Javi Gómez Noya sabe que la vida de un deportista no es subirse a un podio a que alguien le cuelgue una medalla olímpica mientras las emisoras de radio de su país se meten el codo unas a otras en busca de sus primeras declaraciones. Hay episodios oscuros, complicados, de importantes dudas, descorazonadores y que miden realmente la capacidad de sacrificio y de resistencia de un ser humano. Posiblemente más complicados que los mismos hermanos Brownlee. El ferrolano sabe mucho de ello. Si algún día se decidiese a escribir sus memorias, casi tan interesante como sus triunfos sería el relato de la competición que libró contra todos aquellos que se negaban a dejarle competir por un problema cardiaco y que amenazó con apartarle para siempre del deporte si no llega a ser por su obstinación. Este ferrolano de 28 años perseveró, se pegó con su Federación, con el Consejo Superior de Deporte y con todo aquel que se cruzase en su camino con la intención de apartarle de su sueño. Alguien capaz de defender su sueño con tal grado de convicción estaba condenado a llegar a su destino, en su caso el podio de unos Juegos Olímpicos. Eran las tres y media en España cuando se subió a él para que le colgasen una medalla de plata que vale oro puro. Lo hizo con el gesto sereno, tranquilo, sin excesos, propio de alguien honesto como él.

Su vida es la de uno de tantos gallegos a los que la emigración obliga a nacer lejos de la que realmente es su tierra. Lo hizo en Basilea pero solo tenía tres meses cuando sus padres regresaron a Ferrol para criar al pequeño Francisco Javier que al principio se asomó al fútbol pero un buen día saltó a la piscina de la mano del Club Natación de Ferrol y de José Rioseco, el entrenador que dirigió el primer tramo de su carrera. Coleccionó títulos en la natación gallega hasta que alguien le sugirió la posibilidad de unirse a un grupo de triatletas que frecuentaba su piscina. Aquello fue un flechazo en toda regla, pero también el punto de partida para la batalla de su vida. En 1999, en la concentración con la selección española juvenil, el CSD le detecta una malformación cardiaca y en el año 2000 le retiran la licencia para competir. Gómez Noya, su entrenador, su familia, su club inician entonces la búsqueda de especialistas que puedan acreditar que está en condiciones de competir sin riesgo para su salud. La recuperó en 2003 a tiempo de preparar el Mundial sub´23 en apenas tres semanas, lo suficiente para conseguir la victoria y confirmar que el suyo era el mayor talento que había encontrado el triatlón español, superior a Iván Raña, el de Ordes, su referente y guía en este mundo, el hombre que asfaltó el camino por el que luego él circuló a toda velocidad.

Pero los problemas no acabarían ahí. En 2004 comenzó a entrenarse en el Centro Galego de Tecnificación de Pontevedra junto a César Varela, que por entonces ya dirigía sus pasos en el triatlón, con la mente puesta en acudir a los Juegos de Atenas, pero Alfonso Andreu, responsable técnico de la Federación Española le dejó fuera de un modo incomprensible. Sin embargo, el mayor revés lo recibió poco después cuando el Consejo Superior de Deportes, a instancias de la cardióloga del Consejo Superior de Deportes, Araceli Boraíta señaló que el deportista gallego sufría una valvulopatía aórtica congénita, que le incapacitaba para la alta competición. El CSD pidió a la Federación Española de Triatlón que le retirasen la licencia de forma definitiva. "Es muy bueno, pero su salud es lo primero" dijeron los responsables del deporte español. Aquellos días gente como Marisol Casado €actual miembro del COI€ o Andreu le complicaron la existencia. Javi Gómez Noya pasó a convertirse en un especialista del corazón y con la ayuda de un británico (el doctor McKenna) y un pontevedrés (Nicolás Bayón) presentó numerosos informes y pruebas de que estaba en condiciones de competir. Siempre estuvo seguro de lo que hacía y sus declaraciones en aquel tiempo fueron un ejemplo de cordura: "Soy el primero que se preocupa por mi salud. Estaría loco si me pusiese en riesgo" repetía sin parar. Se dasató una importante tormenta en la que participaron instituciones política, medios de comunicación, médicos, deportistas hasta que en 2006 el CSD le autoriza a competir "bajo su responsabilidad" y se lavaban las manos ante cualquier eventualidad que le pudiese suceder.

A partir de ahí, como si tuviese prisa por recuperar todo el tiempo perdido su carrera es una permanente acumulación de grandes victorias. Nada se le resiste y el cambio a Omar González incluso le endurece y mejora, Gana la Copa del Mundo en 2006 y 2007, el Europeo en 2007 y su primer Mundial en 2008. Todo está señalado para que en Pekín logre su primera medalla olímpica. Parece imposible que no suceda. Pero unos meses antes se lesionó y recuperó mal. La prisa por estar pronto en buenas condiciones le lleva a acelerar los plazos de forma innecesaria y, aunque trata de disimularlo, llega a China en deficientes condiciones. Allí está en la pelea por las medallas hasta los últimos kilómetros. Quedaban cuatro deporistas en cabeza y el que se cayó del podio fue él. Dolor en las piernas, en el alma, momentos difíciles en los que encontró cobijo en los que siempre estuvieron a su lado.

Gómez Noya, una vez más puso a prueba su resistencia física y mental. Volvió a su vida monacal de Pontevedra, en el Centro Gallego de Tecnificación, en compañía de Omar. El nombre del rival, más bien el apellido, había cambiado. Ahora eran los Brownlee los dueños de sus dolores de cabeza. Pero siguió venciéndoles de forma periódica. Otro Europeo, otro Mundial y la seguridad de que volvería a estar en Londres en condiciones de saldar la cuenta pendiente de Pekín. Mejoró la preparación gracias a las concentraciones que muchas semanas hace fuera de Galicia y cuando una gripe le dejó fuera de combate varias semanas no se inquietó. Siguió el proceso natural de recuperación y apareció en Londres en el mejor momento de su carrera, preparado para una carrera suicida, en la que tendría que correr completamente solo y donde se esperaban los diez kilómetros a pie más rápidos de la historia del triatlón. Por debajo de 29 minutos. No estuvo lejos la previsión. A solo unos segundos. Y así Javi Gómez Noya, el chico que siempre creyó a su corazón, encontró ayer al lado de Hyde Park la medalla olímpica que merecía desde mucho antes.