Cuando el cambio de hora se vuelve rutina

Vigueses que trabajan o compiten en clubes de Portugal relatan cómo es vivir con dos husos horarios

Coinciden en que la clave está en tomar como referencia la “hora española”

Martín y Juan Vilar Alonso, camino del entrenamiento en el Valença Hóquei Clube.

Martín y Juan Vilar Alonso, camino del entrenamiento en el Valença Hóquei Clube. / FDV

Gestionar con éxito los tiempos y quehaceres en una familia implica grandes dotes de planificación para cuadrar las agendas laborales, escolares, sociales y de necesidades variadas, como ir a la compra o las visitas al pediatra. Un engranaje calculado al milímetro porque si no, es imposible cumplir con todo. Pues bien, hay familias donde el día cuenta con un “extra” que sube el nivel a la hora de organizar cada jornada: el cambio de hora entre Galicia y Portugal. Apenas 60 minutos de diferencia suponen un esfuerzo mental significativo para padres, estudiantes, trabajadores, deportistas y, en definitiva, todos los gallegos transfronterizos, la mayoría de ellos vecinos de Vigo y su área de influencia y de las ciudades del Baixo Miño.

Como Elías, que va cada día desde Vigo a Vila Nova de Cerveira porque trabaja en una empresa auxiliar de la automoción que fue deslocalizada al norte luso. “Un trabajo que me gusta, en un país con ciertas ventajas fiscales. Además, aquí la filosofía en el trabajo es totalmente diferente, el potencial que hay es brutal y el trabajador está súper protegido”, reconoce desde su oficina donde dirige un equipo de 42 personas, de los que, como él mismo cuenta, la mitad de ellos viven entre Vigo y Moaña.

El cambio de hora le da “ventajas a la ida” y “desventajas a la vuelta”. “Tengo que estar atento, a veces estamos liados y cuando me quiero dar cuenta es muy tarde en España. Para organizarme voy siempre con el horario español”. Como muchos de sus compañeros, lleva en esta doble vida horaria varios años y lo que en un primer momento parecía un tostón, se ha convertido en algo rutinario y natural.

Elena es madre de dos jugadores de las categorías infantil (Juan, 14 años) y alevín (Martín, 12 años) del Valença Hoquei Clube. Hasta aquí nada de peculiar si no fuera porque esta nueva generación de deportistas “lusos” es gallega. Cada día de entrenamiento y de partido, duermen en su Tui natal, pero hacen vida en la ciudad que le ve crecer como jóvenes y como jugadores: Valença do Miño, donde pasan cómo mínimo, cuatro días a la semana.

“Yo ya tengo el chip cambiado, pero al principio llegábamos siempre una hora tarde. Nos hacíamos un lío con las horas. Luego vimos que lo mejor era mantener un horario de referencia, por eso siempre vamos con la hora de España”, recuerda esta madre que tiene que hacer encaje de bolillos para cuadrar los compromisos y obligaciones de los cuatro miembros de su familia cada día. “Nos fuimos a Valença porque en Vigo no había tradición de hockey y a nosotros nos pilla muy cerca de casa”.

Sin embargo, la pasión de estos chavales por el deporte sobre patines les requiere un nivel de responsabilidad que otros chicos de su edad no tienen y que se refleja en cómo se organizan porque “vuelven de Portugal muy tarde, sobre las diez de la noche”. “Para ayudarles, cuando les lleva mi marido yo tengo la cena preparada para que nada más llegar puedan comer y descansar. Y cuando me toca a mí, se la llevo en un ‘tupper’. Y los deberes los hacen cuando llegan de clase a casa a mediodía”. A pesar del esfuerzo, ella está contenta porque “mis hijos hablan portugués tan bien, que la gente piensa que son de allí”.

Carlos y su mujer decidieron que sus hijos estudiarían en Portugal. La cercanía con su casa y el hecho de que “las guarderías tuvieran mucha más flexibilidad horaria”, fue el empujón. Hoy, con unos niños que tienen 10 y 8 años y que por primera vez van al cole en Galicia, hace repaso de lo vivido y reconoce la experiencia como “enriquecedora”. “Aprovechamos la oportunidad y mis hijos ahora dominan el portugués y el brasileño y tienen más facilidad para aprender otros idiomas, porque se han criado con otro registro fonético. Mucha gente no lo entendía, sin embargo, matriculan a sus hijos en el Liceo Francés. Nosotros pensamos que educarlos en un país diferente al suyo era una experiencia fantástica y nos pareció una forma de abrir su mente. Y en Portugal no nos pedían ningún tipo de requisito para escolarizarlos, como vivir allí”, explica Carlos. Y recuerda como estos años “ganábamos tiempo al volver del colegio a casa”. Y para no hacerse un lío, “siempre nos organizamos con la hora española, aunque ya hacemos el cálculo de manera automática”.

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