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La cantera de la sanidad viguesa: “La pandemia nos ha hecho más fuertes”

Sara Lema, enfermera residente en el centro de salud de Taboada Leal.

Profesiones como medicina y enfermería son de una profunda vocación. Muchos años de estudio para conseguir el trabajo de sus sueños. Y esta vocación no se ve alterada por nada. Ni siquiera por la pandemia actual y que lleva ya casi un año afectando a la sociedad en general pero también al personal sanitario, que está teniendo que trabajar a destajo para salvar vidas. Y entre ellos están los profesionales en formación: los residentes. Cuando comenzaron sus carreras no se esperaban tener que enfrentarse a una situación como la actual. Pero en absoluto se arrepienten de haberse embarcado en esta aventura. “Claro que está siendo difícil, pero nunca he dudado por un segundo que aquí es donde quiero estar”, afirma María Vieites, natural del barrio de Coia y que está en el último año de residencia de su especialidad, medicina familiar y comunitaria, en el centro de salud de Pintor Colmeiro. “Me encanta mi trabajo y el virus no ha cambiado para nada mi perspectiva”, afirma Vieites.

En ese mismo centro de salud también está Manuel Soto, que reconoce que a nivel formativo “trastoca un poco todo” porque han pasado a atender a muchos pacientes telefónicamente en lugar de hacerlo de forma presencial. “No es lo mismo hacer una exploración en persona que hablar por teléfono”, reconoce Soto. Uno de los problemas que le encuentra a la actual situación sanitaria es que se deja de ver otras patologías como infartos o procesos oncológicos para atender constantemente a pacientes con coronavirus o con sospecha de padecerlo, tanto en las guardias que realizan los residentes en las urgencias del Cunqueiro como en el propio centro de salud. Además, a nivel formativo echó de menos el tiempo que tuvo que estar sin poder acudir en ambulancia para hacer asistencias en domicilios o en la vía pública porque el 061 limitó la presencia de trabajadores en el interior de los vehículos por protocolo sanitario.

Ana María do Muíño, médico residente en el centro de salud de Sárdoma

Lo positivo es que la exigencia a la que ha sometido (y sigue haciéndolo) la pandemia a los profesionales en proceso de formación es que están aprendiendo a pasos agigantados a adaptarse y a enfrentarse a situaciones en muchos casos extremas. “Recuerdo que en la primera ola todo era nuevo y cada semana iban cambiando las cosas, cada vez que iba a hacer guardia al hospital me encontraba con un mundo distinto, trabajar con un EPI puesto constantemente es profundamente agotador... Pero de todo se aprende y esto nos ha reforzado”, apunta Ana María do Muíño, residente de tercer año de medicina familiar y comunitaria en el centro de salud de Sárdoma.

Pese a que la presión a la que somete el COVID al sistema sanitario les ha permitido aprender a pasos agigantados, lo cierto es que los residentes han visto su formación algo trastocada. Por ejemplo, muchos cursos que tenían planificados tuvieron que ser suspendidos, aplazados o celebrados de forma telemática. Además, el COVID impidió en algunos casos lo que se conoce como rotaciones externas de los profesionales en formación, es decir, los traslados de unos meses a otra comunidad autónoma o incluso a otro país para trabajar en otro sistema sanitario.

“La época de residencia es muy bonita, porque con los compañeros formamos una auténtica comunidad. Por ejemplo antes cuando llegaba un nuevo residente al centro de salud hacemos una comida de bienvenida. Por eso a nivel social también lo hemos notado, la experiencia no se ha podido disfrutar lo suficiente”, reconoce Ana María do Muíño.

Antón Otero es médico en formación en el servicio de Medicina Interna del Álvaro Cunqueiro, uno de los que ha tenido más presión a causa del coronavirus. Además, a este joven siempre le han entusiasmado las enfermedades infecciosas, y ha tenido la “suerte” de que le ha tocado trabajar en plena pandemia de una patología infecciosa como el coronavirus. “Es más, me gustaría haber vivido la época de la epidemia del VIH”, asegura este joven profesional.

Desde el punto de vista de la enfermería, Sara Lema, que está en su último año de residencia en el centro de Salud de Taboada Leal, reconoce que el miedo a un posible contagio siempre está ahí, porque ella como enfermera está en contacto constante con pacientes “y es imposible saber si es asintomático o ha estado en contacto con un positivo”. “Para mí está siendo un aprendizaje impresionante, no me arrepiento para nada. Tengo claro que quiero seguir trabajando en Atención Primaria”, afirma esta enfermera coruñesa que quiere desarrollar su carrera profesional en la ciudad olívica.

Plazas cubiertas

Todas las plazas de residencia ofrecidas en la última convocatoria en el área sanitaria de Vigo han sido cubiertas, lo que demuestra que los profesionales en formación no se echaron atrás por el COVID. El presidente de la comisión de docencia de Vigo, Eduardo Murias, explica que lo que pasó en la primera ola sobre todo fue que “la actividad se centró en pacientes con coronavirus, por lo que hubo especialidades que tuvieron menos trabajo asistencial”. También informa que los casos positivos entre residentes fueron mínimos y ninguno desarrolló una enfermedad grave.

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