Si resulta complejo organizar una representación con más de un centenar de actores y figurantes que deben desplazarse por calles y plazas guardando cierta fidelidad histórica, no lo es menos reorganizar toda la logística en tres días para llevarlo a un recinto cerrado y enfrentarse, además, a una alerta roja meteorológica. Teatro de Ningures salió airoso del reto y el público lo agradeció, aunque no renuncia a presenciar la recreación en escenarios exteriores, propuesta que se pretende instituir. Y si el tiempo no se opone será en 15 días, el domingo día 30, cuando los piratas desembarquen en el puerto para tomar la villa y el pueblo oponga resistencia por el casco histórico.

Ayer se trasladó el escenario, pero no el guión. En el recibidor del Auditorio se recrearon escenas cotidianas de las gentes del pueblo, con rederas, algunos barriles en plan taberna y niños y niñas jugando, ajenos al peligro que se ceñía sobre la villa. Un fuerte estruendo marcó el inicio de la invasión y el saqueo, a la que respondió la población con escasez de medios y más coraje que armas. La lucha fue desigual y de trágicas consecuencias en vidas humanas y también para la economía e incluso el equilibro emocional de la población.

Tras el relato del desastre, con el hall sembrado de cadáveres, Ningures trasladó la comitiva al escenario del Auditorio, donde se arremolinó el vecindario intentando reconocer a sus muertos. Entre ellos María Soliño, buscando entre la ruina a su marido, Pedro Barba, víctima del enfrentamiento. Su desesperación se acrecienta por el odio alimentado por la Inquisición, que ordena encadenarla y señalarla ante el pueblo antes de someterla a un juicio con sentencia fijada de antemano. El cantar de ciego anticipa o relata, de viva voz, lo que el espectador confirma con los demás sentidos frente a una cuidada escenografía en la que no faltan la música y la danza que dan fuerza a la escena.

Ataviada con el sambenito, el escapulario que distinguía a las personas condenadas por la Inquisición, María Soliño pierde los dos juicios -el inquisitorial y el que afecta a la facultad del entendimiento-, pasea sus penas por el escenario y se reencuentra con la imagen de Pedro Barba convertido en macho cabrío por las mentes inquisidoras, que siembran de meigas el escenario en un sensual aquelarre que en su día acogía la playa de Areas Gordas. La condena a muerte y la confesión ya no persiguen un orden lógico. Sus bienes serán rapiñados por los guardianes de una moral establecida al servicio de sus propios intereses.

Aunque escaso, sin duda persuadido por unas inclemencias meteorológicas que animaron a quedarse en casa, el público empatizó con la historia y con el trabajo de adaptación realizado de urgencia, y premió con aplausos la labor de Ningures y de los figurantes de distintos colectivos sociales que desfilaron sobre el escenario poco después de que el ciego entonara el poema de Celso Emilio Ferreiro: "Polos camiños de Cangas/ a voz do vento xemía:/ ai, que soliña quedache,/ María Soliña./ Nos areales de Cangas/ muros de noite se erguían:/ Ai, que soliña quedache,/ María Soliña./ As ondas do mar de Cangas/ acedos ecos traguían:/ ai, que soliña quedache,/ María Soliña./ As gueivotas sobre Cangas/ soños de medo tecían:/ ai, que soliña quedache,/ María Soliña./ Baixo os tellados de Cangas/ anda un terror de agua fría:/ ai, que soliña quedache,/ María Soliña".