Cuando la ciencia se convierte en otro tripulante más

Bieito Rodríguez, observador en un palangrero gallego, relata su “excepcional experiencia” tras el regreso de su segunda marea

El regalo de despedida, una boya que acompañó a los pescadores y al observador científico en su última marea por el Atlántico Norte.

El regalo de despedida, una boya que acompañó a los pescadores y al observador científico en su última marea por el Atlántico Norte. / ORPAGU

Bieito Rodríguez admite con una sonrisa que siempre tuvo un “vínculo especial” con el mar. Una relación que lo empujó a saltar de la Universidade de Santiago de Compostela a un espadero del océano Pacífico; a cientos de kilómetros de distancia de Narón, su tierra natal. No lo hizo como marinero pescador, sino como observador científico; su primera marea fue larga, duró cinco meses; y solo al término se dio cuenta del “sabor agridulce” que supone llegar a puerto y tener que decir adiós al resto de la tripulación. “Estás contento porque vuelves, pero también triste porque dejas a esa gente con la que viviste 24 horas al día, los siete días de la semana”, recuerda. De ese bautismo en alta mar a la segunda vez que se enroló de nuevo un barco solo pasaron unos meses.

En ambos casos fue en palangreros, aunque en esta última ocasión la campaña se desarrolló en el Atlántico Norte. A bordo del Mariané Dous, y con la compañía de Joaquín Cadilla, presidente de la Organización de Palangreros de A Guarda, este joven de 28 años estuvo recopilando datos para el Instituto Español de Oceanografía (IEO) que ahora se podrán utilizar para realizar tesis doctorales o estudios que esté llevando a cabo la entidad. En concreto, documentó todas las especies con las que interactuó el buque, contemplando las capturas objetivo e incidentales. Un trabajo meticuloso, sin lugar a dudas, y totalmente distinto al del resto de sus compañeros.

El regalo de despedida, una boya que acompañó a los pescadores y al observador científico en su última marea por el Atlántico Norte

El regalo de despedida, una boya que acompañó a los pescadores y al observador científico en su última marea por el Atlántico Norte / ORPAGU

“Al principio, antes de embarcar, siempre tuve ese miedo. Al final los biólogos somos personal ajeno a la tripulación, a los que incluso se nos puede llegar a ver como un enemigo de sus intereses. Pero es cuestión de llegar al barco y explicarles que no es así, que nosotros vamos allí a hacer un análisis de poblaciones y que muchas veces estos análisis van a ser favorables a sus intereses”, explica Bieito, asegurando que las dos experiencias fueron “excepcionales” y que corroboró la gran selectividad del arte empleada: “Una de las claves de que este tipo de pesca sea tan sostenible”.

Respecto a la vida a bordo, Rodríguez considera que el éxito de lograr un clima de tranquilidad en los barcos reside en la colaboración, con independencia de que la comunicación confluya en un mismo idioma u obligatoriamente deba pasar por señas, puesto que buena parte de los marineros pescadores con los que ha coincidido son extranjeros. “Desde un primer momento intentas ayudar en todo lo que puedes. En el parque de pesca son ellos quienes te tienen que ayudar, entonces quieres corresponder esa ayuda ayudando en cualquier cosa. Si hay que cargar pescado a cualquier lado… Intentas ayudar para que vean que eres uno más”, señala. Y haciendo eso logró sentirse como uno más.

Como muestra de ese vínculo creado durante su última travesía, entre diciembre y febrero, la tripulación del Mariané Dous le hizo un regalo el día antes de marchar. “Desde que hubo esa buena relación tenían en mente hacerme un regalo y al final fue una boya de las que estuvieron en todos los lances en el mar”, dice Bieito. Pensaron que podía ser un buen recuerdo, y la firmaron todos sus compañeros con dedicación incluida.

El impedimento general que se encuentran los observadores científicos en su día a día no responde a la convivencia, al menos en el caso de Rodríguez, sino a sus condiciones. Por este motivo se constituyó en 2022 la Asociación de Profesionales de la Observación Científica Marina (Apocm), una entidad que cuenta con 148 asociados entre los que está este gallego y que lucha por conseguir un convenio propio, salarios más justos y coeficientes reductores iguales a los de los demás profesionales del mar: “Es eso lo que pone trabas a que podamos vivir de esto a largo plazo”.

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