"No cuesta nada hablar bien, c*ño"

Porque las escuchan en casa, en el colegio, en la tele... y porque quieren llamar nuestra atención. La relación de los más pequeños con las palabrotas, bajo lupa

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“¿Cómo puede ser que esos niños de 8 años digan tantas palabrotas?” Cualquiera se plantaba delante de un episodio de South Park y se quedaba mudo con el lenguaje de los protagonistas. Trey Parker y Matt Stone, sus creadores, lo tenían más que claro: “Estamos seguros de que los niños, cuando están solos, hablan igual que los adultos. O peor”.

Y es que es salir a la calle o poner la oreja en el patio del colegio y descubrir que - ya hace tiempo - vamos mucho más allá de los clásicos “caca culo pedo pis”. Los niños y las niñas conocen una larga serie de improperios, y como saben la importancia de compartir, no dudan en difundirlos entre sus compañeros.

La razón del porqué puede variar mucho: “Puede ir desde llamar la atención del adulto (de las más frecuentes en los primeros estadios de la infancia), encajar con sus iguales o, en el peor de los casos, la intención de herir a un tercero” explica la psicóloga Alba Fernández.

Alba Fernández, psicóloga sanitaria y educativa.

Alba Fernández, psicóloga sanitaria y educativa. / Cedida

La experta comenta que, también, puede ser por imitación de padres o amigos mayores, aunque en este punto destaca que “es imposible hacer uso de una comunicación asertiva 365 días al año, 24 horas al día, porque somos humanos que nos equivocamos, sentimos y actuamos de manera imperfecta. Nos cuesta a los adultos, cuanto más a los peques.” 

Está claro que el uso de palabrotas es algo común y casi inevitable a lo largo de nuestra vida: “Puede comenzar desde que el niño adquiere lenguaje, lo que ocurre es que la intención no es la misma cuando tienes 2 años que 22”. 

Tampoco es sano evitar decirlas a toda cosa, pues puede resultar desadaptativo

A Ana le encanta decir ‘coño’ y ‘joder’. A veces ni siquiera lo hace buscando una reacción, ese gusto por lo prohibido, por la risita de nuestro padre cuando decimos algo que no debemos. “A veces está jugando sola en la habitación y se le escucha decir ‘¡joder!’” explica Cristóbal, su padre. 

Los niños imitan lo que escuchan y, sobre todo, aprenden que genera una reacción en sus adultos de referencia: “Son esponjas y tienen gran habilidad para detectar estos cambios de expresión en la cara, tono de voz o comportamiento de sus padres”. Cuando comienza el colegio, entre los 3 y 5 años, entramos en un período crítico, donde aprenden de sus iguales u otros niños mayores: “Aquí tenemos que fijarnos en la intencionalidad. No es lo mismo que use un insulto cuando está enfadado que en el contexto de hacer 'gracia' o causar una reacción".

Alba Fernández.

Alba Fernández. / Cedida

"Yo nunca digo palabrotas"

Tampoco es sano evitar decirlas a toda cosa, pues puede resultar desadaptativo: “Tenemos que ser modelos de conducta, pero sin caer en la sobreprotección, o acabaremos enseñándoles, de manera inconsciente, que tenemos que comportarnos siempre de manera impecable y cumpliendo las expectativas de los demás, lo que acaba generando mucha culpa y ansiedad cuando no se consigue.”

Es importante no normalizar su uso y enseñarles a identificar las consecuencias que pueden generar en los demás, pero recordarles que todos nos podemos equivocar. “Pero si vemos que la conducta problemática se mantiene, sí sería interesante consultar con un profesional para ampliar sus recursos emocionales” termina.

¿Qué hacer cuando pasamos de la risa cómplice a las caras de vergüenza?

A veces, a los adultos se nos escapan ciertas expresiones delante de los más pequeños. Otras, somos nosotros los mismos los que las enseñamos “para hacer la gracia”, y claro... ¿qué pasa si se nos va de las manos?

Al reaccionar a las palabrotas, las normalizamos: “Si digo X papá y mamá contestan, por lo tanto soy visto y me harán caso”

“Este tema es peliagudo, muchas veces los adultos enseñamos este tipo de conductas de manera inconsciente. Nos puede resultar gracioso en un contexto informal, que nos imiten o hagan uso de ciertas palabras o expresiones” explica Alba. “¿Qué pasa? Que el mensaje que se llevan es el siguiente: ‘Si digo X, a papá y a mamá les gusta, por lo tanto soy vista y me hacen caso’. Y en consecuencia aprendo a comunicarme con palabrotas y a normalizarlas cuando quiero dirigirme a los demás”.

Llegados a este punto existen varias formas de actuar: “Si la palabrota es la primera vez que la dicen y es de manera descontextualizada, es importante no atenderla, ya que se terminará extinguiendo por falta de refuerzo y atención. Si vemos que ya forma parte de su conducta tenemos que ayudarles a encontrar las palabras correctas para expresar su malestar y ayudarles sin avergonzarles”.

La clave será siempre guiarles a buscar una solución, desde pedir disculpas hasta aprender a gestionar frustraciones, pero sobre todo pasar con ellos tiempo de calidad. “El motivo principal detrás del uso de las palabrotas somos los adultos. Por un lado nos toman como modelo, y por el otro quieren llamar nuestra atención”.