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Las nuevas caras de la pobreza

Parados y expulsados de la economía sumergida sobreviven con las ayudas de ONGs

Las nuevas caras de las colas del hambre

Las colas del hambre tienen nuevas caras. A los conocidos como pobres marginales, ahora hay que añadir a los afectados por despidos, ERTEs, autónomos que cierran sus negocios y empleados de la economía sumergida que no tienen derecho a paro. También recaen los que hacía poco se habían repuesto de la recesión de 2008. A todos ellos, la pandemia los ahoga económicamente cada vez más y se ven obligados a pedir ayuda de forma desesperada a asociaciones benéficas, algunos por primera vez. Las personas que acuden a comedores sociales aumentan con el paso de los días, los estantes del Banco de Alimentos se vacían tras haber suministrado a un 40% más de usuarios, y en oenegés como Cáritas y Cruz Roja redoblan sus esfuerzos para multiplicar su capacidad de asistencia.

Son las 12.30 del mediodía. En una esquina de la céntrica calle viguesa de Urzáiz, se forma una cola. Se ve gente con ropa de marca y hablando por teléfonos móviles caros. Otros aparentan más discretos, algunos demasiado humildes. La cola no es para entrar en una tienda de ropa, sino para recoger una bolsa con comida para todo el día. Ayer, el plato principal fue pollo con pasta y hoy toca fabada. Además de un bocadillo, dos piezas de fruta, dos yogures y un dulce. Tras recoger sus táperes, se mezclan entre la muchedumbre que recorre una de las vías más transitadas de Vigo.

Intenso trabajo de oficina en Cáritas Tui-Vigo. Marta G. Brea

Pero nadie sabe que son pobres. Por mucho que algunos eviten que los vean, mirando de reojo antes de entrar a pedir ayuda. Aunque solo hace falta estar allí para observar que ningún individuo se fija en ellos. Un colectivo al que con motivo de la pandemia hay que sumar una nueva clase. A los conocidos como pobres marginales, la crisis del Covid ha añadido personas que trabajaban en la economía sumergida, cuidando a ancianos o de asistentas del hogar, en la hostelería, y también aquellas que de la noche a la mañana se quedaron sin trabajo al tener que cerrar su negocio. Son los “pobres vergonzantes”, dice la hermana Guadalupe, la encargada de gestionar el comedor Misión del Silencio, que como el resto de los servicios sociales ha tenido que multiplicar esfuerzos para atender a todos los necesitados. A los de antes y a los nuevos.

Hermana Guadalupe entregando las bolsas de alimentos en en la Misión del Silencio. Marta G. Brea

“El perfil de la gente está mutando, como el virus, igual”

Hermana Guadalupe

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Sin ir más lejos, una investigación elaborada por cinco universidades españolas acaba de certificar su apreciación, que es la siguiente: “Están viniendo las mismas personas que antes, pero, a mayores, lo hace mucha gente ‘normal’. Se les nota. No son marginados; se han quedado sin trabajo”. De hecho, el “25%” de hombres y mujeres que se acercan a por un plato caliente de comida al comedor de la Misión del Silencio son personas que hasta hace poco estaban acostumbradas a pagar el alquiler, la luz y el agua casi sin pensar, de forma rutinaria. Pero resulta que con la crisis sanitaria no les han pagado, el ERTE no les ha llegado o simplemente les han despedido y ahora el dinero que tienen no les llega ni para comer. Según las últimas estadísticas, unos 50.000 hogares gallegos más tienen problemas para llegar a fin de mes desde que se declaró el primer estado de alarma en marzo.

Sin entrega a domicilio, entran 100 bolsas diarias

Tradicionalmente, este céntrico comedor social servía los platos calientes en sus mesas. Pero el virus lo ha obligado a reinventarse. En la actualidad, preparan unas 100 bolsas diarias. “Se necesita más tiempo, hay que madrugar más. Pero lo hacemos con gusto”, afirman. Luego, personas como Alexia, que acude a la cola del hambre desde el pasado julio, lo agradecen: “Una paga de 392 euros no da para nada. Pago 250 de alquiler compartido y me tengo que buscar la vida pa’ mi niña de 5 años”. Esta mujer de 32 años, que se sienta en la calle de Camelias a pedir, asegura que “cada vez hay más gente”. Aquí, también está Antonio, “cliente” por segundo día, de 58 años, con una enfermedad que le impide trabajar y una pensión que tampoco llega a los 400 euros. “Tendrían que ayudar más y no ayudan”, critica. Alejandro es otro que, “sin permiso de trabajo”, llegó de Sudamérica para emplearse en Galicia y el Covid lo dejó sin el dinero negro que obtenía a través de la economía sumergida. En este momento, vuelve a pronunciarse la hermana Guadalupe: “Tengo miedo al futuro inmediato, no al lejano. Estoy preocupada porque va a haber mucha más necesidad”. Además, las cocinas tienen un “límite”, cuenta, aunque, de momento, no existe problema de desabastecimiento.

Un pobre recoge una bolsa de comida en la Misión del Silencio. Marta G. Brea

“Tengo miedo al futuro inmediato, no al lejano. Estoy preocupada porque va a haber mucha más necesidad”

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Sucede lo contrario en el Banco de Alimentos de la provincia de Pontevedra, cuya realidad es extensible al resto de Galicia y España. En lo que va de 2020 ya ha atendido a un 40% de personas más que en el mismo periodo de 2019, ejercicio en el que surtieron a un total de 20.000 desamparados. Sin embargo, en este año tan atípico “se juntan el hambre con las ganas de comer”: hay menos aportaciones y muchas más necesidades que cubrir, con lo cual las existencias de alimentos se agotan.

“Somos apolíticos, pero no ciegos. Esto es lo que estamos advirtiendo”

Pedro Pereira - Banco de alimentos Vigo

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“Las estanterías están como están. Este año no hemos hecho ninguna ‘Operación Kilo’ para no correr riesgos por la pandemia, con lo cual la entrada de alimentos se ha quedado reducida a ofrendas de particulares y empresas”, manifiesta Pedro Pereira, presidente provincial del banco bueno. Aun así, del 19 al 21 de noviembre está programada una campaña de donación en efectivo en los cajeros de los supermercados para posteriormente transformar ese dinero en suministros.

El almacén, medio vacío, del Banco de Alimentos, en Vigo. Marta G. Brea

“Vienen empleadas del hogar latinas que son médicos, abogados y enfermeras... Y trabajadores de delibery, como Glovo, que con 30 años deberían estar ganando su sueldo como licenciados”

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Así relata Pereira cómo están viviendo otra de las epidemias que está desencadenando la del coronavirus: “Estábamos acostumbrados a ver a los llamados pobres, que dormitan en las puertas de los bancos. Pero la clase que ya tenía la vida arreglada es la que ha salido absolutamente destrozada”. Por lo tanto, a los “inmigrantes” y a los “desconectados socialmente” hay que añadir ahora “la antigua clase media”. “Y esto va en aumento”, refleja Pereira, que subraya que vienen de sectores “muy diversos”, aunque, “fudamentalmente”, pertenecen al campo de la hostelería y autónomos. Por norma general, también son “más jóvenes y con estudios”. “Vienen empleadas del hogar latinas que son médicos, abogados y enfermeras... Y trabajadores de delibery, como Glovo, que con 30 años deberían estar ganando su sueldo como licenciados”, expresa. Por último, subraya: “Desde el banco siempre decimos que somos apolíticos, pero no ciegos. Y esto es lo que estamos advirtiendo”.

Un voluntario en el banco de alimentos

El caos se extiende a otras oenegés como Cáritas, en donde ofrecen una atención integral al necesitado. Aquí, los datos también hablan por sí mismos. En la diócesis Tui-Vigo en lo que va de 2020 han superado con creces todas las ayudas del año pasado. En alimentación, ya han atendido a más de 500 hogares, cuando en todo el curso anterior auxiliaron a unos 370. En materia de vivienda han socorrido a 140 personas más. Y también han multiplicado las subvenciones en salud, pago de guarderías, clases de refuerzo o adquisición de libros de texto.

“Vuelven personas que se habían recuperado de la crisis de 2008”

José Antonio García - Cáritas Tui-Vigo

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“Todo aumenta y eso que no ha acabado el año. Quedan dos meses que son los más duros”, asiente el coordinador de Cáritas, José Antonio García Cobas, quien cree que esta crisis acabará siendo “peor” que la anterior, la de 2008. “El problema es que llueve sobre mojado”, lamenta, quien observa la caída de otra estirpe que no es la clase media: aquellas personas a las que les había costado remontar tras última recesión y que ahora vuelven a recaer. Así lo cuenta Cobas: “Notamos mucho que gente que ya estaba recuperada, que ya había encontrado un trabajo, volvió para atrás. Vuelven a necesitar nuestra ayuda para pagar la luz, el alquiler, para comer...”. Y finaliza:

"Nos queda un 2021 muy duro; la economía no se va a recuperar en tres meses”.

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En Cruz Roja, los acontecimientos se suceden al mismo ritmo, de forma imparable y cuesta arriba. “Este año, en toda la provincia ya hemos atendido a más de 30.000 personas. Y en todo el 2019 auxiliamos a 14.000”, informa Pilar Méndez, la misma que comenta las principales peticiones: alimentación e higiene. Además, en Cruz Roja se han encontrado con otro perfil especialmente necesitado, el de las personas mayores. “Con motivo de la pandemia se han encontrado mucho más solos”, expone. Para concluir, Pilar Méndez prefiere ser “optimista”, pero no escapa de lo que puede acontecer en realidad: Si se produce otro confinamiento como el que hubo en marzo, hay familias a las que no les ha dado tiempo a recuperarse; la situación se agravará”.

Voluntarios de Cruz Roja durante una entra de suministros Cedida

 

 

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