De niño leía libros de divulgación de Hawking y Sagan y recuerda cómo la película Contact, inspirada en una de las obras de este último, incrementó su vocación por el espacio. Por eso estudió Física en Santiago, aunque por entonces ni se imaginaba que acabaría trabajando en un centro de investigación de la NASA y asistiendo a conferencias de expertos como Jill Tarter, la científica del SETI en la que está inspirado el personaje de la doctora Arroway al que dio vida Jodie Foster en la gran pantalla.

Tras titularse en 2012, Andrés Dono Pérez (Vigo, 1989) realizó unas prácticas en el servicio de radioterapia del Meixoeiro. "Me venía de familia, mi madre es auxiliar de enfermería, y me lo pasé muy bien. Siempre me he dejado llevar por lo que me gustaba y quería probar cosas". Pero el camino de este vecino de Beade ya iba por otros rumbos.

Había dedicado su año "erasmus" en Upsala (Suecia) a especializarse en astrofísica y, tras su paso por el hospital vigués, inició un máster en la Universidad Internacional del Espacio, con sede en Francia. Su trabajo final le brindó la oportunidad de fichar en 2013 como becario por el Centro de Investigación Ames de la NASA, en pleno Silicon Valley: "Envié la solicitud y me tocó. Al acabar los tres meses me ofrecieron otros seis, entré en nuevos proyectos y acabé por quedarme allí como ingeniero aeroespacial. Mi formación es científica pero lo que hago está a medio camino entre la astrofísica y la ingeniería".

Andrés trabaja en el Centro de Diseño de Misiones y pertenece al equipo de dinámica de vuelo, responsable de determinar las trayectorias y las órbitas de los satélites y naves espaciales para que puedan cumplir con éxito sus misiones. Una tarea nada sencilla que también implica cálculos relacionados con el sistema de propulsión, el combustible, las maniobras a realizar durante el vuelo o la vida útil, entre otros.

"Hay mucho trabajo detrás de cada misión. Nos reunimos con los científicos para saber qué tipo de datos quieren conseguir, lo que determina el diseño de la nave y su trayectoria. Son proyectos muy complejos porque entran en juego muchas variables. Los campos gravitacionales de los planetas, por ejemplo, tienen irregularidades que pueden llegar a provocar que la nave se estrelle contra la superficie. Y si las aplicaciones son muy específicas y requieren que no se mueva demasiado son necesarias maniobras muy precisas para poder evitar estas anomalías", explica sobre algunos de los retos que afronta cada día en un grupo situado a la vanguardia de la astrodinámica.

"Una vez que consigues diseñar la misión nominal debes calcularla miles de veces, teniendo en cuenta todas las perturbaciones que pueden ocurrir, y que funcione en el 99,9% de los casos. Es genial saber que has participado en algo que está en el espacio y enviando telemetría, pero son sistemas tan complejos y que requieren tanto nivel de precisión que todavía me sorprende que seamos capaces de enviar naves al espacio. Me fascina, parece algo casi mágico", reconoce.

Andrés se estrenó en la NASA con proyectos de nanosatélites que orbitaban alrededor de la Tierra pero también ha participado en misiones a la Luna. Y en la próxima conferencia anual de la American Astronautical Society presentará un artículo científico sobre el comportamiento gravitatorio de Marte. "Es muy interesante de cara al futuro, cuando podamos tener muchos satélites en su órbita", apunta.

Una de las apuestas actuales del Centro de Diseño de Misiones del Ames la constituyen las formaciones o enjambres de pequeños cubesats que vuelan próximos y pueden realizar las mismas operaciones que un satélite de mayor tamaño y a mucho menor coste. Y Andrés participa en un proyecto de dos nanosatélites terrestres que se comunican entre ellos.

Además, el pasado noviembre recogía uno de los premios de excelencia que la agencia espacial entrega a sus trabajadores por el diseño de una misión que involucraría a una nave de mayor tamaño: "Se trata de una especie de telescopio espacial y fue un trabajo muy complejo porque tendría una órbita muy particular, alrededor de la Tierra y en consonancia con la Luna".

Es uno de los proyectos de la Nasa que aguardan fecha de lanzamiento. "La filosofía de nuestro equipo es llevar a cabo el trabajo de la mejor forma posible y después que la agencia decida. Todos los centros de la NASA competimos por financiación y las prioridades varían. Las misiones pueden retomarse años después porque los cálculos ya están hechos", comenta.

Andrés destaca la "cercanía" de sus compañeros veteranos: "Lo agradeces mucho cuando eres nuevo, te animan a plantear cosas. Iba a reuniones con gente que veía en las noticias y cuando llegaba a casa pensaba '¿Qué acaba de pasar?'".

Las misiones espaciales implican colosales presupuestos que se justifican, sostiene, desde varias perspectivas: "El ser humano es curioso y explorador por naturaleza. Hay mucho por conocer y debemos tener un plan para el futuro. Hoy exploramos el espacio como antes Magallanes se lanzó a descubrir los océanos. Para que un día sea factible vivir en otro planeta tenemos que empezar a trabajar nosotros. Y pensando en lo más práctico, la tecnología espacial siempre tiene beneficios en la Tierra, por ejemplo, el GPS. Y de cara al futuro ya se empieza hablar de la minería en asteroides".