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EL RINCÓN QUE MARCÓ A...
Chus Lago Alpinista y escritora

A Madroa, o cómo coronar el primer monte

La reconocida alpinista y exploradora viguesa recorre los momentos de su infancia que son indisociables del nacimiento de su amor por la montaña

La reconocida alpinista viguesa Chus Lago junto a su hijo Solomon en A Madroa | // ALBA VILLAR

Hay recuerdos que son indelebles en la memoria de Chus Lago (Vigo, 1964). Uno, además, es especialmente recurrente. Es el año setenta y cinco. Una mañana de Sol que podría ser de primavera o de verano. Es domingo. Lago, sus dos hermanos, su madre y su padre andan cuesta arriba un camino por el medio del monte. Están subiendo a A Madroa. Su padre carga una cesta en su cabeza. Dentro lleva bebidas, un pollo y la manta sobre la que se sentarán a comer en cuanto lleguen a lo alto, a la Fonte das Mozas. Allí hay carballos y castiñeiros. Se disfrazan con las ramas caídas, juegan, se divierten: “Tengo una imagen de mi padre con una bolsa de plástico corriendo por allí tratando de coger un conejo. Él supongo que sabía que no lo iba a coger, pero a mí me hacía ilusión verlo”, añora. “El bosque era una aventura. Subirse a los árboles, encontrar fresas silvestres”, añade.

La alpinista practicando, en su juventud, una de sus actividades favoritas: la escalada. | // ARCHIVO

Con once años, en el colegio en el que estudia crean una sección de montaña. Lago no tiene la edad permitida, pero es persuasiva y consigue que la dejen participar: “La primera salida que hacemos es a la Madroa. A un refugio forestal de Montañeiros Celtas. ¿Sabes lo que sentí? Que estaba en casa”.

Lago junto a otros montañeros en una expedición a la Cova do Rei Cintolo en 1979. | // ARCHIVO

La conexión de Lago con la montaña si no es innata, está próxima a serlo. La primera mujer española –la tercera del mundo– en subir sin oxígeno al Everest se recrea en sus andainas juveniles. Su padre, que fue paracaidista en el ejército, ayudó a construir la que hoy es su mayor pasión.

Hay otro día especial entre aquellos recuerdos. Uno de esos tantos domingos de subidas y bajadas al monte, un hombre iba a tirarse en ala delta, por primera vez, desde el mirador de A Madroa. Cientos de personas esperaban en el entorno para ver la peripecia. “La gente estaba impaciente. Como si hubiesen pagado por ver un espectáculo. Decían ‘salta ya’”, recuerda. Pasaban las horas, pero el deportista no se decidía. En un momento determinado, el padre de la alpinista se acerca al hombre, habla un rato con él, se vuelve y les dice: “O va a tardar mucho, o no va a saltar porque no hay viento favorable”. “Me marcó ese recuerdo. Como el conocimiento de mi padre sobre ese aspecto de la naturaleza le hizo asumir rápidamente que no podía saltar y que no valía la pena insistir”, reflexiona.

La gente que vive el monte, que lo toca, es incapaz de maltratarlo, de ensuciarlo

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Con apenas once años, Lago ya estaba en Montañeiros Celtas y una de las cosas que hacían de forma recurrente era subir al monte donde se encuentra con este periódico para limpiarlo de basura. No es una anécdota sin más. “Haber vivido esa experiencia limpiando el monte nos marcó a todos. Podría decir seguro que de todos aquellos niños que lo vivimos no se nos ha ocurrido ensuciar el monte jamás. Ese es el mejor aprendizaje”, reflexiona. Esa concienciación, desde luego, se asienta mejor en la infancia, “aunque todo el mundo se puede reeducar”. “La gente que vive el monte, que lo toca, es incapaz de maltratarlo, de ensuciarlo”, remata.

Lago reconoce que nunca se planteó no dedicar su vida a la montaña: “Fue algo natural, orgánico”. Y con esa inercia montañera se fue al Suído, al Xaxán, al Xurés, al Courel, a los Ancares. Pero luego llegó la Cordillera Blanca de Perú; las expediciones por Kenia, por los Andes bolivianos; coronó el Agapurna, el pico Lenin, el tibetano Cho Oyu. Decenas de expediciones a lo largo de toda su vida.

Lago creció en los ochenta y los noventa, pero vivió totalmente al margen de todos los excesos de la Movida. “Nosotros volvíamos del monte en el autobús del domingo. Allí se subían los que estaban acabando todavía la fiesta. El rímel corrido, las caras mareadas”, recuerda señalando el contraste de su vida con la de la mayoría urbana. El monte era y es el sitio de encuentro consigo misma. “No viví la noche”, añade. Tampoco había grandes recursos para hacerlo. El sector naval se desplomaba en una época antitética a la bonanza: “Tardé muchísimo en ahorrar para comprarme mis materiales de montaña. La misma manta que mi padre llevaba en la cesta para comer en el monte fue la que luego me llevaba a mis primeras excursiones para dormir. Fíjate cómo era la cosa”.

Sus mundos literarios

Aunque no lo oculta, Lago ni hace alarde ni se centra en la experiencia de sus tres legislaturas como concelleira de Medioambiente en la ciudad. Su pasión es el alpinismo y también la literatura. Eso es lo que le ocupa la mente además de su familia: “Siempre hice montaña y siempre escribí en mis cuadernos de montaña”. Hoy ya atesora seis libros con su firma. El último de ellos Fata y los fantasmas del Everest, una novela infantil en la que quiere dar rendir homenaje a montañistas legendarios.

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