"Solo dejaría la cámara si eso sirviese para salvar una vida"

“Tengo por hermanos de sangre a Arturo Pérez Reverte y Óscar Mijallo. Pero también admito que he tenido compañías con las que mejor no volver. Porque ¿sabes? Hace ya muchos años que llegué a entender que el tiro no siempre te viene de frente, sino que en ocasiones te entra por la nuca”

Salvador Rodríguez

Salvador Rodríguez

El pasado 13 de mayo, el día después del de la votación de las elecciones catalanas, Miguel De la Fuente daba por concluida su carrera profesional. ¿El asunto? La cobertura de la reunión de la Ejecutiva del PSOE para valorar los resultados de los comicios. “A fin de cuentas, una batalla más ¿no?”, le preguntamos. Y se ríe: “Sí, la última ¡pero me jubilo, me jubilo!”, nos espeta como quitándose de encima un agobio. Y es que este ourensano, con su cámara al hombro cual si se tratase de una extremidad más emanada de su propio cuerpo, ha estado en primera línea de todas las grandes guerras internaciones desde 1991 hasta hoy; para concretar: de la primera guerra del Golfo (1991) a las de Ucrania y Gaza, que todavía continúan. Y van ya 35 años durante los que también ha cubierto todo tipo de catástrofes naturales: terremotos, inundaciones, incendios, tsunamis... Algunas veces se le ha pasado por la cabeza la idea de escribir un libro en el que contar todo lo que ha vivido, visto y filmado, y quizás la jubilación le ofrezca el tiempo necesario para hacerlo, aunque desconfía: “Es que lo mío no es escribir, tengo que reconocerlo. Me da pereza estar quieto. Yo necesito estar en movimiento constante”.

Los inicios

“Una noche, a los pocos días de comenzar el cerco a Sarajevo (1992) en la guerra de Yugoslavia, Arturo Pérez Reverte me dijo: Estás haciendo lo que todos los que pasan por la Facultad de Periodismo quieren hacer en cualquier momento, y lo que casi todos los periodistas hubieran querido hacer. Esa frase me quedó grabada en la memoria, porque me hizo pensar y entender la verdadera dimensión de este tipo de trabajo. Yo había empezado mi carrera profesional como fotógrafo, a los 18 años de edad, en la revista Galicia Moda, de la que recuerdo que en uno de sus primeros números hasta salí fotografiado como modelo promocionando unos jerseis (ríe). Había estudiado Fotografía e iba dando palos en el mundo de la imagen sin saber muy bien por dónde tirar, hasta que Manuel Leguineche me fichó para formar parte del equipo del programa “En Portada” de TVE, donde no paraba de viajar: a Brasil, a Filipinas, a Cuba, a Tailandia, a Perú, a Camboya… Pero, realmente, mi bautismo de fuego fue la primera guerra del Golfo (1991). Recuerdo que, estando en Egipto, recibimos instrucciones de Televisión Española para que nos trasladásemos a Irak porque el equipo del que disponía TVE, integrado por egipcios, se negó hacerlo, aduciendo su condición de musulmanes. Así que allá nos fuimos nosotros. Y llegamos a Irak, vía Jordania, justo el día en que Estados Unidos había fijado en su ultimátum como la fecha del ataque, el 15 de enero, aunque en realidad comenzó al día siguiente, de madrugada. En cierta manera, y a través de las coberturas realizadas para “En Portada”, algo de experiencia tenía (incluso había estado con los terroristas de Sendero Luminoso en las montañas de Perú), pero al estar en Irak me percaté de que entraba en un mundo que me era totalmente desconocido. Confieso que no sabía muy bien de qué iba aquello, sólo sabía que tenía que abrir los ojos al máximo para aprender lo más que pudiera, porque todo iba a ser nuevo para mí. Y el caso fue que a alguien de TVE debió de gustarle el trabajo que hice, porque a partir de entonces me enviaron a todas aquellas zonas del mundo en las que estallase un conflicto bélico digamos… importante”.

En Irak (2006)

En Irak (2006). / RTVE

El olor a cadáver

“Es evidente que, aunque uno sabe a lo que va, que es a hacer tu trabajo lo mejor posible, hay unas diferencias, a veces sutiles, otras no tanto, entre lo que es cubrir una guerra y cubrir una catástrofe natural. Aunque también tienen cosas en común, y es que en ambas sientes como un estremecimiento interior. A mí, por ejemplo, tengo que reconocer que el terremoto de Haití (2010) me afectó mucho. A Haití llegamos un día y medio después del del seísmo, y permanecimos allí durante dos meses. Ese terremoto causó 300.000 muertos y yo me acuerdo, como si fuera hoy, que salías a la calle e ibas oliendo a cadáver todo el día Y, encima, teníamos una sensación de estremecimiento constante, debido a aquel paisaje de muertos y a que los expertos auguraban que iba a haber una segunda réplica que podía producirse ya, en cualquier momento, hoy, mañana, dentro de una semana, de un mes… o de diez años. En los primeros días nos asentamos en una tienda de campaña cerca del aeropuerto, prácticamente a la intemperie; menos mal que luego pudimos alquilar una casa de dos alturas, y eso nos dio cierta tranquilidad, dentro de la intranquilidad, claro. Es que en un frente bélico, si sucede algo inesperado, aún tienes alguna alternativa, pero es que en el caso de un terremoto como aquel, viendo muertos, filmando como intentaban rescatar a gente entre los escombros y pensando en que en cualquier momento podía llegar una réplica… tienes miedo, sí, aunque intentes concentrarte en el trabajo, porque el miedo está presente no solo en ti, sino en toda la población, en toda la gente que ves a tu alrededor y aquel era un miedo se les veía en la cara”.

El gran dilema

Se ha debatido mucho sobre lo que debe hacer un periodista en determinadas situaciones especialmente dramáticas. En ocasiones, ¿no resulta más moralmente aceptable dejar de fotografiar o de filmar y echar una mano a quienes necesitan ayuda? Sobre esta cuestión también nos habla Miguel De La Fuente: “Confieso que no me he visto nunca ante una tesitura de estas características. Por suerte para mí, como cámara de televisión voy a todos los sitios acompañado por dos o tres compañeros, es decir, que siempre estoy acompañado, es muy difícil que esté solo. Pero, claro que tengo mi propia visión de este asunto. Y te la cuento: mira, en el momento en que está pasando algo de esto, si yo estoy ahí, no es porque quiera sacarle provecho; si estoy es que ido allí para poderlo contar. De manera que si me quitas la cámara me convierto en un turista, y yo no soy tampoco especialista en socorrismo, ni soy de una ONG, ni tengo conocimientos sanitarios. Si me das a elegir entre coger la cámara y grabar, o salvar una persona, evidentemente si veo que no queda más remedio, dejo la cámara, como haría el cien por cien de los periodistas que conozco. Pero también es cierto que si conmigo va un compañero, yo prefiero seguir grabando y, si acaso, el compañero se encarga de echar una mano. Hay que tener muy claro que nosotros estamos allí y tenemos una labor, y es un trabajo tan importante como el que puede tener un sanitario. De hecho, cuando llegan heridos del frente de guerra, abren la puerta y se bajan del camión, salen de él y a veces no hay gente suficiente para sostenerlos y evitar que se caigan al suelo mientras los trasladan al hospital. Y en ese caso, no puedo dejar de grabar porque tengo que contarlo e informar, con las imágenes, que no hay gente suficiente para ayudar. Y soy consciente de que, efectivamente, esto causa polémicas. Recuerdo a un buen amigo y colega mío, Evaristo Cañete, al que en Nevado del Ruiz lo criticaron porque decían que había podido hacer algo más en el caso de aquella niña atrapada en una agujero donde iba subiendo el nivel del agua hasta que la ahogó y la niña falleció. Sin embargo, Evaristo estuvo muchas horas pegado a la niña, hablándole y grabándola, y proporcionando imágenes hasta que falleció. ¡Pero es que era lo único que sabía y podía hacer! ¿Qué culpa tenía él de que el equipo de rescate hubiese llegado demasiado tarde?”.

En Siria

En Siria. / RTVE

Neutralidad y objetividad

En las guerras actuales, los enviados especiales ya no pueden pemitirse el lujo de realizar las coberturas desde los dos bandos. Hay que elegir uno: ¿Puede afectar ese hecho a la neutralidad de la información que se da y las imágenes que se emiten? En los dos últimos conflictos que ha cubierto, De la Fuente fue enviado, respectivamente, al bando de los ucranianos y al de los israelíes: “En casos como el nuestro -explica-, yo entiendo que la parte objetiva corre a cargo del editor. Cuando nosotros vamos a un país y cubrimos una zona, nos volcamos y tenemos que contar lo bueno y lo malo de lo que vemos. El control, así pues, no existe para aquellos equipos que se van a cubrir conflictos internacionales, porque el control estribaría en no enviarlos. Pero una vez que los mandas, lo que hacemos es enviar crónicas sobre lo que está pasando: mostrar al mundo a las madres que sufren por sus hijos que están en el frente, a las mujeres que sufren por su maridos, a los niños que lloran porque su casa ha sido destruida y se han quedado solos…TVE siempre quiere enviar equipos a los dos bandos, pero eso hoy no es fácil. En Rusia, por ejemplo, no nos dejaron ni entrar. Y no te voy a negar que hay ciertas dosis de integración cuando estás empotrado o contando el conflicto desde un lado, pero eso es normal porque no ves el otro lado, y así es muy difícil que puedas tener una visión objetiva total. Pero, en cambio, sí que te das cuenta perfectamente de la realidad. Estando con los israelíes, nosotros conocimos aquel tremendo potencial militar y todo lo que se estaba montando allí, en la frontera con Gaza, antes de la invasión. Era tal el despliegue, sobre todo de tanques, que, en vez de invadir Gaza, parecía que iban a conquistar Egipto. Viendo aquel armamento, aquel tremendo despliegue, pudimos pronosticar cuál sería el resultado, que es el que ha sido hasta ahora. Lo pronosticamos y lo dijimos sin tomar partido, pero claro, no hacía falta ser un lince para percatarse de que había un tremendo desequilibrio de fuerzas entre los bandos, y nos dimos cuenta de cómo utilizan militarmente la muerte unos y cómo la han utilizado otros, y comprobamos cómo vivían unos y cómo vivían otros. Las diferencias, en Gaza, son muy evidentes…”.

En Gaza

En Gaza. / RTVE

La adicción a la guerra

“Dicen que los enviados a las guerras acabamos por sentir una especie de adicción. Que parece que las echásemos de menos cuando estamos tranquilamente en casa. Y, sí, para qué te lo voy a negar, hay adicción. Y esto lo generan, entre otras cosas, la adrenalina, el tipo de vida, de trabajo, porque este es un trabajo al que cuando te das cuenta, estás entregado las veinticuatro horas del día, y al terminar la jornada no vuelves a casa, sino al hotel donde estás instalado, y allí el trabajo continúa aunque estés cenando y charlando con los compañeros. Eso genera adicción y por eso hay muchos colegas que están desarraigados familiarmente, que se encuentran solos, que no han tenido pareja nunca porque han entregado intensa y pasionalmente su vida a este trabajo. Esta ha sido mi vida durante muchos años, pero yo he tenido suerte, porque como TVE es una empresa grande, tienes derecho a días libres para volver a tu casa y el tiempo suficiente para mantener lo que tú has decidido mantener como familia o amistades. Pero, ya digo, hay gente que prefiere no tenerlo y así les va pasando la vida… por encima”.

En la Antártida

En la Antártida. / RTVE

La tribu

“Yo soy de los que están de acuerdo con el concepto de tribu que inventó Manu Leguineche, y que todavía pervive. La tribu tiene mucho que ver con aquellos con los que te juntas en otro país y te los encuentras en varios sitios, uno tras otro. Empiezas a darte cuenta de que siempre somos los mismos y que hay un común denominador entre nosotros, entre los españoles entre sí, y a su vez con otros colegas de otros países. Y a fe que de ahí han surgido grandes amistades. En cuanto a tus propios compañeros de equipo pues ¿qué decir? Si las relaciones humanas ya siempre de por sí son complicadas, imagínate en estas circunstancias. Hay momentos de mucha discusión y mucha bronca, pero a fin de cuentas forman parte de este trabajo y hay que entenderlas como tales. Llegar al entendimento al cien por cien ocurre muy pocas veces, pero cuando superas esa dinámica de bronca-entendimiento lo que ves es a un amigo y, en ocasiones, hablando en jerga militar, a un “hermano de sangre". Yo tengo por hermanos de sangre a Arturo Pérez Reverte y Óscar Mijallo. Pero también admito que he tenido compañías con las que mejor no volver. Porque, ¿sabes?, hace ya muchos años que llegué a entender que el tiro no siempre te viene de frente, sino que en ocasiones te entra por la nuca”.

Con Pérez Reverte, en Sarajevo (1991)

Con Pérez Reverte, en Sarajevo (1991). / RTVE

La ética profesional

“Yo, como profesional, si veo cadáveres, los filmo para mostrarlos. Pero eso me pasa hasta fuera del trabajo, tengo ese deber asimilado, interiorizado. Ahora bien, la decisión de darlo o no darlo no es mía, es del editor de ese canal o del director de ese periódico. Y si no emiten ciertas imágenes que yo he filmado, me parece lógico y hay que respetarlo, aunque a veces fastidie. En España me consta que hubo un gran debate sobre este tema cuando se produjeron los atentados del 11-M. Recuerdo que al principio se publicaron imágenes muy duras, y que luego se fue suavizando la cosa. Todas las imágenes generan posiciones ideológicas, pero en el caso de Atocha estaban perfectamente claras, por eso yo soy de los que opinan que no hacía falta enseñar los cadáveres, cosa que al principio se hizo y muy exageradamente. En aquel momento, el país estaba demasiado deprimido como para emitir o publicar esas imágenes. Y, encima, de la mayor parte de cadáveres no sabían siquiera las familias que estaban allí, que estaban muertos. Hay que tener cuidado con eso. Y creo que, salvados los primeros instantes, en general se hizo bien. Porque aquel luto de España por un atentado no es lo mismo que el luto que se genera en una guerra. A mí, cuando filmo a heridos, no me gusta enfocar sus heridas abiertas, prefiero las expresiones de su cara, porque es ahí donde se refleja el dolor, el abatimiento, la amargura… Las caras lo dicen todo”.

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