Era una estampa habitual de la ciudad, como una postal con el perfil de El Sireno o una panorámica del Pazo de Castrelos. Grupos de ostreras colocadas en fila en las inmediaciones del mercado de A Pedra ofreciendo este indiscutible manjar a oriundos, pero sobre todo a los turistas. Armadas de cuchillo y con un giro de muñeca que dejaría avergonzado al mejor de los magos, llegaron a representar la rama más elevada y popular del mapa culinario vigués.

Nombres como el de Isaura Pérez, Mari Carmen Rodríguez o Hermitas Bouzón se hicieron un hueco en el paladar y en la vida de muchos forasteros y vecinos en los años 70 y 80. Pero el tiempo pasa y a diferencia del buen vino, las costumbres tienden a desaparecer y a perder su valor. Los ostreros comenzaron a menguar hasta quedarse en los escasos cuatro actuales al despedir el pasado sábado a una de sus estandartes, María Seoane, que en sus últimos años ya solo acudía a ayudar a su hermana Isabel cuando había más afluencia de clientes. Ambas fueron galardonadas en 2013 con la Medalla al Mérito en el Trabajo por su incansable dedicación a un sacrificado pero gratificante oficio.

Isabel es la única mujer que queda como ostrera en un mundo que ahora tornó al género masculino. Junto a ella, en otro puesto trabajan Fernando Martínez y su empleado Diego Moreno. Seoane cuenta con la inestimable ayuda de Manuel Maistu, que lleva ya siete años sirviendo ostras en A Pedra. Los cuatro son los únicos ostreros que permanecen fieles al oficio pero no los últimos, o eso confían. "Aquí habrá ostreros durante muchísimos años", asegura Seoane, quien espera continuar "hasta que no tenga más fuerzas".

Este relevo generacional se escenifica en Diego Moreno. Con 28 años, el profesional de la hostelería decidió encaminar su futuro a las ostras. Y no se arrepiente. "No quería que esta tradición se perdiera, venía por aquí cuando era pequeño y me gustaba mucho, así que voy intentar conservarlo", narra el joven, que reconoce que aunque pudiese parecer una tónica habitual "no se han perdido tantos clientes". "La gente viene igual, si que es verdad que desde lo del mercado hubo un bajón y que muchos cruceristas optan por ir a otros lugares, lo que se quedan en Vigo pasan por las ostras", reconoce Moreno.

Y es que no es necesario que la afluencia de público desborde la calle Pescadería para que los ostreros desempolven sus cuchillos. Como ha hecho cada mañana durante las últimas décadas, Isabel Seoane se levantó ayer bien temprano en busca de la mejor colección de ostras disponible. Pasadas las 10.00 ya estaba en su puesto de A Pedra. El mismo de siempre y al que llegó bajo la tutela de su madre. "Cuando todavía éramos muy jóvenes veníamos mi hermana y yo a aprender este oficio y desde aquellas aquí sigo", reconoce Seoane. Su oficio, duro como el que más, es un soplo de aire fresco para su día a día. "No sé qué haría si no tuviese esto, apunta esta ostrera de Arcade, que recurre a su marido para poder ofrecer este exquisito manjar en el Casco Vello. "Él es quien me trae y quien me lleva", apostilla.

Hace años, había una decena de ostreras. Ahora quedan tan solo cuatro trabajadores e Isabel es la única mujer. Sin embargo, ella es optimista con la salud de la profesión. "Ahora no necesitamos más porque en invierno no hay mucho trabajo y en verano nos apañamos bien", señala Seoane, a la que todavía le esperan varias semanas de madrugones. "Nosotros cogemos las vacaciones en octubre y después de Nochebuena", indica desde detrás de su mostrador. Ella se considera una "superviviente" y reconoce que, aunque todavía no tiene nada decidido, su puesto en A Pedra no quedará desierto cuando ella no esté.

Y para los días que no esté siempre contará con la ayuda de Manuel Maistu. "La ostra y la tradición no ha cambiado, pero si hay mucho menor movimiento de gente. No es el público de antes pero el verano siempre ayuda", reconoce Manuel.