Asia

Milicias ciudadanas contra China en Taiwán

Las academias que forman a civiles para la guerra han crecido sin bridas, los cursos se agotan tan pronto son convocados y abundan las listas de espera

Prácticas de tiro en la Academia Camp 66.

Prácticas de tiro en la Academia Camp 66. / Adrián Foncillas

Adrián Foncillas

“Es más complicado de lo que pensaba, pesa mucho. Tendré que ir al gimnasio para lidiar con él”, resuella Kate Hsiung tras vaciar el cargador de un rifle de asalto contra la diana situada a una veintena de metros. Es contable y en el grupo que esta soleada mañana dominical la secunda en las clases de tiro de la academia Camp 66 abundan los estudiantes y amas de casa: una improbable milicia para repeler la invasión china de Taiwán. “Es innegable que la tensión con China ha escalado y es mejor pecar por exceso que por defecto en la preparación. Después de Ucrania no podemos ser tan inocentes como para pensar que no pasará aquí. Nadie quiere la guerra pero si llega quiero ser capaz de proteger a mi familia, no podemos confiar sólo en el Gobierno”, razona.

La reciente victoria del Partido Democrático Progresista (PDP), de raíz independentista, asegura tempestades en el estrecho de Formosa en los cuatro años venideros porque no escasearon en los últimos ocho con la misma formación en el Gobierno. Las academias de todo pelaje que forman a civiles para la guerra han crecido sin bridas, los cursos se agotan tan pronto son convocados y abundan las listas de espera. La más popular es Kuma y atiende a ese 90% de la población desarmada de cualquier conflicto. Enseñan a identificar la desinformación enemiga, distinguir los uniformes chinos de los taiwaneses, practicar torniquetes y otros primeros auxilios o elegir la mejor vía de evacuación. El centro recibió recientemente 20 millones de dólares de Robert Tsao, empresario tecnológico, para formar a tres millones de taiwaneses en los próximos años sobre una población de 23 millones.

Son unos pusilánimes para los que acuden a este edificio anodino de un suburbio de Taipei. Las cavernosas instalaciones de Camp 66 son una orgía de armas, uniformes, propaganda y demás parafernalia llegada de todo el mundo. No desvelan quién hay detrás pero ese febril coleccionismo insinúa unos bolsillos llenos. Las clases se las reparten un exoficial de la Marina taiwanesa, un instructor de armas para actores emigrado desde Hong Kong y un exmarine estadounidense con experiencia en Irak. Richard Limon es bajito y compacto, tiene 41 años y cara aniñada, el cuerpo surcado de cicatrices y un pin con las banderas de Estados Unidos y Taiwán en la solapa. Rechaza comunicarse con aplicaciones de mensajería por “cuestiones de seguridad” y remata las frases con un respetuoso “sir”.

Prácticas de tiro en la Academia Camp 66.

Prácticas de tiro en la Academia Camp 66. / Adrián Foncillas

“¿Quién manda? ¿Tú o el arma?”, inquiere a sus pupilos. Les familiariza con ellas limpiándolas, desmontándolas y montándolas. También les afina la puntería y enseña nociones básicas de lucha en distancias cortas, cómo entrar armados en una habitación o subir escaleras y a enfrentarse a situaciones con rehenes. Tras cuatro sesiones diarias y 8.000 dólares taiwaneses (235 euros) están presuntamente listos para pelear. “Están más preparados que los que no vienen. He tenido estudiantes a los que les temblaban las manos al empuñar el arma y lo han corregido. Les mostramos a lo que se enfrentarán para que estén mentalmente preparados. Si tu mente está lista, puedes gestionar el resto. Ese es el propósito. Es más importante pensar como un soldado que disponer de la mejor arma”, revela.

Aquí se juntan aficionados a las armas en general y a los juegos de 'airsoft' (armas de aire comprimido de escasa potencia que disparan diminutas bolitas de plástico) y los que temen la invasión china. Las estrictas leyes taiwanesas explican que todas las pistolas, fusiles y metralletas del local sean réplicas pero, promete Limon, su mecánica es muy similar a las reales.

Acusaciones al Gobierno

Los alumnos acusan al Gobierno de desatender la defensa nacional. El servicio militar obligatorio se ha recortado de dos años a apenas cuatro meses y la próxima ampliación a doce meses es juzgada por muchos como insuficiente. Un veinteañero lo recuerda como un campamento de verano. “Nos decían los mandos que podíamos repeler un ataque chino pero no lo creo. Sólo tocamos algún fusil viejo”, recuerda. Entre los congregados abunda la gente estructurada y está también el jovencito regordete que levanta la mano rápidamente cuando pido voluntarios que me expliquen qué les ha traído aquí. Asegura que urge purificar Taiwán de chinos, que matará a todos los que lleguen, que la influencia china es la culpable de todos los males e insiste en que escriba su nombre en alemán. Es un alivio que la prohibición de armas de fuego en Taiwán impida a ese porcentaje de inadaptados de cualquier sociedad derramar sus frustraciones en un instituto o centro comercial.

Es una excepción. El odio apenas residual a los chinos en Taiwán explica la paz social. No existe aquí la discriminación ni el desprecio a los chinos del continente que abunda en los hongkoneses y que en aquellas protestas de 2019 cristalizaron en agresiones descontroladas y cotidianas. Mucho tienen que ver los gobiernos. Los líderes hongkoneses prodemocráticos no condenaron ni siquiera los actos más atroces mientras Taiwán, también cuando gobiernan los independentistas, fomenta la convivencia. El PDP deslinda su beligerancia hacia Pekín de sus gobernados. “Aquí se arrincona rápidamente a los elementos más exaltados”, corrobora una fuente anónima del Ministerio de Exteriores.

Exhibición de armas en la academia Camp 66.

Exhibición de armas en la academia Camp 66. / Adrián Foncillas

todos los actores internacionales les conviene inflar el globo de la guerra. Al PDP le asegura portadas y simpatías globales y moviliza a su electorado. Estados Unidos subraya el relato del ogro chino contra el mundo libre y justifica sus presupuestos militares paquidérmicos y el movimiento de sus barcos y aviones al Pacífico. Y China contenta a su audiencia más nacionalista y recuerda a Taipei las líneas rojas que no debe cruzar. Ese teatrillo explica décadas de pronósticos errados de guerras inminentes. En apenas año y medio, la maquinaria mediática la anunció durante las maniobras militares ordenadas por Pekín tras la visita a Taipei de Nancy Pelosi, expresidenta de la Cámara de Representantes estadounidense; la anunció cuando Rusia atacó Ucrania porque los chinos aprovecharían el despiste global; y la anuncia ahora porque así el presidente, Xi Jinping, desviará la atención de la economía gripada.

La guerra es improbable. La primera razón es estadística: no se ha metido China en ninguna en casi medio siglo y no parece oportuno romper la racha con la que la enfrentaría probablemente a Estados Unidos, la mayor maquinaria bélica del mundo. La prioridad del Gobierno y su única fuente de legitimación es el desarrollo económico y un conflicto lo detendría. No ve China en los taiwaneses a enemigos sino compatriotas y considera la isla como otra habitación de su vivienda familiar. Una tranquilizadora certeza sobrevuela en los tiempos más fragorosos: ni Taipei ni Pekín quieren “su” isla arrasada ni “su” pueblo masacrado. China ansía recuperar un Taiwán dichoso y líder en semiconductores antes que un solar devastado como Ucrania. Y las simpatías prochinas en la isla, menguantes pero sustanciales, se evaporarían con las primeras bombas. La guerra no le solucionará el problema a China, sino que impedirá su solución durante generaciones y entre los defectos de su Gobierno no se cuenta la estupidez.

No apuesta por la guerra ningún analista respetable ni los taiwaneses. Una encuesta durante aquellos ejercicios militares tras la visita de Pelosi sentaba que el 78% no estaba preocupado. Taiwaneses y surcoreanos comparten la calma cuando el mundo anuncia guerras. “Los jóvenes no hablan regularmente de la guerra aunque bromean sobre ella. Es un asunto cotidiano con el que han convivido mucho tiempo. Tampoco discuten explícitamente sobre la unificación o la independencia”, señala Brian Hioe, escritor y comentarista político. La mayoría de taiwaneses, y especialmente los comprendidos entre los 20 y los 39 años, pedía al próximo presidente que atienda más a la economía que a la seguridad en el estrecho en una encuesta preelectoral de Commonwealth Magazine. Academias como Kuma o Camp 66 atienden a una minoría, creciente pero minoría.

Siete décadas en la interinidad

Siete décadas suma ya Taiwán en la interinidad, disfrutando de una independencia que el mundo no reconoce, un país de hecho que no de derecho. No es la situación idónea para Taipei pero cualquier alteración sería fatal. La isla comprende que no hay mejor escenario que el status quo. Ahí han acabado convergiendo desde polos opuestos el PDP, secesionista, y el Kuomintang, que aspiraba a la reunificación bajo estrictas condiciones. La población ha acentuado fuertemente su identidad taiwanesa en las últimas décadas pero las opciones extremas son anecdóticas: apenas un 6% suman los que pretenden la independencia o la reunificación inmediatas mientras el 88% defiende diferentes fórmulas del status quo.

Es más dudoso que el estancamiento satisfaga a China. Solo junto a Taiwán culminará el “rejuvenecimiento” de la nación y enterrará aquel siglo y medio de humillaciones. Xi ha aclarado que el asunto no puede delegarse a generaciones futuras y debería quedar resuelto antes de 2049, centenario de la fundación de la República y de la llegada a la isla de los perdedores de la guerra civil. No es este el contexto más favorable pero no le falta a Pekín paciencia ni imaginación ni clarividencia para comprender que la seducción no es la mejor vía sino la única. Valga esa certeza para relajarse con los anuncios de inminentes guerras de los cuatro años venideros.

Suscríbete para seguir leyendo