece lógico, pues a fin de cuentas era hasta no hace mucho la segunda o tercera ciudad más ruidosa de la Península: una metrópoli industrial y desaforadamente motorizada en la que todo peatón es un sospechoso.

La situación ha mejorado ligeramente en los últimos años, pero aun así el volumen de decibelios en las principales calles suele exceder los límites de tolerancia auditiva fijados por la Organización Mundial de la Salud.

De Vigo decía Álvaro Cunqueiro que es una "ciudad sin campanas", detalle que habría de llamarle particularmente la atención al escritor, que a fin de cuentas procedía de una antigua sede episcopal de mucho campanario como es Mondoñedo. Se conoce que para disimular esa lamentable carencia, Vigo la suple con un vigoroso estruendo de coches, bocinas, taladradoras, sirenas, hormigoneras y demás instrumentos típicos de una orquesta fabril.

Anda ahora el gobierno local vigués metido a la tarea de construir algunas reservas para peatones en las que el bullicio resulte algo más tolerable por mera re-ducción del número de coches y bocinazos. Cualquier éxito -siquiera sea moderado- en esa tarea habrá de depararles tanta gloria a los munícipes como salud y sosiego a los ciudadanos.

Menos urgente que la de Vigo desde el punto de vista de la salud, la batalla de A Coruña es, comparativamente, una exquisitez propia de ciudades con larga tradición de burguesía autóctona. Y de alcaldes con fina pituitaria para el voto como Sir Paco Vázquez, que quiere hacer de su república medio cantonal un territorio bienoliente en el que reinen las fragancias.

Para ello ha ideado un plan de localización de malos olores que se encargarán de ejecutar, con un par de narices, diecisiete expertos de agudo olfato. La brigada olfativa, compuesta por especialistas de alta capacidad de discernimiento en materia de efluvios, husmeará durante los próximos meses en cada uno de los barrios y esquinas de la ciudad. Una vez localizados los posibles focos de tufo, se ignora si el proyecto incluye también o no la colocación de incensarios que expandan aromas diversos -a verbena, a azalea, a pino, a rosas- según el gusto de los vecinos de cada barriada coruñesa.

Ese es, en todo caso, un detalle secundario. Lo importante, aunque estas noticias de oídos y narices suenen a anécdota, es que la calidad de vida empieza a preocupar a los gallegos hasta niveles impensables hace apenas unos años.

Vivir bien ya no sólo es sinónimo aquí de grandes paparotas. Ahora el concepto empieza a abarcar también otros goces estéticos más sutiles como el del paisaje -aunque lo sigamos maltratando- y la ya mentada inquietud por los ruidos y los olores que estos días ocupa a los concellos de las dos principales ciudades del reino.

Infelizmente, los aromas de algunas depuradoras y fábricas de pasta siguen resistiéndose a toda clase de ofensivas contra el tufo; y tampoco los conductores parecen dispuestos a renunciar a la dulce estridencia del claxon. Habrá que darle tiempo al tiempo. Por narices.

anxel@arrakis.es

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