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Crónica Política

La influencia

Javier Sánchez de Dios Gustavo Santos

Desde una opinión particular, y en la medida de lo posible no condicionada por el respeto personal –e incluso la admiración– o la discrepancia ideológica, convendría tener en cuenta el mensaje que el profesor Beiras Torrado envió hace muy poco en un acto político/literario. Y no sólo porque su resumen –“Galicia no cuenta”– nparece cierto, sino porque esa situación dura ya demasiado y se ha mantenido con todo tipo de gobiernos centrales y autonómicos, aunque en este nivel no existe una posibilidad razonable para la comparación. Por odiosa que fuere.

Así las cosas, la realidad es la que es, y la influencia de Galicia no ya en los asuntos de Estado, sino en cualquiera otro, es históricamente nula. Aunque, sin la menor intención de corregir a tan ilustre político, quizá proceda recordar que esa insignificancia no es sólo responsabilidad ajena. Y si es cierto, por ejemplo, que los Borbones aportaron el centralismo tras vencer a los Habsburgo en la guerra de Sucesión, no lo es menos que durante los gobiernos monárquico/liberales, y también las fugaces dos Repúblicas, el papel de Galicia se mantuvo bajo en influencia.

Eso obliga, siempre desde un punto de vista particular, a reflexionar acerca de las razones que pudieran explicar esa parte del problema. Porque en los últimos tres siglos hubo elecciones “democráticas”, gobiernos constitucionalistas y republicanos en el poder, si bien –quedó dicho– de forma efímera y liquidada con golpes militares. Los “pronunciamientos”, nombre muy español que significaba anti/democracia. Y prorrogando la osadía de aportar ideas –que no replicar las magistrales– que puedan ayudar, procedería un debate “de país”explicar por qué pasa lo que pasa.

El propio don Xosé Manuel se lamentaba de la poca generosidad de la izquierda radical –Podemos, en concreto– para con Galicia. Eso quiere decir, siquiera en parte, que la cuestión no es tampoco sólo ideológica. Y fue el señor Beiras, precisamente él, quien hace unos años defendió como prioritario –o al menos así lo entendieron algunos observadores– vincular lo que parece semejante pero no lo es, tal como el galleguismo y el nacionalismo. Y aportó una fórmula que sigue siendo válida: abrir una convergencia para reforzar a Galicia con músculo propio, fuerza, visión colectiva y un proyecto común. O sea, sumar.

No se trata de uniformidad, sino de utilizar la diversidad para medir y obtener lo que cada cual defiende mediante una fórmula que satisfaga a todos sin que nadie más que Galicia se sienta protagonista del triunfo. Y hay espacio, por difícil que parezca, para conseguirlo, siempre y cuando la tesis no olvide ni se superponga a la realidad del país. Porque la influencia que falta no sólo es, como queda dicho, imputable a la Política y a los políticos de aquí y de allá. Es imprescindible crear un proyecto común y válido para la mayoría, y un lobby galaico que presione donde sea menester: y hay miembros para construirlo. Logrado eso, será el momento de construir la vía adecuada que, tal como están las cosas, no parece que pueda ser la de la confrontación.

¿No?

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