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Miniaturistas, artesanía en tamaño minúsculo

Realizan con sus manos pequeñas réplicas fieles de monumentos, embarcaciones, automóviles y hasta de cinematográficas naves espaciales o de motores navales. Hablamos con cinco artesanos y diseñadores gallegos de valiosas piezas diminutas

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Miniaturistas, artesanía en tamaño minúsculo Iñaki Osorio / R. Grobas / Víctor Echave

Recrean a escala barcos, coches de época, aviones, vehículos de guerra, motores navales, monumentos, naves espaciales cinematográficas, dragones y otras piezas reales o imaginarias. Con minuciosidad, paciencia y perfeccionismo, se pasan largas horas en sus talleres para realizar un trabajo artesanal en miniatura cuyo valor real no siempre es apreciado por el público ajeno a las dificultades que entraña sacar adelante una maqueta elaborada con piezas minúsculas que representan fidedignamente la construcción que representan. Hablamos con cinco artesanos modelistas y maquetistas gallegos que realizan con sus manos verdaderas obras de arte.

A Juan Olivencia la construcción naval le viene de familia. Este capitán de la marina mercante retirado residente en Vigo desde hace 37 años creció en el taller de carpintería de ribera de su padre en Almería, jugando entre los barcos de pesca en construcción. Una vez jubilado, encontró tiempo para dedicarse más al maquetismo naval, afición que comparte en el espacio que el Museo del Mar de Galicia cede dos días a la semana a Amonaga, la asociación gallega de maquetistas navales a la que pertenece.

Juan Olivencia muestra dos de sus maquetas de barcos. Ricardo Grobas

Su colección es de 35 obras, fundamentalmente barcos de época y embarcaciones tradicionales de Galicia. Emplea varias escalas, que oscilan entre la 1:50 para los barcos más grandes y la 1:20 para los más pequeños. Entre todas sus recreaciones, destacan dos: el navío Santa Ana que estuvo en la batalla de Trafalgar y la fragata Venus, construida en Cádiz en 1750. “Lo más importante es ser lo más fidedigno posible, que cada detalle sea como el original”, comenta Olivencia. “Me han propuesto hacer piezas para comprar, pero cuando le digo lo que pueden valer dicen que es muy caro, no saben la cantidad de horas que lleva”, explica. Hacer la maqueta de la fragata Venus le llevó cuatro años, “aunque no me dediqué exclusivamente a ella porque sería estresante, hay momentos en que se te complica algo y es mejor dejarla una temporada”.

Maqueta de un barco de Juan Olivencia Ricardo Grobas

El proceso de trabajo comienza con la documentación. “Hay que buscar planos y fotografías y a veces es imposible encontrarlos”. Una vez trasladados los planos a escala, comienza la construcción de la maqueta en sí. Maderas flexibles, que se mantengan firmes al trabajarlas sin que se raje su veta y pegamentos son los materiales que emplea en esta primera fase. “La mayor dificultad es hacer los aparejos, cordajes, velas. Dicen que cuando uno acaba la maqueta y empieza a hacer la voladura le queda el 80% del trabajo”. Herramientas eléctricas, sierras, lijadoras, barrenas, taladros son sus útiles de trabajo. Y uno muy personal, el cúter, que maneja como pocos.

El motor naval más pequeño del mundo

“Treinta mil horas es lo que me llevó hacer todas las piezas de mi colección de miniaturas de motores de barco”, afirma el mecánico naval e inspector de máquinas jubilado noiés José Manuel Hermo, también conocido como Patelo. A sus 81 años, este artesano de la vieja escuela e inventor teme empezar un otro trabajo y no poder terminarlo. “Aunque eso ya lo decía cuando hice la sala de máquinas de un trasatlántico -con cuatro motores, dos reductoras, dos ejes de cola, cuatro alternadores y dos hélices de paso variable sumergidas en el agua- y no solo la acabé después de 7.800 horas de trabajo, sino que sigue en funcionamiento”, explica.

Patelo ha realizado veinticinco motores navales en miniatura diseñados por él con objetivos didácticos, para contagiar su pasión por la mecánica a alumnos de institutos y colegios. 

José Manuel Hermo Patelo, autor del motor naval más pequeño del mundo

Cuando se jubiló, en 2004, este gallego que trabajó durante 28 años en las Islas Canarias, cambió el ajetreo de toda una vida laboral andando “como un cohete” por una labor más pausada que, para él, “no es tanto cuestión de paciencia como de pasión”. Ingresó en la asociación cultural Mar de Noia, centrada en la recuperación de la cultura marinera, y comenzó a diseñar y fabricar motores en miniatura. Para ello desempolvó los conocimientos de mecánica adquiridos desde que comenzó a trabajar como aprendiz con 16 años, en los libros de motores como el que se compró cuando tenía 18 años y se decidió a construir una máquina de vapor para mostrar a los alumnos de un instituto de Noia, y también en la construcción de su primer motor diésel para la embarcación de un primo pescador al que le faltaba una pierna y remar le resultaba agotador .

Un torno restaurado por él que compró en una chatarrería de Las Palmas es su principal herramienta de trabajo. “Necesitaría una fresadora para hacer algunas piezas como el árbol de levas, que me lleva cuatro horas en el torno y otras 36 a base de lima”, comenta el autor del motor naval más pequeño del mundo, de 8 cm de largo por tres de ancho y 12 centímetros cúbicos. Este invento, que cabe en la palma de una mano, lo hizo como respuesta a un reto que le hicieron en un museo de Las Palmas. Le llevó 1.220 horas y dio la vuelta al mundo en forma de un vídeo de Youtube que alcanzó 30 millones de visualizaciones cuando tuvo que retirarlo de la plataforma por un problema de derechos de autor con la música de fondo.

Sus motores han viajado por España y países como Canadá y Reino Unido. “Funcionan con aire comprimido a 50 revoluciones y se ponen a mil cuando les doy un kilo de presión”, explica. Llevan ventanas transparentes para que se vea cada una de las piezas por motivos educativos.

Vendedor de vanidad

“Realmente yo vendo vanidad, hago piezas que no hay en el mercado y quien las compra las quiere porque nadie las tiene”, comenta el artesano modelista Teodoro Castro Rodríguez sobre las recreaciones de vehículos, como automóviles a escala, que construye y comercializa como piezas únicas, seriadas y numeradas, con un máximo de 300 unidades por cada serie.

Este artesano comenzó utilizando las maquetas en sus stands de bisutería en ferias como elemento ornamental que además revalorizaba lo expuesto. Parte de su producción es de hojalata, recreando el ingenuismo de los juguetes hechos con este material, los cuales también restaura en su taller de Cambre. Emplea también la resina de poliéster, que le permite una mayor moldeabilidad para realizar partes curvas, y otros materiales como cobre y sus aleaciones, latones, alpacas, textiles y pintura, con la que consigue acabados fieles al modelo real que recrea normalmente a escala 1:10.

Teodoro Castro en el Taller Meteoro en Cambre. Víctor Echave

“Procuro no contar las horas que me lleva cada trabajo porque me deprimiría, económicamente no sé si me saldría mejor fregar”, dice. Para el primer modelo suele emplear tres meses, porque además de la maqueta ha de realizar los moldes para las siguientes unidades, que le llevan cada una en torno a un mes.

Entre las obras de Teodoro Castro se encuentran una réplica del autogiro de De La Cierva y el hidroavión Plus Ultra, dos modelos que realiza por encargo del Ejército del Aire, que los entrega como premios anuales. En réplicas de automóviles, la parte más extensa de su colección, destaca un Pegaso deportivo fabricado en España en los años 50. “Para las piezas de series cortas busco  modelos que no existan en el mercado, que es lo que realmente valora el coleccionista que las compra”, comenta el artesano gallego cuyas piezas están repartidas por diferentes partes de España, Canadá, Estados Unidos e Inglaterra.

Fabrica con sus manos cada una de las piezas. “No domino las nuevas tecnologías ni la impresión en 3D, pero me desanima un poco pensar que alguien que se meta con un ordenador y sin idea de maquetismo pueda sacar adelante un modelo simplemente porque se relaciona bien con las máquinas”, comenta.

Monumentos, máscaras y naves espaciales

Portugués de Lisboa , Paulo Gominho llegó a Ourense por amor a una auxiliar de enfermería gallega que conoció en uno de los muchos hospitales en los que estuvo tras quedarse parapléjico a los 28 años por una meningitis. La artesanía, que surgió como una terapia cuando tuvo que asumir su nueva vida en silla de ruedas , le sirvió para renacer y encontrar una afición que con el paso del tiempo se ha convertido en su medio de vida.

“Tuve la suerte de heredar el genio artístico de mi familia paterna, mi abuelo era artesano, mi padre escribía, pintaba y tocaba la guitarra y mis tíos eran carpinteros, músicos y pintores”, explica Paulo Gominho, quien además de pintar cuadros realistas, trabaja como artesano principal de la Asociación Aixiña, que aparte de trofeos deportivos comercializa réplicas en miniatura de monumentos de Ourense, como la fuente de As Burgas y los puentes romano y del Milenio, figuras humanas como la de un afilador, hórreos a escala en piedra y máscaras del Entroido tradicional de la provincia ourensana. 

Paulo Gominho muestra dos de sus piezas de La Guerra de las Galaxias.

Gominho, que empezó a realizar sus primeros pinitos como escultor siendo cocinero y modelando figuras en mantequilla, es el autor de las piezas de resina que comercializa Aixiña. “Hago la original en arcilla polimérica y de ella saco un molde en silicona para hacer las piezas que se venden”, explica. Su mano también interviene en los acabados en pintura que logran que la pieza emule al material original o el bronce. En el caso de las pantallas de los peliqueiros, las dibujos de los animales son estampaciones, pero la máscara sí va pintada a mano con su pincel. “Las piezas comerciales son simples para hacerlas rentables porque si te metes a contar las horas que te llevaría hacerlas más complicadas, nadie pagaría lo que valen. La gente asocia el tamaño al precio y piensa que cuanto más pequeño, más barato. Y es al revés; imagínate hacer una fabada en un pota de cinco centímetros”, manifiesta Gominho.

En el recuadro, piezas que comercializa con Aixiña. Iñaki Osorio

Otra faceta de Paulo Gominho es la de maquetista de naves espaciales y figuras de películas de ciencia ficción que fabrica con diferentes materiales reciclados. Estas sí son piezas complejas en las que cada detalle está minuciosamente tratado y el tiempo que invierte el artesano es impagable. Destaca una réplica del Halcón Milenario de “La Guerra de las Galaxias”, que ya tiene 30 años y el autor va restaurando cada cierto tiempo. “Empecé a hacerlas con cartulinas, cartón, botes de yogur, taponas de plástico, espaguetis que cambié luego por cables eléctricos,.... y las recubrí con la película de aluminio del interior de los tetrabricks para darle una sensación de realidad”, explica.

"Las piezas comerciales son más simples para que sean rentables; por las complejas nadie pagaría lo que valen”, afirma Paulo Gominho

Dragones, robots, tanques de guerra y otras piezas completan su valiosa colección particular. “Las tengo en vitrinas y en el trastero; no las vendo porque son únicas y he puesto mucho de mí en ellas. Cuando vendía cuadros, me daba tanta pena deshacerme de ellos que volvía a pintarlos; prefiero regalarlos en lugar de regatear con el comprador porque el color no le pega con el sofá”, afirma este artesano.

Un bergantín en un matraz

El oculista jubilado Manuel Pérez recuperó al retirarse del mundo laboral una afición que ocupaba sus momentos de ocio durante su infancia en la localidad asturiana de Castropol, cuando modelaba cortezas de pino con una navaja para construir barcos que hacía flotar con sus amigos en las pozas que quedaban en la playa. Con el paso del tiempo, el pino fue sustituido por la lata y en la adolescencia le llamó la atención la idea de meterlos en botellas.

Manuel Pérez trabaja en uno de sus barcos dentro de un matraz. Ricardo Grobas

Barcos de Manuel Pérez

En la actualidad guarda en su domicilio de Vigo unas catorce miniaturas de barcos metidos en botellas y hasta en un matraz de laboratorio, aparte de las maquetas de embarcaciones que realiza. “Lo más importante es ser fiel a lo que estás recreando; lo más difícil es hacer la maqueta, meterla plegada por el cuello de la botella y armarla dentro”, explica Manuel Pérez, integrante de la asociación gallega de maquetistas navales Amonaga. Entre el instrumental que utiliza, sorprenden unas tijeras de uso quirúrgico que le regaló un amigo cirujano y cuchillas de afeitar que trocea e introduce en la botella con un palo o alambre para poder trabajar en la maqueta. Su pieza más destacable es un bergantín dentro de un matraz de laboratorio. “A mí esto me relaja, es como mi psiquiatra”, asegura.

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