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La calle Príncipe. La climatología y el fin de semana no propiciaron ayer grandes aglomeraciones, pero sí animaciónALBA VILLAR / MARTA G. BREA

Un año del primer estado de alarma: aquella insólita urbe de calles vacías y comercios cerrados

Confinamiento, teletrabajo, Erte, gel hidroalcohólico, COVID. Hace poco más de un año estas palabras no formaban parte del vocabulario habitual. Ahora se pronuncian en cualquier conversación. Hace hoy doce meses, el 14 de marzo de 2020, el Gobierno aprobaba una medida casi inédita: un estado de alarma estricto que prohibía, prácticamente, salir de casa.

Era la acción más duda para hacer frente a la pandemia. Comenzó por un periodo de 15 días, pero se prolongó casi cien, hasta el 21 de junio, con diversos grados de relajación.

El confinamiento llegaba el 14 de marzo de 2020. Hoy se cumplen doce meses con otra imagen

Las calles se quedaron vacías, el comercio no esencial y la hostelería bajaron sus persianas, se suspendía la fiesta de la Reconquista y la Semana Santa y los vigueses se encerraban en casa. Apenas se veía algún taxi, algún repartidor, algún autobús… y sobre todo sí estaban presentes las fuerzas del orden, incluido el Ejército. En Vigo, la Policía Local echaba mano de la megafonía para informar a los ciudadanos de la extraordinaria situación y disuadir a los “despistados”.

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Las calles de Vigo, vacías ante la alertaALBA VILLAR

La tarea de pasear al perro varias veces en una jornada se convirtió de un día para otro en un “privilegio” y solo se podía acudir a las farmacias y supermercados, siempre con colas a la puerta. En los segundos las estanterías de papel higiénico y harina siempre estaban vacías y en las primeras no había manera de adquirir mascarillas, gel hidroalcohólico o simplemente alcohol. Había lista de espera.

La calle Príncipe, siempre atestada de clientes, era un páramo, al igual que el resto de la ciudad; el paseo de Samil perdió durante semanas la vitalidad de sus cientos de usuarios; el puente de Rande ofrecía una imagen insólita, nunca vista; el aeropuerto de Peinador comenzaba una etapa de caída total de pasajeros que aún arrastra. Desaparecían y se cancelaban vuelos, al igual que conexiones ferroviarias.

La Zona Azul quedó suspendida temporalmente, pero no había coches para sus plazas, ni en los aparcamientos. La actividad se centró en el teletrabajo, pero surgieron nuevos fenómenos sociales: la salida cada día a las 20.00 para aplaudir desde balcones y ventanas a los sanitarios, un “sucedáneo” del paseo vespertino que se convirtió en toda una muestra de solidaridad y de “buena vecindad”.

Pero también surgió la “policía de balcón”, dispuesta a alertar de cualquier incumplimiento. Un año después, la imagen es distinta, pero la amenaza del COVID aún está presente, con sus restricciones. Las esperanzas están ahora puestas en las vacunas.

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