Una llamada en un momento inoportuno. Un despiste. Una distracción que impidió que pulsase el freno de emergencia hasta que solo 400 metros separaban el tren del abismo. Francisco José Garzón, el maquinista del Alvia que descarriló en Angrois el 24 de julio llevándose consigo las vidas de 79 personas y dejando el doble de heridos, asegura que no se dio cuenta, pese a no haber ingerido alcohol ni consumido otro tipo de drogas, de que llegaba a una de las curvas más peligrosas del país, y admitió ante el juez, que le imputa 79 homicidios por imprudencia, que el siniestro estuvo motivado por un fallo humano y no por un error técnico.

No obstante, sus compañeros de profesión no lo ven de la misma manera. El vehículo, la vía y las medidas de seguridad también tienen su papel en la tragedia. En ese sentido, alegan por ejemplo que no se evaluaron los riesgos del convoy que conducía, que al final, para CC OO, resultó ser "un tren de tercera" y no un AVE. Además, si hubiera llevado el sistema de seguridad ERTMS, traspasada cierta velocidad, "no habría ocurrido esto", dicen, porque el frenado es automático. Finalmente, el trazado de la curva, cuya mala fama se remonta a antes del siniestro, también es el objetivo de sus dardos.

Conductores de autobuses, pilotos o controladores aéreos, personas que, como Garzón, llevan sobre sus hombros el peso de muchas vidas, son conscientes que la suya es una responsabilidad enorme, pero, al tiempo, defienden que debe haber un sistema detrás para minimizar los fallos porque, como Séneca constató hace dos mil años, "errar es humano".