Ni que decir tiene que ayer Muros no pensaba en otra cosa ni hablaba de nada que no fuera el fatídico accidente marítimo. Se vivieron escenas dramáticas, tanto en Asturias, a dónde se desplazaron inmediatamente algunos de los familiares directos de las víctimas, como en las parroquias muradanas de Abelleira y Tal. Pero la conmoción se extendió no solo por la ría de Muros-Noia, que baña a las dos comarcas coruñesas que le dan nombre y a la de Outes, sino que el luto tiñó el azul de las Rías Baixas, donde la tragedia en el mar está siempre muy presente.

La situación resulta especialmente desesperada y dolorosa para la esposa de Lucas José Mayo Abeijón. Y es que ayer no solo lo lloraba a él, sino que recordaba también que su padre murió como consecuencia de otro naufragio, aquel ocurrido en Libia en 1989.

La esposa de Lucas Mayo sufrió una crisis de ansiedad que incluso llevó a algunos familiares a comprarle tranquilizantes en la farmacia que, en régimen de alquiler, se sitúa en la planta baja de su casa.

La apenada mujer no encontraba consuelo posible mientras esperaba a que alguien le dijera si su marido estaba vivo o muerto. A su lado estuvieron decenas de personas, entre familiares y amigos, que se agolparon dentro y fuera de la vivienda familiar para arroparla a ella y a sus dos hijos, de 9 y 3 años. El menor celebró su cumpleaños el domingo, y tuvo la fortuna de hacerlo en compañía de su padre, que vivió así, con una gran fiesta y rodeado de los suyos, las horas previas a su partida hacia Asturias para embarcarse en el Santa Ana; compartiendo autobús -partieron a las ocho de la tarde del domingo- con los otros tres marineros muradanos antes citados.

"Estuvo con nosotros ayer (domingo para el lector) celebrando el cumpleaños del hijo pequeño; estuvimos todos juntos, en familia, riéndonos y pasándolo bien; no podemos creer que esto esté ocurriendo", decían entre sollozos un primo y un tío de Lucas Mayo.

Mientras el padre y otro primo partían en un turismo hacia Avilés, otros familiares explicaban que "se decidió a embarcar en la pesca de altura hace solo tres años".

Efectivamente. La propietaria de la pulpería A Vianda, en Muros, lo recuerda bien. "Es un chico encantador, aunque bastante callado; se sentaba ahí, en esa mesa -explicaba la hostelera a primera hora de la tarde de ayer mientras señalaba el interior de su establecimiento- y solía venir a menudo; siempre estuvo en la pesca de bajura, pero me había dicho que hace tres años se decidió a embarcar en la de altura para ganar más dinero y poder criar a sus hijos".

"Era un joven trabajador y bueno", apostillaba Ramón Mayo Fernández, tío de Lucas. "No sé ni como voy a contárselo a la familia que tenemos en Estados Unidos", reflexionaba.

"Iban durmiendo cuando se produjo el naufragio, por eso ocurrió semejante desgracia; no les dio tiempo a reaccionar", manifestaba minutos después, en la parroquia de Abelleira, un familiar de Manuel Indalecio Mayo Brea, de cuya muerte se supo a media mañana, aunque a la familia no se le comunicó oficialmente hasta la tarde, cuando su esposa ya había llegado a Avilés.

Antes de que supiera del fatídico desenlace, una mujer de avanzada edad llamada María José, tía de Indalecio, lloraba a la puerta de casa junto a otros familiares de este hombre de 50 años padre de dos hijos, de 24 y 28 años, uno de ellos residente actualmente en Perú.

La casa de Indalecio se sitúa al lado de la de su tía y frente a la de sus padres, que no encontraban consuelo mientras fijaban su mirada perdida en el calmado mar de Muros. Ese inmueble está a medio camino entre las viviendas de Lucas Mayo y Manuel Tajes, y por allí también pasaron numerosos vecinos, que decían de él que fue carpintero y que a causa de la crisis decidió dedicarse al mundo de la pesca.

Muy cerca de las residencias de estos marineros, y al lado de la casa del que se salvó, Manuel Simal, se sitúa el bar Hórreo, bautizado así por gran cantidad de hórreos de piedra que se ubican en aquella zona, similares a los de Combarro.

En este establecimiento, próximo también a una playa tan popular como la de Bornalle, decenas de hombres murmuraban, comentaban, reflexionaban, lloraban... "Parece mentira, aún estuve ayer con él aquí, tomando unos callos; nos reunimos y lo pasamos bien, aunque él ya estaba preocupado porque sabía que a las ocho de la tarde partía hacia Asturias para embarcar", explicaba un vecino a otro aludiendo a uno de los náufragos. Y sentenciaba: "A nadie le gusta irse de casa porque no sabe si va a poder volver".