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Pues la verdad es que, dicho sin la menor intención de molestar, quizá debieran algunos miembros del Ejecutivo gallego recordar que gobernar significa decidir, y que eso implica en algunas ocasiones tomar medidas impopulares. Y esta Xunta parece dispuesta a rehuir cualquier cosa que pueda poner en peligro la consigna de Moncloa: hablarlo todo, oírlo todo y a todo echarle talante y diálogo como elementos básicos del quehacer cuotidiano. Aunque sea sólo fachada.

Sus exégetas, que suman cada vez más efectivos, podrán replicar que cualquier crítica en ese sentido -o en otros- es prematura, porque apenas han transcurrido veinte días, tres Consellos, desde que tomaron posesión sus miembros. Y hay mucha verdad en ello, como quizá la habría en el caso de que dijeran que en una democracia la gente se entiende hablando, y que si el que habla es el que manda, pues miel sobre hojuelas y sectario el que diga otra cosa. Pero hay matices.

¿Donde está el problema? Pues en la apariencia, pelín excesiva, de que todo el que pide algo no sólo es escuchado con atención -como se debe-, sino inscrito en una lista de satisfacciones aseguradas. Lo que no sólo es imposible -contentar a todos es como cuadrar el círculo- sino arriesgado, porque puede llegar el momento en que la evidencia se despliegue y entonces se tenga, a quien pareció prometer otra cosa, por villano o por mendaz; y no necesariamente ha de serlo.

Como para muestra basta un botón podría citarse el caso del señor conselleiro de Medio Ambiente, que ha dicho en este periódico que revisará la política de minicentrales diseñada por el Gobierno anterior. Desde luego está en su derecho don Manuel Vázquez, pero conviene que no olvide que Galicia es hoy un país no sólo deficitario en energía, como siempre, sino además en el umbral de la sequía. Y esos dos problemas se resuelven -o se intenta hacerlo- con una política de aguas razonable y razonada, no improvisando.

Se dice cuanto antecede porque el argumento principal del conselleiro para anunciar la revisión no parecía ser otro que la protesta de varios grupos ecologistas, preocupados en algún caso por el retorno del salmón a un par de ríos gallegos y en otro por el daño que al paisaje se le proporciona con las torres de la energía eólica, olvidando la necesidad del paisanaje. En el fondo hay una visión parecida a la de la oposición al embalse del Umia, donde se habló más de Fenosa que de la sed de los ciudadanos. Y, la verdad, habría que meditar sobre ello.

La moraleja no puede ser otra diferente a la de reclamar una política en el que medio ambiente y progreso puedan convivir. Y esa necesidad tan obvia y discutida como aún pendiente, no se va a resolver diciéndole a todo el que llega -sea verde o industrialista- únicamente lo que quiere oír.

¿Verdad...?

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