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Gallegos a la vanguardia

“Nada me hace sentir igual que la danza, es lo que necesito”

El lucense Raúl Ferreira Fernández, el primer español contratado por el Teatro Mariinsky de San Petersburgo, se incorporó hace un año al Ballet Estatal de Baviera, en Múnich, tras superar una grave lesión y retomar su carrera profesional

El bailarín gallego Raúl Ferreira, durante uno de los momentos de Passagen. Autor Carlos Quezada. Bavarian State Ballet CARLOS QUEZADA / Bavarian State Ballet

Su nombre ya forma parte de la historia de la danza de nuestro país tras convertirse, con tan solo 19 años, en el primer español admitido en el ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Cinco años después y recuperado de una grave lesión que puso su vida “patas arriba” y que afrontó con gran valentía, Raúl Ferreira (Lugo, 1997) forma parte del Ballet Estatal de Baviera, en Múnich, y sigue disfrutando y evolucionando sobre el escenario. “Estoy muy contento de todo lo que aprendí en Rusia y de mi trayectoria. Viví una etapa complicada, pero ahora mismo estoy trabajando y feliz. A mis 24 años, tengo mucha experiencia, pero sigo aprendiendo y ¡lo que queda!”, asegura entre risas.

Su rehabilitación en España coincidió con los peores momentos de la pandemia, lo que dilató aún más el tedioso proceso. Y entonces apostó por recuperarse con tranquilidad en lugar de regresar a Rusia: “Cuando tienes un objetivo en mente, lo consigues. Es muy importante tener determinación. Fue una decisión arriesgada, pero yo sabía que iba a salir bien, aunque llevase más tiempo, porque sé de lo que soy capaz”.

“Mis padres y mis hermanos son la base de todo y lo primero en lo que pienso. Y no tengo ninguna duda de que siempre estarán ahí”

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Aunque los bailarines lidian desde niños con el esfuerzo y el dolor, la familia de Raúl fue fundamental, como siempre, para atravesar con éxito este impasse vital. “Es cierto que desde pequeños estamos muy centrados, pero por mucha disciplina que tengas necesitas una guía. Y, en mi caso, son mis padres. Con mi instinto y su ayuda tiramos para adelante. La base de todo son ellos, mi hermana y mis hermanos. Son en lo primero que pienso y no tengo ninguna duda de que siempre estarán ahí”, sostiene convencido.

Sus opiniones son también las que más valora, por eso no se dejó abrumar por la presión de ser el primer bailarín español en el Mariinsky: “Simplemente ocurrió así. Y estoy muy contento de que pasase, pero yo llevo mi vida como considero y lo que se espere de mí no es algo que me pertenezca ni que tenga muy en cuenta. Cada uno tiene su camino”.

“La experiencia en Rusia fue muy dura y complicada, pero aprendí lo que significa estar en una escuela de élite y ser bailarín profesional en uno de los mejores teatros del mundo. Ahora tengo las ideas claras y sé hacia dónde quiero dirigir mi carrera. Y estoy completamente agradecido por los años que estuve en San Petersburgo, a mis profesores y a todos”, reconoce Raúl, cuya conversación no trasluce dolor por el pasado, sino un gran entusiasmo por el futuro.

El lucense volvía a pisar los escenarios hace justamente un año tras incorporarse a su actual compañía, el Ballet Estatal de Baviera, en Múnich, cuyas riendas acaba de asumir el francés Laurent Hilaire. “Fue muy emocionante, tenía muchas ganas. He vuelto a la vida profesional y ahora lo que venga, tengo todo por delante”, asegura.

El Teatro Nacional, que acoge al Ballet y la Orquesta de Baviera, es uno de los escenarios de ópera más grandes del mundo y, a lo largo de su historia, ha acogido el estreno de obras como “Tristán e Isolda”, de Wagner. El lucense forma parte de una compañía “muy multicultural “ en la que trabajan otros dos españoles. “Hay gente de todas partes y el ambiente es muy bueno”, celebra.

Raúl Ferreira, en el centro, baila en la obra Paradigma. Autor M.L. Briane. Bavarian State Ballet M.L. Briane / Bavarian State Ballet

Actualmente, Raúl forma parte del elenco de “Passagen”, una obra de dos horas y media de duración que integra tres piezas. La última, ”Sweet Bone’s Melody”, está firmada por el reputado coreógrafo alemán Marco Goecke. “Sentía mucha curiosidad por su estilo y por él mismo como profesional y como persona. Y me encanta bailar esta pieza, que es muy contemporánea. Es algo que llevaba tiempo buscando. Siento que no paro de aprender cosas nuevas, que es lo que yo busco. No me gusta sentirme cómodo y asentado. Estoy evolucionando y eso es lo que necesito”, comenta.

Hoy en día, las compañías no se limitan a la danza clásica y es habitual que también incluyan un repertorio más moderno: “Alemania es muy abierta de miras en este sentido y al público le gusta ver otro tipo de obras, no solo el clasicismo académico. Requiere su entrenamiento, por supuesto, pero ir a otros estilos desde una formación clásica no es complicado”.

"En España el trabajo es precario. Y no es que no haya interés del público, sino que el problema está en quien tiene el poder y toma las decisiones”

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Raúl todavía no ha tenido oportunidad de actuar como profesional ni en España ni en Galicia –”Sería fantástico”, reconoce”– y lamenta que muchos bailarines tengan que emigrar por falta de oportunidades o condiciones dignas. “Es un poco triste, porque los hay magníficos pero, por desgracia, la mayoría tiene que irse. Con Rusia la comparación es imposible porque la danza forma parte de su cultura, pero también en Alemania me siento muy respetado laboralmente y ante la ley. En España el trabajo es precario. Y no es que no haya interés del público, sino que el problema está en quien tiene el poder y toma las decisiones”, comenta.

Pese a todas estas dificultades, su ejemplo puede inspirar a muchos niños gallegos que sueñan con pisar los grandes escenarios del mundo desde pequeñas escuelas como en la que Raúl dio sus primeros pasos. “Mis padres dicen que siempre estaba por casa bailando y haciendo un poco el bobo”, apunta entre risas. “De niño iba al logopeda porque soy tartamudo y me recomendaron hacer algún tipo de actividad artística. Probé diferentes cosas pero en la escuela disfrutaba mucho y de ahí me fui al Conservatorio de Lugo. Nunca me planteé ser profesional, me lo pasaba bien bailando y no sabía cómo era el mundo de la danza fuera de aquella burbuja. Pero con 16 años más o menos decidí apostar por ello”, relata.

Poco después lograba entrar en la Academia de Ballet Vaganova de San Petersburgo, formándose al más alto nivel hasta ingresar en la plantilla del Mariinsky, donde participó en producciones como “Giselle”, “El lago de los cisnes”, “Don Quijote” o “Romeo y Julieta”. Y su pasión por la danza, después de vivir durante años a más 4.000 kilómetros de su familia, y de la incertidumbre de las cirugías y la rehabilitación, sigue intacta.

"He decidido hacer de esto mi profesión porque nada me hace sentir igual que la danza"

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“Si en algún momento pasa algo, me buscaré la vida y a otra cosa, pero he decidido hacer de esto mi profesión porque nada me hace sentir igual que la danza. Es lo que necesito. Cualquier trabajo relacionado con el mundo artístico siempre va a ser muy complicado porque nunca vas a tener el mismo respeto o seguridad que en otros, y porque requiere muchas horas. Yo tengo vida social, pero en comparación con la gente de mi edad no es lo mismo. Pero a mí me compensan todos los sacrificios porque es lo que me hace más feliz”, reflexiona.

Raúl prevé regresar de nuevo a Lugo durante el verano. “Como en Galicia, sinceramente, en ningún lado. Intento mantenerme siempre más o menos en forma y comer bien no me supone ningún problema, pero cuando estoy de vacaciones hay un poco más de relax, ¡para eso están!”, bromea. 

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