Con mucho frío, sí, pero también con los rayos del Lorenzo colándose entre los edificios y los árboles. Los menores vigueses aprovecharon la gélida pero soleada jornada festiva del día de Reyes para presumir de los regalos que Sus Majestades les habían dejado sigilosamente de madrugada debajo del árbol, cerca de los zapatos o junto al belén. Fue la prueba irrefutable de que la llave de la ciudad funcionó a la perfección y de que, como aseguró en la cabalgata del martes Abel Caballero –con una chuleta escrita por Melchor, Gaspar y Baltasar–, los niños de Vigo fueron “los mejores del mundo” y “valientes” durante esta época de pandemia. Es la recompensa tras un año marcado por las palabras crisis, restricciones, confinamiento y coronavirus, que los adultos olvidaron de un soplo al despertarse, en cuanto percibieron en los rostros de sus vástagos la ilusión y alegría de una fecha mágica.
Horas antes de meter el primer bocado del día al tradicional roscón, sobre las 12.20 horas, Jacinta (a pie) y su hija Ana (en patines) disfrutaban de la mañana libre por el entorno del Náutico tras desenvolver el regalo que los Magos de Oriente le habían dejado a la pequeña: un cuadro de un zorro elaborado por el ilustrador vigués Pablo Rosendo. “Todavía nos quedan por mirar las sorpresas que hay en las casas de los familiares, pero, por ahora, ha sido más generoso Papá Noel, que dejó dos detalles”, reconocía la madre, quien confesó que ambas remolonearon “un poco” antes de visitar el árbol de Navidad.
A unos metros, en la calle Montero Ríos, Irene pedaleaba con ganas en su nueva bicicleta dejando atrás a su padre, Ramón, que llamaba su atención para que no se alejase demasiado. Y es que, como aseguraba la niña, la bici fue el regalo que más ilusión le había hecho, por lo que no dudó en salir pronto a probarla. “Los Reyes Magos también me han traído un segundo libro de Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, el primero me lo había regalado mi padre”, apuntaba antes de concretar que aún le quedaban por abrir los agasajos depositados por Sus Majestades en casa de su madre y de su abuela. “De momento, puedo decir que se han portado muy bien”, apostillaba. A su lado, Ramón comentaba que vivir el día de Reyes con la pequeña ayuda a “revivir la infancia”. “Ayer [por el martes], fuimos a la cabalgata. Y hoy, fue el turno de los regalos. En estas fechas, pasa lo mismo que con los deberes: recuerdas las experiencias gracias a los menores”, destacaba.
Ya en la Praza da Estrela, Gael se despedía de sus colegas justo antes de subirse a su nuevo monopatín de color negro y ruedas amarillas, que hacía juego con las rodilleras y las coderas. “Son todos los regalos que le han dejado los Reyes Magos en casa. Al desenvolver los paquetes, ya empezaba a tener muchas ganas de bajar a la calle a estrenar todo”, subrayaba su padre, José. “Todavía es muy pequeño para darse cuenta de que vienen Sus Majestades de madrugada, entonces, pasó la noche como siempre, fue normal, pero sí que se le notó muy ilusionado cuando descubrió los regalos y vio que ya no quedaba nada de la leche ni de las galletas que les dejamos a los Reyes y tampoco agua en el cubo para los camellos”, continuó antes de detallar que el menor había elegido un menú de desayuno muy tradicional: roscón.
Cerca de Gael y José, Antonio ayudaba a su hijo Pedro a aprender a utilizar los patines en línea, uno de los regalos que había abierto horas antes. “Llevaba mucho tiempo pidiéndolos. También me han dejado un libro (Harry Potter y el legado maldito) y unas zapatillas”, manifestaba el menor mientras le daba las manos a su padre para mantener el equilibrio. En uno de los bancos de piedra de la plaza, la pequeña Carmen y su padre Pablo sacaban de la caja los detalles que habían traído los Reyes: un montón de muñecos de animales. “Se han portado muy bien conmigo”, aseguraba ella con cierta timidez. “Estaba nerviosa, durmió fatal”, añadía el padre.
Una de las estampas más habituales del día de Reyes la protagonizaron las largas colas a las puertas de las pastelerías: los vigueses no quisieron cerrar la comida sin probar un trozo del dulce más típico de estas fiestas. Para equilibrar las calorías, muchos de ellos, engatusados por el sol y el cielo azul claro que coronó Vigo hasta que cayó la noche, salieron a pasear por la zona del centro, Samil o Castrelos.