De la censura y otros infortunios

Conocer la censura nos permitió amar la libertad. / ENVATO

Conocer la censura nos permitió amar la libertad. / ENVATO / fernando franco

Fernando Franco

Fernando Franco

Presenté el otro día en Vigo a Vicente Romero, periodista de vieja estirpe que todos conocimos desde la guerra de Vietnam como corresponsal de guerra. No vino a hablar de bélicas contiendas o situaciones límite sino de la censura en el cine, una devoción de tiempo libre como otras que profesa ajenas a la guerra. ¡Cómo gozó el público oyéndole narrar historias de su último libro, Los señores de las tijeras! Yo nací en esos años 50, poco después de Vicente, en que todos los españoles estábamos condenados al infierno si no respetábamos normas casi de clausura en nuestras relaciones, aterrorizados por el peso del pecado contra Dios sobre todo por el Sexto y si no contra Franco. No voy a decir que siento como un trauma todo ese clima represivo que viví, incluyendo la educación estricta en lo religioso y las cadenas sobre lo político, además de una abuela amantísima pero que se empeñaba en amenazarme con un “Fernandito, que viene la República” cada vez que no acababa el plato. Yo lo digerí bien aunque, igual que los trazos de gluten que ahora se empeñan en anotar en todos los fármacos, debieron quedarme secuelas sea o no consciente de ellas.

Vicente nació solo cuatro o cinco años antes que yo, y uno de aquellos ingredientes medio escatológicos con los que teníamos que convivir en la infancia era la censura aunque estábamos tan mal educados que muchos no la veíamos mal, estaba como institucionalizada en nuestros cerebros. Yo recuerdo en mis años infantiles que la Acción Católica, única alternativa a la OJE para los niños, se encargaba de modelar mi conciencia religiosa, la redondeaban los Jesuitas y le daba el “touch” doméstico mi inolvidable abuela haciéndome rezar el santo rosario siempre que podía. De nada de eso me arrepiento porque no me ha removido bilis alguna: a cada generación le toca su San Martín y, si a nosotros nos premodeló la censura y la educación represiva casi en madrasas al modo musulmán, a otras les tocaron cosas peores como el hambre o la guerra, o vivir peor que sus padres como la actual, que tienen peor digestión. 

Esa censura ocupó mi vida infantil en el cine y no solo en el cine, pero luego llegó mi adolescencia y con ella un nuevo aparato se instaló en nuestras casas y vidas: la televisión. Y, con ella, una nueva censura que o bien venía ya de fábrica ya que solo llegaba lo antes reprobado en las cocinas centrales o lo que llegaba lo hacía con una sugerencia de uno, dos o tres rombos, con lo cual mi abuela me mandaba inexorablemente a la cama y tenía que verlo escondido tras las cortinas. Fue una experiencia muy formativa porque conocimos primero la ausencia y luego la presencia de cosas como la libertad o la democracia, y eso permite que las valoremos especialmente, lo que no es tan fácil en generaciones posteriores que nacieron con ellas y no tienen memoria de cuando fuimos huérfanos.

O sea, para no enrollarme más, que la censura formó parte de nuestra educación sentimental y eso lo ha vertido en este pequeño pero inmenso libro Vicente Romero, que en_Vigo estuvo bien pertrechado de memoria como corresponsal de guerra pero no menos de esa afición al cine que le ha llevado a este trabajo y os recomiendo a cualquiera de vosotros, los que estéis interesados en el séptimo arte en España e incluso a los que no lo estéis. Vicente es un periodista de la vieja guardia, de esa gran cantera del desaparecido Pueblo y después, en TVE, de los programas más importantes donde sus reportajes sobre guerras, y un variado catálogo de infortunios fueron tan bien acogidos. Autor además de una docena de libros, nos lo hizo pasar muy bien en su charla.

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