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La movida de los miserables

Artello, la “rama teatral” de la movida viguesa de los 80.

Hablando de música y otras movidas, estos días vamos de conmemoración en conmemoración. Sin remedio, la primera referencia que a todos nos viene a la cabeza cuando alguien menciona la palabra “movida” en Vigo es la de todo aquel sarao de los años ochenta, en cualquiera de sus múltiples e interminables celebraciones posibles. Desde aquel 27 de diciembre de 1981, cuando cuatro veinteañeros se subieron al escenario del cine Salesianos sin tener ni pajolera idea de que, al parecer, estaban fundando el mayor movimiento contracultural que Vigo vería jamás; hasta la gran efeméride, el hecho de que este año se canten cuarenta desde la publicación de ¿Cuándo se come aquí?, el primer disco aquellos mismos chavales: Siniestro Total.

Por supuesto, nadie que no sea un completo ignorante se atrevería a negar la importancia de Siniestro en la historia de la música española. La influencia de los del Calvario es indiscutible a todos los niveles. Musical, estética o incluso vitalmente (créanme, sé de lo que hablo), de una manera u otra todos, usted, yo, Assumpta, Mario, Dolores y hasta Keke Rosberg, todos le debemos mucho a Siniestro Total. Pero, a ver, una vez dejado esto claro, lo de la Movida... ¿de verdad fue como para tanta historia? O, dicho de otra manera, ¿es que en esta ciudad nunca sucedió nada más allá de la puñetera Movida?

Para empezar, es un hecho científicamente demostrado que la distancia temporal es directamente proporcional a nuestra capacidad para convertir en mito aquello que en su momento apenas era mucho más que cuatro colegas pasándoselo –discúlpenme ustedes– de puta madre. Saliendo, yendo a conciertos, haciendo el merluzo, tocando y bebiendo. (Sobre todo esto último: cuando una de tus referencias es el Kiosco de Las Almas Perdidas, es que la cosa va en serio...). Y sí, claro, había músicos –o por lo menos gente que tenía una guitarra–, y junto a ellos también había diseñadores, fotógrafos, poetas, pintores... ¡Pero como en todas partes, señora! Miren a su alrededor, pregunten entre sus amistades, y verán cómo dan con alguien que –¡oh, sorpresa!– hace fotos, toca o incluso pinta en sus ratos libres. (Bueno, y eso por no hablar de los poetas: me juego lo que quieran a que tienen uno más cerca de lo que ustedes piensan. Que esto es Galicia, caballero, ¡aquí hay poetas por todas partes!). Los gallegos somos así, “hacemos cosas” –que diría Rajoy–, y no por ello vamos anunciando “movidas” a diestro y siniestro. Aunque pudiéramos...

... Porque ésta es la verdad: para todos los que veníamos detrás, la chavalada a la que nos tocó nacer a mediados de los setenta, el asunto aquél de la Movida siempre fue un lastre. Siento ser yo quien lo diga, pero la cosa fue así: la Movida se convirtió en una especie de tapón que impedía el paso a todos los que, aun con ganas de hacer algo, tuvimos la mala suerte de llegar después. No se imaginan la de veces que nos tocó aguantar al borracho de turno, apoyado en la barra de las altas horas, soltándonos el sermón de los panes y los besugos, aquél en el que, una y otra vez, se nos recordaban los grandes episodios de la movida, a saber: las vallas de Castrelos, el tren desde Madrid, el botellazo de Fabio Macnamara... ¡Cristo bendito, qué aburrimiento! Sinceramente, no sé si alguna vez existió realmente eso de la Movida, pero lo que sí sé es que se acabó. Un día se terminó, se murió, “moviden kaputen”. Y, sorprendentemente, una vez muerta, ¡la muy desgraciada se hizo aun más larga! El puñetero funeral, entierro, exequias y homenajes post-mortem fueron todavía más largos que todos sus conciertos juntos. Tanto, que a todos nosotros, los miserables que veníamos detrás, cansados de esperar nuestro turno, no nos quedó más remedio que prenderle fuego al difunto y, de una patada en la puerta, abordar sus escenarios. Primero, tomamos las parroquias. Y después, al asalto, tomamos la ciudad.

Tal vez todas esas efemérides tengan su razón de ser, no diré que no. Pero hoy yo prefiero brindar por un aniversario diferente: hace veinticinco años, un atajo de chalados de la parroquia de San Miguel de Oia publicamos E non te atreves, el que sería el primer disco de los KGBEN. Y puede que nuestra movida, que también era la de Ostias Que Te Pariu, la de Os Feixóns, la del Freixo Rock, la de la Cerve de Canido, la de Juan, la de Nesi y la de tantos otros que ya no están aquí para reírse con nosotros, no fuese tan mediática ni tuviera tanta repercusión como la otra, es verdad. A nosotros no nos fletaron un tren, pero tampoco lo necesitamos. Teníamos el Panda del Peras, el Dos Caballos del Macho Triste y la Vanette de Chepi, y con ellos recorrimos el país a un solo grito: O choio é o choio, e a calle é a calle! Y créanme, lo pasamos muy bien, porque, sobre todo, la nuestra también fue una movida divertidísima...

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